La respuesta no es la inflación que sufrimos en España, y la sandía es solo la punta de un iceberg, aunque sería mejor metáfora decir que la sandía es un grano de arena en un desierto, el que se nos avecina.
Tirar del hilo del precio barato de la sandía en Alemania cultivada en España conduce a la raíz de un problemón que los expertos no paran de vocear sin que llegue a oídos de nadie.
“Nos quedamos sin agua en España para que unos pocos se llenen los bolsillos y los alemanes tengan sandías baratas”, clama Fernando Maestre, experto en tierras áridas, uno de los científicos más citados del mundo, investigador en la Universidad de Alicante. Él, y los que como él conocen la evolución de las tierras de regadío, la inflamación de los cultivos, la pena que dan los acuíferos agotados… y hacen proyección de futuro, no paran de reclamar que se tomen medidas urgentes para frenar la hecatombe.
Entrevista a Fernando Maestre. Yo no pienso irme a Marte
Hace unos días, Fernando Maestre puso un sencillo mensaje en Twitter mostrando el precio de la sandía en Leizpig, con este mensaje:
A partir de ahí, muchos medios de comunicación hicieron hueco a su mensaje, pero en pocos sitios se ha explicado qué hay detrás.
“A mucha gente se le llena la boca hablando de los millones de euros que genera la exportación hortofrutícola, sin embargo, los municipios de más de 200.00 habitantes más pobres de España, según los datos oficiales de renta per cápita del INE, tienen una economía dependiente del regadío y/o los invernaderos. El más pobre es Níjar, en Almería, seguido de Vícar y Los Palacios y Villafranca. Entre los 15 más pobres también están Adra y El Ejido. Todos ellos viven fundamentalmente de cultivos de regadío. Algo está fallando en este sistema”, explica Fernando Maestre.
Los pueblos donde crecen las sandías, las mismas que llegan a Alemania y a Alicante, están entre los más pobres de España
El sector hortofrutícola español produce 3,5 millones de toneladas al año y genera más de 2.200 millones de euros en localidades como Níjar, Vícar, Adra y El Ejido, cuya población está a la cola del país en riqueza, alrededor de los 8.000 euros al año por habitante.
Así, los pueblos donde crecen las sandías, las mismas que llegan a Alemania y a Alicante, están entre los más pobres de España.
Fernando Maestre escribe un blog junto a otros dos investigadores, expertos en clima y desertización, en Investigación y Ciencia. En este blog, Jaime Martínez-Valderrama ha publicado un documentado texto en el que explican lo que está ocurriendo y por qué.
Este es el paso a paso resumido del bucle al que nos ha llevado el precio de la sandía explicado en el artículo para Investigación y Ciencia:
En Alemania, Dinamarca y otros países del centro de Europa crece la preocupación por mantener una alimentación rica en fruta y verdura, a lo largo de todo el año, también, en invierno. Esto significa que hay que producir masivamente productos que no son de invierno. Los invernaderos son la solución.
Un tomate producido en invierno, en una zona semiárida con escasez de recursos y que viaja 3000 kilómetros para llegar al supermercado, no puede ser ecológico (en el sentido más amplio de la palabra, independientemente de los fitoquímicos que se utilicen).
Comer todo el año yogur con frambuesas, y este es solo un ejemplo entre muchos, es posible porque las frambuesas se cultivan en un ambiente mediterráneo a costa de humedales que cada vez tienen menos agua y que, además, generan un reguero de residuos plásticos que no se reciclan.
Las macro cadenas de supermercados, que no son españolas, detectan que se avecina una demanda enorme de sandía, por continuar con el ejemplo. Entonces se pone en marcha un perverso mecanismo, conocido como «treadmill of production«: ¿Cómo conseguir un suministro de sandías constante durante todo el verano a un precio tan bajo? Encargando muchas de golpe, y pagando por adelantado, presionando a los productores para que el precio sea muy muy muy bajo.
Todo esto ocurre mucho antes del verano. Y los agricultores se organizan para poner en producción los invernaderos que sea necesarios (conviene producir algo más porque no cumplir con el acuerdo acarrea graves sanciones) y sacar agua de dónde sea.
Para conseguir agua en Almería, Cartagena y Murcia, a menudo recurren a pozos ilegales, desalobradoras ilegales, y presiones a la administración.
Los salarios a los trabajadores del campo son irrisorios, lo que permite producir a precios bajísimos.
Los salarios son irrisorios, en muchos casos fuera de la legalidad y en condiciones indignas, de explotación. Con esto, se consigue que el consumidor alemán tenga su sandía a un precio que a veces resulta ser más barato que en el supermercado que está a doscientos metros del invernadero.
La gran distribuidora o supermercado aprieta las tuercas al agricultor para conseguir el precio que demandan sus clientes.
Para que todo el mundo esté tranquilo se ponen etiquetas que recuerden que eso que se está comiendo es muy ecológico (al fin y al cabo así es legalmente porque tiene un sistema de riego por goteo y ¡control biológico!; pero nadie pone en la etiqueta de la sandía que compran los concienciados consumidores alemanes que proceden de terrenos de cultivo en los que los acuíferos se están agotando irremediablemente.
En el proceso, si sobran sandías se tiran. Es habitual que eso ocurra, y que los precios caigan tan bajo que no merezca la pena ni cosecharlas.
En el «treadmill» solo gana el que tiene mucho músculo financiero, como pasa en la bolsa. Y al que tiene músculo financiero le importa poco que se sequen los pozos o que se degrade el ecosistema.
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