Aquello debió de ser una jaula de grillos. Los directores de todos los grandes zoos de EEUU y algunos australianos se reunieron hace pocos meses en el Cannisius College de Buffalo (Nueva York) para imaginar cómo serán esos parques en las próximas décadas. Leyendo los resúmenes de las ponencias se diría que son unos fieras en el arte de fantasear sobre los nuevos modos de conservar y exhibir animales.
La propuesta más llamativa rugió en la prensa de medio mundo: “resucitar” mediante clonación especies extinguidas. Pero, arañando un poco más en las ideas de los asistentes, se da uno cuenta de que no son todo fábulas, aunque aún hay mucho que hacer. El primero que lo reconoce es, digamos, el “macho alfa” de aquel Simposio sobre el futuro de los zoos, el biólogo Michael Noonan. “Resucitar especies extintas no es realista antes de 20 años. Esta llamada ‘neogénesis’ será más fácil con especies que aún conservan algún pariente evolutivo vivo, como el pájaro dodo (parecido al albatros), la quagga (similar a una cebra) y el mastodonte (cercano al elefante)”, cuenta a Quo desde su despacho del departamento de Comportamiento Animal, Ecología y Conservación del citado centro universitario de EEUU.
Eso “conllevará una labor paleontológica previa para imaginar y recrear el conjunto sistémico: qué otra fauna y flora vivía junto a esa especie”, añade Francisco Torner, biólogo y director de control de gestión del Oceanogràfic de Valencia. Y si le hablan de las implicaciones éticas, Noonan lo ve desde esta perspectiva: “El hombre acabó con muchas especies: ¿no estaría bien que ahora fuera él quien las recuperara?”
Mientras eso ocurre, algunos zoos se plantean una posibilidad también atrevida y quizá polémica: “retocar” genéticamente especies agresivas (como los felinos) para que segreguen más endorfinas y sean menos fieras, de modo que los ejemplares anden como si tal cosa entre los visitantes, que podrían disfrutar de ellos bien cerca, tocarlos… ¿No es poco ético o, al menos, un poco antinatural? El norteamericano lo admite, pero lanza un suave zarpazo: “¿No es lo mismo que hemos hecho con la domesticación de perros y gatos?”
Visto hoy, el director del Zoo de Madrid prefiere emplear mejor el tiempo en investigación: “No creo que ninguno de nuestros biólogos se prestara a eso”. No obstante, los tres biólogos coinciden en que nos encaminamos a parques zoológicos mucho más interactivos. Se busca convivir lo máximo con los animales, observarlos lo más cerca posible e incluso introducirse en sus hábitats perfectamente recreados sin causarles perturbaciones. Es el concepto que todos llaman “inmersión”.
Ricardo Esteban cuenta cómo uno de los éxitos de su zoo es la instalación de lémures, a la que se puede entrar en grupos pequeños. Y esa misma sensación de “presencia” la logra el Oceanogràfic de Valencia, en el que ya se recrean “porciones” de varios mares a base de enormes tanques de agua –de hasta 7 millones de litros– con paredes de metacrilato imperceptibles que dan la sensación de estar nadando con tiburones. Su idea –y la de Esteban– es que en unos años se pueda nadar entre peces de zonas de diferentes puntos del globo en grandes peceras. Es algo que comienza a ensayarse tímidamente.
Otra propuesta que el zoólogo Michael Noonan relató a Quo fue la de los zoos robóticos. “En un futuro cercano habrá avances en la neurociencia que permitan mapear el cerebro de un animal”, cuenta el director del simposio. “Si eso ocurre, podremos replicar sus costumbres, actitudes y movimientos en un animal artificial”, y así disfrutar de seres casi clónicos pero inofensivos, termina. Noonan lo dice al hilo de otra idea que sobrevuela en algunos laboratorios: cultivar in vitro tejidos vivos para dar a los replicantes un aspecto totalmente real. ¿No podrían hacer esto también con los políticos?
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