Cuando la neurobióloga estadounidense Rebecca Shansky recuerda sus primeros experimentos en laboratorio, hace ya 20 años, le viene a la memoria una de las normas: “Solo se estudiaba con machos”. Las hormonas, le decían, complican tanto que sería difícil trabajar con los cerebros de las hembras.
Ha llovido mucho desde entonces. Shansky trabaja ahora en The College of Science, Northeastern University, en Boston, y por fin se ha tumbado el mito del ciclo menstrual como causante de la inestabilidad de las hembras. Sin embargo, hay algo que parece inmutable: su discriminación en la investigación. Esto ha motivado a esta científica a emprender un movimiento de denuncia a través de un artículo que acaba de publicar en la revista Science. En él habla de ese estereotipo patriarcal heredado del siglo XX y presente en la investigación científica actual.
“Esa idea de la mujer como producto directo de sus ovarios persiste aún. Las mujeres se describen de forma peyorativa como hormonales y emocionales. Curiosamente, se descuida el hecho bien documentado de que los hombres tienen tanto hormonas como emociones”, explica. Son creencias que han llevado a los científicos a realizar casi exclusivamente sus experimentos y estudios, durante medio siglo, en ratones, ratas y primates machos, cuyos cerebros se consideraron una versión del cerebro humano normal.
Respuesta diferente a los fármacos
En el macho la variación existe, sin embargo no se considera un problema. Dos trabajos recientes han concluido, después de revisar cientos de artículos, que los ratones hembra, cualquiera que sea su ciclo, no varían más que los machos. “¿Significa esto que los investigadores nunca deben tener en cuenta el ciclo hormonal cuando estudian roedores hembras? En absoluto. Por el contrario, las hormonas en ambos sexos merecen el mismo interés experimental y el mismo rigor”.
Durante décadas, las compañías farmacéuticas han estado desarrollando medicamentos que luego no se consideraban adecuados para las mujeres, especialmente para enfermedades mentales como la depresión o la ansiedad. Un caso conocido es el de las pastillas contra el insmonio. “Nos dimos cuenta de que las mujeres finalmente tenían que tomar la mitad de la dosis de los hombres porque metabolizan el medicamento de manera diferente”. Otro ejemplo son los tratamientos contra el cáncer. Afortunadamente, hoy un campo de investigación emergente es precisamente la respuesta diferente a los fármacos según el género.