El pez grande se come al chico. ¿Y cuando el chico se ha vuelto más y más chico? Pues tendrá que buscar más peces para saciar la misma cantidad de hambre. Si los encuentra, bien, y si no, también él se achicará y obligará a otro mayor a ejecutar la misma aritmética gastronómica. Y así sucesivamente.
El comienzo de esta serie de decepciones alimenticias bien puede estar en el plancton, esos seres diminutos que flotan en el agua y sustentan una larguísima cadena de depredadores. Ya se ha comprobado que sus dimensiones se han reducido a medida que la temperatura media del planeta ha ido aumentando. En el último siglo, 1ºC, con previsiones que auguran otros 6ºC más hasta finales de este.
Semejante cambio en las reglas del juego desencadena en la naturaleza un efecto dominó en varias direcciones. En busca de consecuencias, los expertos han detectado tres reacciones principales: el cambio climático obliga a muchos seres vivos a desplazarse hacia otras zonas, trastoca sus calendarios al adelantar o retrasar la floración, la reproducción o la hibernación, y encoge a las especies, como un mal lavado. Cada una de esas tres tendencias influye y se ve afectada por las otras dos.
En la reducción del tamaño se ha centrado un reciente estudio de la revista Nature Climate Change, en el que Jennifer Sheridan y David Bickford, de la Universidad Nacional de Singapur, recopilan evidencias en un extenso repertorio de literatura científica, y exploran sus causas y consecuencias. Entre los seres que ya la han sufrido han hallado representantes de los más diversos órdenes animales, si bien no todos reaccionan con la misma intensidad, ni al mismo ritmo.
Si no comes verdura…
Los procesos que desembocan en la pérdida de talla resultan diversos. Uno de los más evidentes comienza con zonas donde la sequía e incluso la desertificación originan plantas más pequeñas y menos nutritivas. Los herbívoros que se alimentan de ellas comienzan a pasar hambre y aparece el problema pez grande-pez chico.
Este efecto no se ha paliado ni siquiera con otro de los fenómenos asociados al cambio climático: el aumento en la concentración de CO2 en la atmósfera. Aunque se esperaba que contribuyera a regar la Tierra de plantas más frondosas y abundantes, no ha sido así. Un reciente estudio de Josep Peñuelas, de la Universidad Autónoma de Barcelona, ha confirmado que los árboles no han crecido más en los últimos 50 años, seguramente porque la falta de agua y nutrientes no les permite aprovechar ese CO2.
La obligada excepción se encuentra en las lianas de las selvas tropicales, que sí se han beneficiado del incremento de carbono.
En cuanto a la falta de nutrientes, Sheridan y Brickford la relacionan con dos causas principales: los incendios, que consumen el nitrógeno del suelo, y las lluvias torrenciales, cuya potencia puede llevárselos por delante. Según los patrones del cambio, los primeros se producirán con más frecuencia en las regiones subtropicales, que se irán secando, y las segundas en el Ecuador y las latitudes más altas, en las que se esperan niveles mayores de humedad.
Pero la relación entre tamaño y temperatura se establece también por medio de otro mecanismo: la tasa metabólica, o la cantidad de energía que necesitamos para realizar nuestras funciones fisiológicas básicas.
Huyendo hacia el frío
“Si eres más grande, tienes un gasto de energía mayor; pero cuando sube la temperatura, esa tasa metabólica aumenta más en los organismos grandes”, explica José Montoya, biólogo del Instituto de Ciencias del Mar, del CSIC. Es decir, necesitan comer más por el simple hecho de que haga más calor. Si no lo hacen, “como individuos, adelgazan o pierden tamaño; una especie sin recursos se puede llegar a extinguir”, añade Montoya. Una norma que se extrema especialmente en los llamados animales de sangre fría, como reptiles y anfibios, cuya temperatura varía con la del ambiente exterior. Estos animales siguen creciendo a lo largo de toda su vida y “si el metabolismo está muy acelerado, llegarán antes a la madurez, se reproducirán antes, su vida probablemente se acortará y por eso no llegarán a alcanzar tanto tamaño”, según Miguel Ángel Rodríguez, profesor de Ecología de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid). Uno de los autores del artículo de Nature Climate Change, David Bickford, predijo en otro estudio que, si se cumplen las predicciones de calentamiento, el metabolismo de los animales de sangre fría podría acelerarse hasta un 75% durante este siglo.
Además, existe otro mecanismo relevante, esta vez en los animales de sangre caliente, llamado de conservación del calor. “El calor lo perdemos por la superficie corporal, y un elefante tiene, en términos relativos, menos superficie que masa, mientras que un ratón tiene una superficie enorme respecto a su masa”, comenta Rodríguez. “Y por eso los animales grandes tienen una ventaja adaptativa para habitar en latitudes frías”. Al subir la temperatura, los seres de menor talla empiezan a encontrarse a gusto en zonas en las que hasta entonces temblaban de frío, “y el tamaño promedio de esas zonas se reduce”, destaca Miguel Ángel Rodríguez.
Ventaja evolutiva
Estos movimientos migratorios pueden originar un desequilibrio de los ecosistemas, tanto del abandonado como del nuevo hogar. En el caso de los peces, “especies de aguas más cálidas, como carpas y tencas, se están desplazando a zonas más frías, donde consumen algas y reducen la cantidad de energía que llega a las partes altas de la cadena trófica, a salmones y truchas, por ejemplo, que ya no encuentran tanto alimento”, asegura José Montoya, quien destaca que este fenómeno, bastante generalizado, se ha observado tanto en las costas de Inglaterra como en ríos de EEUU y Alaska.
Pero además, tanto si acaban de llegar como si gozan de pedigrí en un entorno determinado, el calentamiento otorga a los diminutos muchas papeletas para hacerse los dueños del lugar. La selección natural puede empezar a favorecerlos porque “los individuos grandes pueden verse penalizados, por así decirlo, ya que es mucho más costoso ser grande en un mundo más caliente”, afirma Montoya, pero también destaca que los pequeños “suelen ser individuos más débiles”, excepto por su ventaja para adaptarse al calor, lo que podría generalizar una peor calidad genética en la especie.
Otra implicación de las desventajas de los grandes se deriva de la mayor cantidad de interacciones que estos suelen tener dentro de su ecosistema. Así la dibuja Montoya: “La desaparición del jaguar en una selva tropical implicaría una proliferación de los herbívoros que suele consumir. Esos herbívoros empezarían a comer o dispersar semillas a una velocidad enorme, y cambiarían completamente la configuración de especies de árboles y plantas más y menos abundantes”.
Y a nosotros, ¿qué?
Si bien lo del jaguar nos cae muy lejos, existen consecuencias de la reducción de especies que pueden afectar directamente a nuestro plato. El estudio de Sheridan y Bickford destaca que las cosechas sufrirán terriblemente debido al preocupante avance de la desertización, la escasez de lluvias y lo imprevisible de su aparición e intensidad en determinadas zonas, precisamente cuando acabamos de alcanzar los 7.000 millones de terrícolas y se esperan unos 2.000 más en las próximas cuatro décadas.
De momento ya se ha registrado una disminución de tamaño en la principal fuente de proteínas para unos mil millones de personas: el pescado. La carpas y ciertos crustáceos de acuicultura son una muestra de ello. Los efectos de la temperatura se unen a los de la sobrepesca, y los autores aconsejan seguir estudiando el fenómeno si queremos seguir teniendo un pez que servir en la mesa. Grande o chico.
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