Reparar y reconquistar el terreno perdido a causa del fuego es una labor que requiere paciencia, medios y tiempo. No hay una fórmula exacta, y cada situación concreta necesitará actuaciones específicas. Desde el Centro de Investigaciones sobre Desertificación (CIDE), adjunto al CSIC, el experto en incendios y regeneración forestal Juli G. Pausas, nos ayuda a elaborar un esquema fundamental que nos servirá como guía para la vuelta a la vida.
Antes de iniciar cualquier tarea se debe realizar un estudio exhaustivo de las zonas afectadas. Un equipo de especialistas debe inspeccionar el terreno para examinar los daños en el ecosistema. En muchos casos, el terreno no necesitará actuación humana para recuperarse, pero si finalmente se decide reforestar artificialmente, el primer paso es recuperar el terreno sobre el que deberán renacer.
La vegetación representa una capa de protección que se nutre del terreno, pero también lo protege. Tras un incendio, con los arbustos y árboles calcinados, las lluvias actúan directamente contra el terreno causando inundaciones que erosionan el suelo y arrastrarán las semillas responsables de la próxima generación.
Así que el principal obstáculo es la posible erosión del terreno calcinado, sobre todo en zonas con pendientes. Los especialistas recomiendan alternar zanjas, fajinas y diques de contención que actúen como barrera en terrenos que superen el 10% de desnivel, así como la elaboración de cauces para controlar aluviones.
Retirar la madera quemada es una fase fundamental del proceso de recuperación, puesto que esta vegetación dañada terminará pudriéndose y atrayendo plagas de insectos que afectarán muy negativamente a la zona. Sin embargo, no todo lo quemado debe ser retirado, ya que en muchos casos los arbustos y ramas muertas aún pueden servir como ayuda y protección del terreno expuesto. Además, en este proceso de limpieza es importante determinar qué árboles han resultado carbonizados y cuáles pueden recuperarse. Proceso para el que es necesario un especialista, pues unos ojos inexpertos pueden ver un árbol totalmente quemado que en realidad mantiene el interior y las raíces intactas y capaces de recuperarse.
Tras las primeras etapas señaladas, el tercer punto es dejar que el terreno evolucione de manera natural. A pesar de lo que en un principio se pueda pensar, reforestar las zonas calcinadas no es una labor inmediata, y en la mayoría de los casos es la propia naturaleza la que mejor realiza esta función. Tras las labores de saneamiento y retirada de madera quemada, los expertos recomiendan dejar pasar un plazo de dos años antes de iniciar cualquier tarea de repoblación. El suelo debe recuperarse y recobrar su fertilidad. Reforestar antes de tiempo es muy poco eficaz, y puede resultar incluso contraproducente. Durante estos años de “barbecho” es conveniente supervisar la evolución del terreno y comprobar que el proceso va por buen camino. En primer lugar se irán afianzando las herbáceas, anuales y arbustos que ayudan a asegurar el suelo y preparan el resurgimiento de la masa forestal.
También se pueden aprovechar estos años para recuperar cortafuegos, caminos y puestos de vigilancia forestal, adelantando la estructura del nuevo bosque que surgirá sobre lo quemado y evitando nuevos incendios que podrían echar por tierra toda la recuperación de un suelo que en esta etapa se encuentra en un estado muy frágil. El fuego ha sido durante millones de años un elemento más de la naturaleza. Su acción ha configurado la vida y ha obligado a adaptarse a muchas especies vegetales, las llamadas especies pirófitas, que con el tiempo han desarrollado mecanismos de defensa y renovación.
En la mayoría de los casos es la propia vida la que surge de nuevo desde las cenizas sin ayuda humana. Pero si no es así, debemos realizar un plan de reforestación. En España, esta está dirigida a ayudar a las especies menos acondicionadas y a recuperar las zonas más afectadas, cuya capacidad de regeneración natural sea inviable, siempre con un análisis previo de la vegetación, la orografía y las cualidades individuales de cada terreno.
Se debe comenzar por utilizar semillas de herbáceas y arbustos que fijen el suelo antes de la reforestación de árboles. Para ayudar a que la plantación sea eficaz y que los ejemplares repoblados puedan subsistir a los duros inicios, se pueden utilizar hidrogeles mezclados con los sustratos y abonos. Se trata de polímeros en forma de perlas, capaces de absorber agua hasta cientos de veces su peso, reduciendo así la mortalidad de lo plantado y mejorando el desarrollo y crecimiento más rápido.
Una vez que el suelo sea favorable, se recomienda utilizar especies autóctonas, utilizando plantones de un año o año y medio procedentes de los viveros especializados en cada zona.
Los árboles de cada región han evolucionado durante millones de años amoldándose a las condiciones del lugar, y por eso su regeneración es más eficaz y respetuosa con el entorno y las especies animales adaptadas a él. Además de recuperar la vegetación, existe una fauna que depende del ecosistema desaparecido y que puede verse afectada si se utilizan especies foráneas.
Por último hay que tener en cuenta que cada terreno afectado tiene sus características propias. Y sobre todo hay que saber que recuperar un entorno que ha tardado décadas, o incluso siglos, en formarse necesitará de un plazo de tiempo similar para volver a ser lo que era.
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