«Lo que más nos sorprendió es que, cuando se mueven, van más deprisa de lo que se piensa: a 0,7 m/seg.” El sorprendido es John Nyakatura, zoólogo de la Universidad de Jena (Alemania), que acaba de analizar los secretos anatómicos del movimiento del perezoso. La velocidad (2,5 m/h) no alcanzará para inscribirlos en un maratón, pero tiene su mérito.

La razón de vivir con el mundo al revés se centra en el uso óptimo de los recursos. Andarse por las ramas supone un constante ejercicio de equilibrio y una capacidad de reacción que exigen energía, pero con una dieta limitada a hojas y frutos, las fuerzas pueden empezar a flaquear. A menos que uno se deje caer y confíe su existencia a la seguridad de unas garras con forma de perfecta percha. Un puñado de adaptaciones anatómicas asegurarán una existencia feliz a cambio de la mejor herramienta para engañar enemigos: el camuflaje.

La táctica más eficiente consiste en reducir el movimiento al mínimo, hasta el punto de descender al suelo solo para librarse de los restos de la dieta. Como refuerzo, alojar entre el pelaje colonias de algas que tiñan de verde hoja los tonos entre pardos y marrones de las dos especies conocidas: los de dos ( Choloepus) y tres ( Bradypus) dedos en las manos delanteras, respectivamente. Y a disfrutar de la vida en las selvas tropicales del sur y el centro de América.

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La vida al revés

Los ancestros de estos animales andaban sobre sus patas y tuvieron que ir modificando su organismo para adaptarse a vivir mirando al cielo. John Nyakatura, de la Universidad de Jena (Alemania), ha estudiado su cuerpo con diversas técnicas de imagen (vídeo, escáner y rayos X), comparándolo con el de otros mamíferos de similar tamaño, como cabras y perros. El resultado muestra unas diferencias mínimas, cómo unos bíceps más desarrollados, pero con movimientos muy similares. «Es como si hubieran aprovechado todo lo que pudieron y sólo hubieran variado lo fundamental», comenta Nyakatura. Y entre lo que conservan también se encuentra la forma de controlar los movimientos a través del sistema nervioso.

Criando fama

Pero inmerecida. En libertad, los perezosos duermen una media de solo 9,63 horas diarias, 6 menos que sus colegas cautivos. Eso sí, se estresan poco.

Cuestión de garra

Las manos pueden tener dos o tres “uñas”, según las especies, pero los pies se sujetan con tres en todas ellas.

Qué pesada

Cuando se los separa del árbol, aunque sea para un breve control de peso, buscan permanentemente algún asidero.

No soy tan manso

Cuando se ven atacados, utilizan sus zarpas, se revuelven, muerden y profieren unos chillidos agudísimos.

A cubierto

Los de dos dedos, como estas crías, se adaptan mejor a la cautividad que los de tres dedos, y pueden vivir en ella durante 20 años.

¡Mira, sin mano!

Toda una exhibición de actividad. Los de tres dedos a veces incluso se sientan entre dos ramas a contemplar el panorama.

Madre postiza

En el Zoo de Nordhorn (Alemania) utilizan ramas de árboles y un peluche para que las crías se desarrollen en un entorno lo más parecido posible a su hábitat natural.

Todo terreno

Nada de vagos: son muy buenos nadadores. También la especie pigmea, a la que pertenece este ejemplar, que vive en la isla Escudo de Veraguas, a 17 km de Panamá.

Mimosín

Las hembras de tres dedos paren (en el árbol) una sola cría, que vive aferrada a ellas durante unos nueve meses.