Uno de cada cuatro lectores que en estos momentos mira, igual que tú, esta web de Quo lleva en la superficie de su piel o en la faringe un microorganismo inofensivo con el que seguramente convivirá sin problemas el resto de su vida. Se llama Acinetobacter baumannii, y es una bacteria. El nombre no resulta nada inquietante; su apellido incluso tiene cierto aire exótico.
Como muchos otros organismos de la naturaleza, es inocuo, tranquilo, pacífico… pero a esta retahíla de adjetivos hay que sumar otro que se olvida con frecuencia: oportunista. Como la diosa Fortuna, Acinetobacter baumannii tiene otra cara: el compañero de viaje que creíamos inofensivo puede ser mortal. Permanece agazapado durante años hasta que, aprovechando un momento de máxima debilidad de nuestro organismo, lanza una guerra sin cuartel. Hasta ahí, nada novedoso; es el mecanismo de cualquier infección. Lo nuevo es que la medicina se ha quedado sin armas para combatirlo. Este y otros microorganismos han aprendido a defenderse de los antibióticos. En lenguaje bélico, “se han hecho fuertes” en los hospitales, especialmente en las áreas con pacientes más vulnerables, como la UCI, donde una de cada tres infecciones esta provocada por esta bacteria, y ya causan 3.000 muertes al año.
Parte de guerra
El último episodio de esta batalla desigual se ha librado en el Hospital 12 de Octubre de Madrid, y ha durado dos años. El parte de guerra: 252 pacientes afectados y 18 muertes “atribuibles a la bacteria”, según la investigación del propio centro. En poco más de un año, el microorganismo pasó de la UCI, en la última planta del centro, a los servicios de Medicina Interna, en la primera.
Migró por el hospital aprovechando tres de sus características más relevantes: es un huésped que vive a las mil maravillas casi en cualquier sitio (la piel del paciente, su almohada o el humidificador); es capaz de sobrevivir en una superficie seca durante casi un mes, un rasgo que lo diferencia de otros microorganismos, y se transmite con extraordinaria facilidad por contacto. El personal sanitario que no extrema las medidas de prevención se convierte en el mejor vehículo para la difusión de la bacteria. La corbata del médico que roza a un paciente es suficiente para propagar la infección. Según la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública e Higiene, el personal hospitalario transmite el 40% de las infecciones hospitalarias. A estos dos elementos hay que sumar un tercero que cita Ángel Asensio, jefe del Servicio de Medicina Interna del Hospital Puerta de Hierro de Madrid: “La importancia de A. baumannii reside en que acumula resistencias a los antibióticos con gran rapidez”. Una vez que se ha producido una mutación genética, cada nueva generación de esa cepa bacteriana aparece en menos de 20 minutos. Asensio ha comprobado esta velocidad de rayo en una recopilación de los datos de infecciones hospitalarias registradas en 250 centros en los últimos nueve años. Así, la resistencia a los carbapenémicos, la familia de antibióticos más usada contra la bacteria, ha pasado de un 38% entre los pacientes infectados en 2005 a un 49% en 2007.
Redacción QUO
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