Majar bien el interior del tronco con una rama de la propia palmera. Cuando la consistencia sea cremosa, soltar la rama e ingerir con fruición. La receta es seguida a diario por los chimpancés de Bossou (Guinea). Sus primos los capuchinos sudamericanos prefieren desgajar los frutos de la palmera y dejarlos secar al sol antes de usarlos como aperitivo. Pero la estrella Michelin de la naturaleza debería ir a parar a un panal. La solución de las abejas para evitar que el néctar se fermente pasa por extraer su contenido en agua y añadirle un aliño de enzimas que transforma la composición de sus azúcares hasta convertirlo en la miel que también nos deleita a los humanos.
Algunos ratones se hacen su propio ‘queso’. Dejan pudrise un poquito las semillas de perejil y las degustan como un cabrales
En la gran cocina del mundo animal, siempre abierta, los arrendajos usan hierbas aromáticas para ahuyentar parásitos del nido, y los luganos más listos encuentran con más facilidad que los menos avispados frutos ricos en carotenoides para resaltar el amarillo “sexy” de sus plumas. Según Joan Carles Senar, del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona, las preferencias alimentarias animales van hacia lo que les sienta bien, “porque en ellos la selección natural funciona mucho más que en nosotros”. Aquí tienes una muestra de los usos y costumbres que se han perfilado como ganadores a pedir de boca.
Cómo es posible que los carroñeros se lancen (y sobrevivan) a un menú a menudo podrido y mezclado con heces? Echándole estómago. El aparato digestivo de los buitres da el alto a la mayoría de los patógenos.
De los 528 tipos de microbios con que se rebozan el pico mientras devoran, solo 76 llegan a sus intestinos, según descubrieron los daneses Lars H. Hansen y Michael Roggenbuck. Muchos de esos campeones matarían a otros seres vivos, por eso los jugos gástricos del ave destruyen a la gran mayoría. Sin embargo, otros prosperan a sus anchas en sus tripas, lo que hace sospechar a los investigadores que incluso pueden beneficiar a los buitres. Seguramente las bacterias les ayudan a descomponer la carroña en nutrientes que sus cuerpos pueden absorber.
Tienen cientos de plantas para elegir y más de la mitad de los insectos que se alimentan de ellas desayunan, comen y cenan solo las de una especie. Una manía que aumenta cuanto más cerca del trópico. El reciente estudio que la ha cuantificado, de Matthew Forister, nos ayudará a luchar contra las plagas.
Otros animales se muestran más flexibles. Los carboneros, por ejemplo, prefieren las arañas a las orugas. Joan Carles Senar explica que los individuos a los que se les da mejor la caza consiguen más arañas y otros tienen que conformarse con lo que encuentran. Los pollos que comen más arañas, con taurina, que favorece las conexiones neuronales, crecen mejor. Sus padres les quitan las patas, que llenan pero no alimentan.
En zonas nórdicas, el frío puede ayudar a conservar mejor las presas atesoradas. Lo malo es hincarles el pico cuando están congeladas. Por eso, los búhos boreales y las lechuzas norteñas recurren a un calentador muy socorrido: su propio cuerpo. Soren Bondrup-Nielsen vio cómo se sentaban encima de ratones helados, en la misma postura en que incuban los huevos, e iban ingiriéndolos por pedazos a medida que se templaban por encima de los 0ºC. También se ha observado que el búho americano y la comadreja común conocen este truco.
A falta de potitos, los lobos y muchas especies de aves suavizan el alimento para sus crías ingiriéndolo antes y regurgitándolo en sus bocas/picos. Como ventaja añadida, con este sistema pueden pasarles bacterias del aparato digestivo que les ayuden a ir madurando el suyo propio. Las obreras jóvenes de la abeja Trigona hypogea predigieren los cadáveres que almacenan hasta convertirlos en un gel marrón al que inoculan varios bacilos antes de dárselos a las larvas, que así metabolizarán mejor las proteínas. Otros, como el pájaro cascanueces, añaden el valor proteínico a la dieta de piñones molidos de sus recién nacidos aderezándolos con pequeños insectos.
Como nos enseñaron la cigarra y la hormiga, conviene hacer acopio de reservas para los tiempos duros. Pero hay que procurar que se conserven bien. Nuestra moda de los alimentos deshidratados ya la practican desde hace mucho las ratas canguro: ponen a secar las vainas de una planta cercana a la mostaza antes de dejarlas en su madriguera cubiertas de tierra. Lo mismo hacen con los champiñones las ardillas rojas. Menos precavidos, los pájaros carpinteros se aplican dándoles la vuelta una y otra vez a las semillas acumuladas, para evitar el moho. Sin embargo, este ingrediente parece agradar a los ratones Perognathus intermedius, que dejan pudrirse un poquito las semillas y las degustan como nosotros un buen cabrales. No se sabe si así las digieren mejor o se benefician de su humedad en las zonas más secas.
Para gustos, los colores. Y las aves lo tienen claro: donde estén los frutos rojos y/o negros, que se quiten los demás. Especialmente, los verdes. Eso es lo que comprobaron en un estudio con aves del Asia tropical. Los autores deducen que la preferencia de esos pájaros frugívoros, que esparcen las semillas de las plantas, ha llevado a una prevalencia de frutos oscuros y escarlatas en las selvas de la zona. Esa relación entre el gusto alimentario y la tonalidad del paisaje también se ha mencionado en pájaros australianos y las flores de cuyo néctar se alimentan.
Joan Carles Senar explica que la preferencia por un color puede deberse al momento de mayor valor nutricional.
En las selvas de América Central y del Sur las hormigas cortadoras de hojas son las principales usurpadoras del follaje a los árboles. Las Atta cephalotes cortan las hojas, las mastican, les añaden saliva y materia fecal, y se las dan a los hongos que cultivan en sus hormigueros. Estos digieren este plato preparado y, con sus nutrientes, desarrollan filamentos, o hifas, que a su vez sirven de alimento a las hormigas. De esta forma, las hojas procesadas alimentan a dos especies.
Las hormigas Myrmecocystus mexicanus dan un curioso destino al néctar sobrante que recolectan: lo acumulan en los abdómenes de un grupo de obreras que se fijan a la bóveda de una cámara especial del hormiguero. Ellas lo regurgitan a sus compañeras, seguramente bien conservado por su propio sistema inmunitario.
Y ciertas abejas sin aguijón estimulan a otros insectos para que les segreguen los desechos de la savia que han chupado de las plantas.
Empaladas. Así dejan los alcaudones a sus presas –muy grandes para comerlas de una vez– en las ramas de cualquier árbol. Luego se acercan y las van picoteando a placer. Se ha comprobado que a veces ese tiempo de “secado” sirve para que se pase el efecto venenoso de alguna víctima, como los saltamontes bobo (Romalea guttata).
Pero los hay aún más “sádicos”: la musaraña colicorta americana induce el coma en sus lombrices o insectos con su saliva y los conserva vivos hasta cinco días. Y el topo europeo se come un trocito de las lombrices que atrapa antes de enterrarlas. Así no se van.
Ni los huevos, ni los escarabajos que comen las mangostas vienen abiertos. Para sacarles la chicha, estos roedores los estrellan contra algo duro o bien los sujetan con las manos y los muerden. Pues bien, cada individuo utiliza solo uno de los dos métodos, y siempre es el que aprende del “mentor” –hermano mayor, tío o compañero de grupo– que se encarga de él desde su nacimiento en la sociedad mangostil.
Los chimpancés, sin embargo, eligen los palos o piedras con que abren los frutos secos según las características que los hacen más aptos para cada tarea. Según analizaron en el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, tienen en cuenta el peso, material y dureza.
A los machos de avutarda les da por zampar como posesos dos tipos de escarabajos venenosos para cualquier otro. También para los parásitos intestinales que pueden adquirir por transmisión sexual. Juan Carlos Alonso, del Museo de Ciencias Naturales/CSIC, ha descubierto que los utilizan no solo para encontrarse mejor, sino para tener un aspecto más saludable ante las hembras y vencer en la ardua competencia por sus favores.
Nuestra recomendación final
En los parques de Zanzíbar no es extraño ver a varios monos colobos de picnic en los restos de una hoguera. Su plato principal: carbón. Todos los miembros del grupo echan mano de algún tizón y lo mordisquean con interés en un gesto que, al parecer, aprenden de sus madres. El ingeniero químico David Cooney comprobó que ese carbón absorbe muy bien las sustancias potencialmente tóxicas de las hojas de mango y almendro indio, las estrellas de la dieta de los colobos. El picnic carbonero equivale a nuestro ¿licor de hierbas?