Psicología

Cómo afectan las emociones al pensamiento político

El pensamiento político, la ideología, a quién votas, por qué estarías dispuesto a salir a la calle, por qué no entiendes que otros voten justo a quien tú enviarías al más profundo de los infiernos de Dante….

A lo largo de la historia, se han dado distintas respuestas a estas preguntas. Ahora, han analizado el papel que juegan las emociones detrás del pensamiento político, y el resultado es un asombro tras otro.

El exhaustivo estudio lo ha elaborado la Comisión Europea, y muestra el peso de las emociones por encima de la razón en la mayor parte de los casos, además de analizar la complejidad de nuestro cerebro político, establece pautas sobre cómo deberían actuar los políticos para que el sistema no se resquebraje aún más.

El informe “Comprender nuestra naturaleza política”, realizado por el Centro Común de Investigación (CCI) de la Comisión Europea con el apoyo de 60 expertos internacionales, se acaba de publicar en castellano, y lo puedes descargar completo aquí.

El enrevesado cerebro político

  • A las personas les gusta compartir noticias falsas, en especial si son políticas. Tiene que ver con las emociones que despiertan.
  • Si nos muestran evidencia científica contraria a nuestras ideas. No vamos a cambiar de idea, vamos a dudar de la evidencia científica.
  • Las personas mal informadas no se consideran ignorantes; sostienen hechos que creen que son verdaderos.
  • Las noticias falsas, sobre todo las políticas, se difunden «significativamente más lejos, más rápido, con mayor profundidad y de manera más amplia que la verdad».
  • Cuanto más se repite una información, más posibilidad hay de que se considere verdadera.
  • Las personas enfadadas son menos propensas a buscar información y tienen más probabilidades de adoptar una actitud cerrada, mientras que la ansiedad puede llevar a un procesamiento más profundo de la información.

Según el estudio, la complejidad, los problemas retorcidos, la abundancia de información, la velocidad del cambio, la incertidumbre, la información falsa, el populismo, los nuevos modelos de gobernanza y las tecnologías digitales están creando la necesidad de cambiar la manera de formular las políticas.

Pero todos los agentes de este ecosistema, ya sean políticos, funcionarios públicos o ciudadanos, también son seres humanos, no algoritmos. Así que nadie queda a salvo del peso de las emociones, y de los mecanismos naturales con los que el cerebro humano digiere y forma el pensamiento político.

¿Cuándo es posible cambiar de opinión?

Difícil es que alguien cambie de ideología política. El estudio muestra que si un asunto toma un cariz político, como ha ocurrido con el cambio climático, será sumamente complejo mover su pensamiento a otra orilla.

De hecho, según el informe, cuanto más reflexionan las personas de manera analítica acerca de un asunto determinado, más probable es que terminen sumándose a una ideología política.   Esto ocurre con el cambio climático, y con otros asuntos como la investigación con células madre o la evolución humana (en este último caso especialmente en EE.UU, donde Darwin están muy politizado).

Hay otros temas de interés, sin embargo, que no se han alineado con una u otra ideología, como la nanotecnología o los alimentos transgénicos. Si no hay ideología política por medio,  el estudio demuestra que cuando se proporciona evidencias que contradice creencias arraigadas, es más probable que cambien.

El gráfico muestra en qué temas es más fácil que cambiemos de opinión si nos muestran evidencias científicas. Es mucho más fácil que cambie nuestra opinión sobre Thomas Edison que sobre el aborto. Las cuestiones que están unidas a la ideología, es mucho más difícil modificarlas.

 

Tendemos a sobrestimar lo que nos preocupa

Cuando las personas están preocupadas por un problema concreto, tienden a pensar que este está más generalizado de lo que realmente lo está; lo cual hace que se preocupen aún más.

Por ejemplo, los europeos tienden a sobrestimar de manera sistemática la cantidad de inmigrantes en su país.

Del mismo modo, las personas en los Estados Unidos piensan que el 25% de las adolescentes dan a luz cada año, cuando en realidad es el 3%, y en Italia, las personas piensan que la mitad de la población tiene más de 65 años, pero la cifra correcta es el 21%.

Esto también incluye otros aspectos. Las personas tienen tendencia a centrarse en la información negativa. Este tipo de información permanece viva en su memoria, lo cual hace que sea más fácil recordarla y hace que sobrestimen la prevalencia de estos fenómenos que de otra manera son poco comunes.

El gráfico muestra la realidad del número de migrantes en distintos países europeos, y lo que la opinión pública piensa:

Estamos cada vez más expuestos a información falsa

Vivir en un mundo de «posverdades» implica que apelar a las emociones y las creencias personales tiene una mayor influencia en la formación de la opinión pública que los hechos. Sin embargo, los datos siguen desempeñando un papel en la configuración del debate político, en especial cuando se debaten realidades sociales y políticas complejas y controvertidas.

El problema es que las personas tienen una percepción errónea de la realidad, en particular en relación con cuestiones políticamente importantes. Las percepciones erróneas son distintas de la ignorancia.

Se trata de la diferencia entre no estar informado y estar mal informado, entre no tener la respuesta correcta a una cuestión fáctica y mantener una creencia falsa acerca de la respuesta.

Las personas mal informadas no se consideran ignorantes; sostienen hechos que creen que son verdaderos. Cuando las personas no saben mucho acerca de un tema, pueden estar más abiertas a recibir nueva información, pero cuando tienen percepciones erróneas al respecto, pueden pensar que están relativamente bien informadas, lo cual las hace más resistentes a la nueva información.

Si bien no hay pruebas que sugieran que la cantidad de personas no informadas haya aumentado en las últimas décadas, existe una creciente preocupación con respecto a la información falsa en la política contemporánea.

Algunos ejemplos típicos son la proporción de estadounidenses que niegan el cambio climático o que creen equivocadamente que la vacuna contra el sarampión genera autismo en los niños.

Las teorías de conspiración determinan en gran medida las creencias de las personas y pueden ser muy difíciles de rebatir. Resulta preocupante que el interés público en estas teorías parece aumentar, mientras que la participación en el proceso político parece disminuir.

La irrefrenable corriente del bulo

Un estudio en 2018 investigó la difusión diferencial de noticias verdaderas, falsas y mixtas en Twitter. Analizó 126 000 historias, tuiteadas y retuiteadas alrededor de 4,5 millones de veces. La noticia falsa se difundió «significativamente más lejos, más rápido, con mayor profundidad y de manera más amplia que la verdad». Por ejemplo, mientras que el primer 1% de noticias verdaderas rara vez llegó a más de 1 000 personas, el primer 1% de noticias falsas llegó por lo general a entre 1 000 y 100 000 personas.

Además, las noticias verdaderas tardaron seis veces más que las falsas en llegar a 1 500 personas. Si bien esta tendencia se produjo en todas las categorías de información, fue particularmente cierta para las noticias políticas.

Cuando Twitter anunció un crecimiento negativo de usuarios tras suspender 70 millones de cuentas sospechosas, sus acciones cayeron un 21%.

Todas las grandes plataformas de Internet —Facebook, Google, Twitter— han intensificado sus esfuerzos para combatir este problema. Sin embargo, sus intereses no necesariamente coinciden con los de las autoridades públicas. Cuando Twitter anunció un crecimiento negativo de usuarios tras suspender 70 millones de cuentas sospechosas, sus acciones cayeron un 21%.

En resumen, a las personas les gusta compartir noticias falsas, en especial si son políticas.

Luchar contra la información errónea y la desinformación es uno de los grandes desafíos del siglo XXI. Las noticias falsas pueden volverse virales en cuestión de horas, lo cual no deja a los verificadores de hechos tiempo suficiente para revisar manualmente la información y desacreditarla o darle de alguna manera una menor prioridad en los algoritmos de las plataformas de redes sociales.

Una guía para la política del futuro

Ente las muchas sugerencias del informe de la CE, incluye la propuesta de que en las escuelas se impartan conocimientos sobre cómo piensan los seres humanos, ya que ayudaría a los ciudadanos a reflexionar más acerca de su propia manera de pensar.

Pero, fundamentalmente, el informe apunta a explorar las emociones mucho más de lo que se ha hecho hasta ahora, para poder construir políticas que lleguen a los ciudadanos.

No se trata únicamente de los hechos. Los debates no se ganan recurriendo únicamente a los hechos. Algunos hechos interesan a las personas que comparten ciertos valores y no a otras. Según el informe, «confiar en los hechos como «la verdad» es contraproducente». El razonamiento motivado implica que las personas elegirán no creer los hechos si estos van en contra de sus creencia.

Mayores esfuerzos por parte de los políticos para distinguir hechos y valores y dedicar más tiempo a debatir estos últimos ayudarían a disminuir la temperatura en torno a los hechos y quizás a proteger el debate fáctico contra el razonamiento motivado.

El estudio de la emoción y de la razón tiene una larga historia, aunque hasta el siglo XX era en gran parte un ámbito reservado a los filósofos, que veían la emoción y la razón como competidores. Hoy hay pruebas suficientes de que la emoción es un componente integral de las decisiones humanas, la ciencia demuestra que la emoción y la razón no necesariamente son antagónicas. Las emociones son un tipo de inteligencia forjada por la evolución. El estudio analiza cómo actuamos ante emociones como la ira (muy estudiada en política), pero también el dolor, o la soledad. Y anima a los políticos a tenerlas cada vez más en cuenta.

El gráfico muestra el porcentaje de persona que manifiestan sentirse solas en Europa

«El corazón tiene razones que la razón ignora…”, decía Blaise Pascal, Matemático, físico, inventor, escritor y teólogo católico francés.

Detectar las preocupaciones, los temores, las esperanzas y el sufrimiento de los ciudadanos de manera más eficaz podría proporcionar nueva información importante para guiar las decisiones políticas.

Dominar el arte de la metáfora

Los seres humanos han desarrollado el lenguaje y transferido conocimientos a futuras generaciones a través de historias por más de 100.000 años.

Las pinturas rupestres que se remontan a hace 27 000 años son prueba de nuestra antigua capacidad de conceptualizar ideas y de comunicar a través de imágenes y narrativas. Las recientes investigaciones demuestran que el muy conocido cuento «Jack y las habichuelas mágicas», que se cree que se remonta a varios siglos, en realidad se remonta a más de 5.000 años.

En resumen, el género humano es un animal narrativo. Los seres humanos tienen el impulso de buscar patrones y significado, y cuando los encuentran, se basan en accesos directos a la información para desarrollar de forma rápida y sencilla versiones emocionales del mundo que se ajusten a quienes creen ser y a lo que ya saben.

La sobrecarga de información, junto con el declive del papel de guardián de los medios de comunicación, está sometiendo a nuestras capacidades cognitivas a una presión sin precedentes. Esto ha dado lugar a una crisis en la que los individuos no tienen la capacidad de discernir entre lo verdadero y lo falso, o comprender y explicar plenamente la información importante sobre los acontecimientos.

Habrá que reaprender a contar. Los antiguos griegos miraron las estrellas, «unieron los puntos» de una manera que fuese coherente para su entorno geográfico y social y vieron un gran cazador. Los indios americanos de Lakota miraron las mismas estrellas, tayamnicankhu, y vieron la espina dorsal de un bisonte. Esta búsqueda de significado concede poder al narrador que sea capaz de describir de manera más eficaz el mundo y sus problemas.

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Baltasar Pérez

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