SALUD

¿Por qué no te pierdes? (o sí)

En la última película de Alfonso Cuarón, Gravity, a punto de estrenarse en España, una ingeniera médica y un veterano astronauta flotan sin rumbo por el espacio tras un malogrado paseo espacial. Imaginemos que aterrizan casualmente en un bosque de su país y desean llegar hasta la ciudad más próxima. Seguramente, el personaje encarnado por George Clooney exclamará: “¡Debemos caminar tres millas hacia el oeste!”, antes de escuchar a la protagonista (Sandra Bullock) contestar: “Primero buscamos el puente de madera roja y seguimos la senda hasta pasar el molino en ruinas”. Al menos según las conclusiones de Albert Postma, de la Universidad de Utrecht, quien decidió comprobar la proverbial diferencia para la orientación de hombres y mujeres, y pidió a un grupo de voluntarios que buscaran sus coches en un aparcamiento.

En general, a ellos se les dio mejor la tarea, pero además Postma constató que el cerebro masculino calcula mejor las distancias y el femenino se guía por detalles del camino. Existen teorías que achacan esa distinción a un pasado prehistórico en que ellos eran cazadores y ellas recolectoras, y puede que esa distinción sea fruto, al menos en parte, de la cultura. En estudios en la India, Moshe Hoffmann, de la Universidad de California, constató que en una tribu en que ostentaban el poder las mujeres ellas resolvían problemas espaciales con la misma facilidad que sus paisanos. Sin embargo, en otro grupo vecino dominado por los hombres ellos fueron un 36% más veloces que sus féminas en solucionar la misma tarea.

Sabes lo que haces

Pero las estrategias para no perderse no son exclusivas de un sexo. La opción fijarse en los detalles y recorridos del camino utiliza cada uno de esos hitos grabados como estímulo, y responde a ellos. Un sistema eficiente siempre que no olvidemos ninguno.

Otra posibilidad es saber hacia qué punto cardinal vamos y que el cartel de neón que vemos estaba a la derecha de nuestro hotel. Incluso optimizar la ruta de vuelta para ahorrar tiempo. Esto lo hacen los humanos que “se orientan bien”.

En el 10% de los accidentes de avión, el piloto no distingue arriba y abajo

En los dos casos anteriores, la navegación se guía por detalles externos al cuerpo, y usa la llamada orientación alocéntrica. Sin embargo, cuando llegas a casa por la noche y encuentras tu habitación sin encender la luz partes de tu posición para saber cuántos pasos te separan de tu objetivo. Tu navegación es egocéntrica.

“Lo interesante es que las bases neurales de cada tipo de orientación son distintas, y el cerebro emplea el que le resulte más fiable en cada momento”, afirma José Manuel Cimadevilla, profesor de Psicobiología en la Universidad de Almería. Además, todos parten de nuestra percepción.

Las pistas más evidentes provienen de la visión, incluso aquellas menos obvias, como las sombras que delatan la posición del sol. Pero un olor a cafetería y el bullicio de un colegio también pueden servir de indicios valiosos.

Lo que no solemos considerar es la cuenta que lleva nuestro cuerpo de su posición y movimientos. Un sofisticado sistema sensorial, el propioceptivo, informa con precisión de cuánto, con qué frecuencia, intensidad y ángulo se ha movido cada articulación, músculo o centímetro de piel, cuántos pasos hemos dado, si hemos subido o bajado una pendiente, y en qué dirección y a qué velocidad nos movemos. La gravedad, detectada por el sistema vestibular del oído interno, nos presta una ayuda inestimable al fijarnos al suelo y aclarar la sensación de “abajo” entre todas las coordenadas posibles. De hecho, según el Instituto de Investigación Biomédica Espacial estadounidense, la causa del 10% de los accidentes de aviación es que los pilotos dejan de tener claro dónde está “arriba”.

Cuestión de práctica

En cuanto a la esperanza de mejoría para los perdidos crónicos, Michael Hemmer, profesor de Didáctica de la Geografía en la Universidad de Münster (Alemania) nos dice que “en clase se puede entrenar la capacidad de leer mapas y habilidades de rotación espacial, pero no está demostrado que eso mejore la orientación en un espacio real”. Por su parte, Cimadevilla apunta que en sus grupos de investigación han comprobado que “los sujetos sedentarios tienen peor memoria espacial que aquellos que practican algún deporte”. Y el GPS parece no ayudar mucho. Varios estudios en todo el mundo indican que, cuando lo usamos, no nos enteramos siquiera de que hemos pasado dos veces por el mismo sitio. Este exceso de confianza ha llevado a las autoridades escocesas a pedir a los senderistas que lleven mapas y brújulas, para no estar a expensas de la tecnología en el monte.

[image id=»61913″ data-caption=»¿Y los ciegos? A falta de pistas visuales, se guían por los sonidos –el eco de sus pisadas y su bastón, que les dice si pasan junto a un seto o una pared–, la memoria propioceptiva –que les indica el ángulo en el que han girado una calle y la distancia que han recorrido– y el tacto, por el que saben si pisan asfalto o acera. » share=»true» expand=»true» size=»S»]

Mapas en el cerebro

En nuestro propio sistema antipérdida, el cerebro integra toda la información sensorial y elabora un plan de acción. José María Delgado, director de la División de Neurociencias de la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla, destaca que la orientación se orquesta poniendo en marcha todo el cerebro, en una interacción “continua y muy compleja de aprendizaje, memoria y percepción. El movimiento, por ejemplo, requiere la intervención de la corteza motora, y su planificación la de la prefrontal”. Y es que, aunque aún no entendemos del todo la orientación en humanos, en general se acepta el modelo propuesto en la década de 1940 por el psicólogo Edgar Tolman de que el cerebro elabora mapas espaciales para guiarnos.

Los hombres calculan metros y ellas recuerdan detalles del itinerario

En busca de los procesos que los generan, los científicos han escudriñado la actividad eléctrica en el cerebro de las ratas y han encontrado varios tipos de células que se activan en el entorno del hipocampo mientras estas buscan sus caminos. Esta zona, relacionada con la memoria, se presenta por eso como sede del GPS cerebral.

Brad Pfeiffer y David Foster, de la Universidad Johns Hopkins, observaron cómo un total de 250 células de lugar iban activándose en grupos sucesivos mientras una rata consideraba por dónde llegar a su nido desde un lugar nuevo. Varios investigadores han señalado el papel de esas neuronas en otras situaciones relacionadas con la elaboración de secuencias, como melodías, por lo que probablemente tengan una función multiuso. Por su parte, las células de red, descubiertas en 2005 por el noruego Edvard Moser, se activan formando característicos “estampados” hexagonales que cubren todo el territorio por el que se mueve el roedor y ayudan a establecer relaciones entre distintos puntos. El pasado agosto, Joshua Jacobs, de la Universidad Drexel, en Filadelfia (EEUU), las registró disparando en ese patrón hexagonal en 14 personas. Con ayuda de las células que registran la dirección de la cabeza y otras que se activan cuando un animal se acerca a los bordes de su cubículo se van creando los mapas espaciales, que hemos de entender como marcos de referencia en continua actualización.

La eficacia de la orientación y la memoria espaciales no es igual en todo el mundo, pero el equipo de Cimadevilla ha creado el primer simulador para evaluarlas, programable para distintos grados de dificultad. Para saber dónde estamos situados.

Pilar Gil Villar

Pilar Gil Villar

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