Nada de retoques ni montajes. Toda la belleza de estas imágenes lleva la firma de la madre naturaleza. Nos llega gracias al empeño del fotógrafo Igor Siwanowicz, que lleva años mirando a la cara a sus criaturas más pequeñas y, seamos sinceros, despreciadas.

Este polaco de 34 años, hijo de biólogos, doctorado en bioquímica y que ahora se gana la vida en el Instituto Max Planck de Neurobiología de Múnich (Alemania), explica a Quo cómo y por qué convierte en modelos de pasarela a insectos, reptiles y anfibios. Sus respuestas denotan una originalidad que va más allá de la fotografía.

¿Cuándo arranca su interés por la biología?
Esta inclinación podría estar codificada en los genes y estoy seguro de que me llegó de mis padres, junto a cierto talento arrtístico. Con esos antecendentes familiares no me quedó más remedio que estudiar biología, para que luego hablen del libre albedrío. Me licencié en biotecnología en Cracovia (Polonia) y Aarhus (Dinamarca) y me doctoré en bioquímica estructural en Alemania.

¿Y por la fotografía?
Tras dos años de estudios de postdoctorados, me tomé un año sabático y estuve viajando como fotógrafo de naturaleza freelance. Conseguí engañar a algunas personas para que me organizaran exposiciones y a otras para que me las publicaran.

¿Por qué precisamente los «bichos» como modelos?
Debo confesar que mi pensamiento está un poco perjudicado. Me parece que «extraño» y «estrambótico» son adjetivos positivos en el entorno creativo. Mis modelos favoritos suelen responder a estos criterios.

¿Cuándo empezó a fotografiarlos?
En la primavera de 2003, cuando compré mi primera cámara digital SLR, Canon 10D con una lente macro y un puñado de accesorios.

¿Por qué esa preferencia por los primerísimos planos?
Supongo que a los fotógrafos de paisajes o retratos humanos nunca les piden explicaciones sobre sus temas. Pues me gusta hacer retratos de animales pequeños desde su perspectiva. Son criaturas extrañas, como de otro mundo, y cuanto más te acercas a ellas, más intensa resulta esa sensación. Por ejemplo, me fascinan esas formas alienígenas, con un toque como del artista Hans Rudi Giger, que tienen los insectos.Y me gusta sacarlos de su entorno para mostrar su auténtica forma.

¿Pretende transmitir algún mensaje con su trabajo?
Me encantaría decir algo así como «contribuir a la concienciación de la sociedad y divulgar el amor por los bichitos», pero lo cierto es que la actividad creativa me mantiene (relativamente) cuerdo, es una especie de terapia ocupacional, una forma de combatir el abatimiento. Creo que soy un poco bipolar y hacer fotos evita que me obsesiones demasiado. Y me hace feliz. Lo irónico del asunto es que mi trabajo sí que abre los ojos de la gente a un mundo del que no eran conscientes y contribuye a la concienciación y a divulgar el amor por los bichitos.

¿Cuál es su equipo técnico?
Utilizo lentes macro con distancia focal fija, las más precisas del mercado. Estabilizo mi cámara con un trípode muy robusto, uso control remoto para el obturador y el bloqueo del espejo. Nunca cierro demasiado la abertura, normalmente no voy más allá de f/16, porque es donde la difracción empieza a ser un problema serio. Aparte de eso, el factor más importante es probablemente la iluminación. Utilizo dos o tres flashes controlados a distancia por un transmisor de infrarrojos. Todos ellos están equipados con difusores, porque es fundamental dispersar la luz.

¿Y los trucos para «convencer» a los animales de que muestren su mejor cara?
Los animales son muy impredecibles, muy poco colaboradores y apenas hay forma de convencerles para que cooperen. Sin embargo, se pueden usar algunos trucos: las polillas y las mariposas son muy dóciles justo después de eclosionar. Cuando están en su entorno natural, es mejor acercarse a la mayoría de los insectos por la mañana temprano, cuando la temperatura aún es baja y su metabolismo no ha arrancado aún. A la mantis religiosa, uno de mis modelos favoritos, se la puede convencer para posar tocándole el abdomen con un cepillo o moviendo la mano frente a ella.

Amenaza y glamour


Ante el menor sobresalto, la mantis gigante de escudo (Rhombodera basalis) deja de confundirse con las hojas y eleva sus 12 cm en esta deslumbrante pose.

Duelo de astados

Las montañas de Irian Jaya (Indonesia) vieron a estos machos de escarabajo Lamprima adolphinae medir sus imponentes cuernos. El premio: aparearse con una hembra.

Adorno de familia

Esa especie de trompa caracteriza a los gorgojos (Curculionidae). Aquí, el primo más grande (Liparus), de 23 mm, frente a uno de los pequeños (Pissodes), de 8 mm.

El reverso tenebroso

Los machos del escarabajo rinoceronte (Chalcosoma atlas) miden de 5 a 7 cm, y la longitud de sus cuernos depende de su alimentación.

Inmigrante discreto

Llegó de América en los cargamentos de madera. Los tres cuernos del saltamontes Strictocephala bisonia se confunden con las espinas de las plantas.

Hazte un rulo

Los célebres bichos bola (Glomeris marginata) están diseñados para ensimismarse ante cualquier amenaza. Su única opción es confiar en que nadie se dé cuenta de que son seres vivos. A veces, funciona.

Vestida para asustar

Cuando se eleva sobre sus patas traseras y abre las alas, la mantis Droplays lobata aparenta el doble de su tamaño. Sin peligro a la vista, vuelve al reposo y se mimetiza con las hojas secas.

Gama de color

Versiones verde y amarilla de la oruga de Acherontia atropos, o esfinge de la calavera, la mariposa de El silencio de los corderos.

Que te pego

Cuando se siente amenazado, el cabeza de dragón (Eumegalodon) no se anda con bromas: golpea a su oponente con la cabeza y el tórax.

Pose de caza

La llaman la mantis diablo (Idolomantis diabolica) y se ha ganado el apodo: ese magnífico estiramiento le permite tomar la apariencia de una flor. Escondida entre el follaje, aguarda la llegada de algún ingenuo insecto polinizador, le permite posarse sobre ella y, cuando la víctima descubre el engaño suele ser demasiado tarde.

Azul oscuro, casi negro

Suele esconderse bajo las cortezas de los árboles y, cuando sale a cazar, de noche, busca preferentemente gusanos y babosas. Y, si se siente amenazado, el Carabus intricatus dispara un veneno maloliente desde su abdomen a los ojos del presunto enemigo.

El gran hermano

Al menos, entre los gorgojos europeos. Y eso que sigue una dieta vegetariana. En su hogar montañoso, el Liparus se alimenta de dos tipos de plantas del género Petasites: el blanco y el común. Las larvas consumen las raíces y los adultos dan cuenta de las hojas.

Dragón en miniatura

Esta hembra de mantis cerbatana (Blepharopsis mendica) aún no ha llegado a adulta. Su cuerpo cubierto de pequeñas espinas le permite pasar desapercibida entre el follaje, pero, para aumentar la efectividad del disfraz, se balancea ligeramente a un lado y otro recibe el menor soplo de aire, como si fuera una hoja a merced del viento.

Tigre de los suelos

No tiene nada que envidiar a su homónimo felino. El escarabajo tigre (Cicindela formosa) despliega una asombrosa fiereza a la hora de atrapar a sus víctimas. Se abalanza sobre ellas y las despieza con sus potentes mandíbulas. A la hora de elegir plato tampoco muestra exquisitez alguna: orugas, saltamontes, hormigas, otros escarabajos, arañas, moscas… cualquiera de ellos es bienvenido.