No hay nada más difícil que la sencillez. Sobre todo si uno desea mejorar su manera de hablar y de escribir.
Por desgracia, como el sentido común es el menos común de los sentidos, la naturalidad suele brillar por su ausencia en todo lo que decimos y escribimos. Pensamos, erróneamente, que hablamos de manera sencilla. Nos lo parece, porque no hay nada más natural que el habla.
A los dos años de edad, se nos suelta la lengua y, luego, nadie nos para. Las estructuras gramaticales que empleamos al hablar son extremadamente complejas. Para que nos entiendan, recurrimos a muchos elementos que están ausentes en la escritura: lenguaje corporal, contacto visual, tono de voz, el contexto en que estamos insertos y la posibilidad de responder a las preguntas que nos hacen.
Si leyéramos la transcripción de una conversación que no escuchamos, con personas que no conocemos, probablemente entenderíamos muy poco. Lo más seguro es que tendríamos que descifrarla. En otras palabras, el lenguaje oral aguanta mucha complejidad. El verdadero problema, sin embargo, no está en la plática, sino en lo que escribimos.
En nuestros textos, tendemos a reproducir los espaguetis orales que hilamos al hablar. Como no puntuamos lo oral, escribimos proposiciones interminables y, muchas veces, el único signo que empleamos es la coma, buscando marcar las pausas. ¡Pero recordemos que la pausa pertenece al ámbito de la oralidad!
La escritura requiere que las relaciones gramaticales entre nuestras oraciones sean perfectamente explícitas y la puntuación correcta es el medio para que así sea. A la hora de escribir, tendemos a repetir palabras e, incluso, ideas. Nos mostramos inseguros y nos gusta decir lo mismo dos y hasta tres veces, no vaya a ser que el lector se encuentre distraído.
Pero recordemos cómo nos sentimos cuando leemos un texto repetitivo: nos parece una agresión a nuestra inteligencia y sensibilidad. Los lectores buscamos una progresión lógica de ideas, sentimientos y emociones. Queremos montarnos en la ola que ha imaginado el escritor. Deseamos viajar y experimentar —intelectual y emocionalmente— lo que se nos propone.
Para ello, debemos emplear una sintaxis clara dentro de estructuras gramaticales digeribles. Es preciso usar las palabras justas para cada fenómeno y con la puntuación adecuada. Esto, lejos de trivializar nuestro pensamiento, lo vuelve sólido y —más importante— comprensible.
Redacción QUO
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