La llamada “rana de Australia” desapareció de la faz de la Tierra en 1983, y unos tejidos guardados en un frasco son lo único que queda de ella. Los humanos nos encargamos de alterar su hábitat y de esparcir el hongo que la aniquiló. Pero su extinción “no será para siempre”, asegura Michael Mahony, del Proyecto Lázaro: “Es posible que dentro de un par de años tengamos de nuevo algunos ejemplares vivos”. Mahony es un experto en clonación y en ranas, y se enamoró de Rheobatrachus silus por su extraña capacidad de incubar los huevos en el estómago para, después, parir por la boca. Ningún otro animal conocido es capaz de transformar su estómago en útero. Ahora, el científico está decidido a usar la tecnología para traerla de vuelta al mundo.
Un movimiento que lucha por la vuelta a la existencia
Durante cinco años, buscó resucitarla de entre las especies en extinción. En febrero de 2013, él y su equipo lograron crear varios embriones con su material genético, aunque ninguno sobrevivió. Fue como verla morir y desaparecer por segunda vez. El Proyecto Lázaro es el ejemplo, hasta cierto punto, con más éxito del uso de técnicas de clonación para revivir a una especie extinta. No es el único. Numerosos científicos visionarios aplican la llamada “biología de la resurrección” como parte de un movimiento internacional bautizado como “desextintion”: buscan resucitar especies que se perdieron en años recientes, como el bucardo (una cabra de monte que se extinguió en el año 2000) y el tigre de Tasmania, marsupial extinto desde 1930. Otros prefieren viajar más atrás en el tiempo para tratar de resucitar animales icónicos, como el pájaro dodo, cuyo último ejemplar murió en 1680, y el mamut, inexistente desde hace 4.000 años.
El proyecto estadounidense Resucita y Restaura tiene una lista de veintitrés variedades de aves, mamíferos e insectos que, en opinión de los expertos, podrían vivir de nuevo en los próximos años. De todos ellos se cuenta con muestras de ADN con menos de 500.000 años de antigüedad, y se conoce al pariente genético vivo más cercano. Además, cada uno cumplió en su momento una función ecológica importante. Pero, ¿por qué resucitar estas especies?
Padres sustitutivos para los revividos
Los expertos afirman que el ritmo actual de desaparición de especies es entre 1.000 y 10.000 veces más vertiginoso que el proceso natural de extinción. “Lo que significa”, según Terry Gosliner, decano de la Academia de Ciencias de California, “que muchas dejan de existir incluso antes de que las conozcamos y estudiemos”.
George Church es un maestro en la manipulación genética. El coautor de Regénesis, el primer libro almacenado en una molécula de ADN, está convencido de que el ser humano está obligado a remediar el daño que ha provocado al planeta. Su convicción es tan clara que apoya firmemente un proyecto encaminado a resucitar a la paloma migratoria, extinta desde hace un siglo.
Ben Novak es el científico que está al frente de esta misión, y se interesó por esta ave en cuanto supo que su desaparición ha sido una de las más rápidas de la historia. En solamente 25 años pasó de ser una de las más numerosas de Estados Unidos (se estima que había miles de millones de ejemplares) a desaparecer por completo. Las crónicas cuentan que la vendían en los mercados a 31 centavos de dólar la docena, para ser consumidas como alimento y para usar sus plumas como relleno de colchones.
Novak se propuso resucitarla hace dos años. Y todo indica que puede ser posible. ¿Pero qué sucede con el material genético? “No hay problema”, asegura Novak, ya que existen cerca de 1.500 ejemplares en colecciones privadas y en museos de historia natural de los que es posible obtener muestras de ADN para conocer su genoma. Para resucitar a la paloma se necesitan padres sustitutos. Estos deben pertenecer a la criatura viva que sea genéticamente más cercana. Hoy se sabe que esa especie es la paloma de collar.
El plan del biólogo consiste en obtener la secuencia genética de ambas, para encontrar las diferencias que hay entre ellas. Una vez detectadas, Novak y su equipo piensan editar el material genético de una célula germinal de la paloma de collar, para que este coincida al 100% con el del ave extinta. Dicha célula se implantará en el huevo de la primera, para que se desarrolle con el pollo que, al reproducirse, creará una paloma completamente idéntica a la que desapareció hace un siglo.
Pero editar el material genético de una especie para hacerlo coincidir con el de otra no es fácil. Hasta ahora no hay precedentes. Al menos con aves. George Church desarrolló la técnica Multiplex Automated Genoma Engineering (MAGE), aplicada con éxito para alterar los genomas bacterianos. Novak cree que es posible usar esa misma técnica para resucitar a la paloma migratoria.
La cabra que solo vivió siete minutos
Editar el material genético de una especie viva para que esta adquiera las características de la extinta es solo una de las técnicas que se están analizando. La otra, mucho más conocida, ya se aplicó con éxito y se llama “clonación por transferencia nuclear celular”. Esta es la que usaron Ian Wilmut y Keith Campbell para clonar a la oveja Dolly en 1996. Entonces, nadie pensó que seis años más tarde un biólogo español, Alberto Fernández-Arias, la usaría para recuperar una especie extinta de cabra: el bucardo. El último ejemplar fue una hembra de doce años llamada Celia. Fernández-Arias decidió capturarla y tomar muestras del tejido de su oreja, para preservar su línea genética. Se le puso un collar con rastreador y así fue como se supo que Celia murió el 6 de enero del año 2000.
Tres años después, Fernández-Arias clonó a Celia. Recuperó la muestra del tejido de oreja que obtuvo con anterioridad y creó 154 células embrionarias que implantó en las 44 cabras domésticas que servirían de madres surrogadas. Cinco de ellas entraron en estado de gestación, pero solo una cría logró desarrollarse por completo. El 30 de julio de 2003 nació una hembra de bucardo de 2,6 kilos. Aunque únicamente vivió durante siete minutos, mostró al mundo que es posible resucitar especies animales de entre los muertos.
Michael Mahony, de la Universidad de Newcastle, asegura que estamos en la antesala de “una nueva era de conservación” que requiere la creación de bancos de material genético de animales en riesgo de extinción. Pero la “biología de la resurrección” no es un tema aceptado por toda la comunidad científica. La investigadora Malgosia Nowak-Kemp, jefa de colecciones del Museo de Historia Natural de la Universidad de Oxford, considera que recuperar especies extintas no tiene sentido, pues el hábitat en el que vivieron ya no está.
¿Volverán los mamuts a caminar sobre la tierra?
Nowak-Kemp es una experta en el dodo, una de las aves incluidas en la lista de candidatos a resucitar. “Si volviera a existir, ¿dónde lo pondríamos? De volver a nacer, el dodo quedaría nuevamente expuesto a los depredadores que acabaron con él hace cientos de años”, enfatiza. Pero, ¿y si, además de la especie, pudiéramos recuperar su hábitat?
El científico ruso Sergey Zimov decidió que para resucitar al mamut primero había que recrear su entorno, y en 1988 reunió a un grupo de colaboradores para organizar una reserva de 160 kilómetros cuadrados que llamó Parque Pleistoceno. El lugar está al noreste de Siberia, donde ya no existe la tundra. Para recuperar el entorno, introdujo especies cercanas a las que habitaron la región en el pasado. En un
artículo publicado en Science en 2005, cuenta que llevó 32 caballos Yakut y docenas de bisontes, toros almizcleros, ciervos, lobos y osos. En veinticinco años transformó aquello de forma drástica, y hoy parece listo para recibir a un gran huésped: el mamut. Solo falta resucitarlo. Pero, ¿es factible?
Actualmente, el investigador japonés Akira Iritani, de la Universidad de Kioto, afirma que el proyecto para clonar a un ejemplar está muy avanzado y que podría culminar en 2016. Paralelamente, el surcoreano Hwang Woo-Suk, famoso por cometer un fraude en sus experimentos para replicar embriones humanos, ha anunciado también que ha llegado a un acuerdo con la Universidad de la República de Sakha para clonar un mamut. Pero ambos anuncios han sido recibidos con escepticismo por la mayor parte de la comunidad científica.
Adrian Lister, experto en mamíferos proboscídeos del Museo de Historia Natural de Londres, ha estudiado las muestras de ADN extraídas a Lyuba, una cría de mamut que fue encontrada en Siberia y trasladada en una maleta a la capital inglesa, donde actualmente se exhibe. “El material genético en Lyuba está muy fragmentado y no está organizados en células. Gracias a él hemos podido llegar a nuevos y fascinantes descubrimientos sobre los mamuts, pero no soy de los que se frotan las manos pensando en que la clonación está a la vuelta de la esquina”, explica el experto.
Los científicos han sido capaces de descifrar un 70% del genoma del mamut. “Pero para clonar un ejemplar, aún falta información crucial”, prosigue Lister. “Una manera de encontrarla es modificando el genoma del elefante hasta llegar al del mamut, pero eso requeriría hasta 400.000 modificaciones”
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