La placenta es increíble: ningún otro órgano es compartido por dos seres humanos sanos al mismo tiempo, y es la base de la alimentación de los bebés no nacidos, una efímera bolsa creadora de vida. Pero no es a eso a lo que se refiere la etiqueta del frasco que la estrella norteamericana Kim Kardashian ha publicado en su propia app, que bajo su propio nombre le recuerda el contenido de las píldoras: “Tu increíble placenta”, dice. ¿Pero por qué querría alguien envasar y comerse su propia placenta? Tiene sus motivos.
La placenta es uno de los exóticos ingredientes de la medicina China que se ha puesto de moda en algunos entornos europeos y de Estados Unidos. Según los adeptos a la placentofagia, se come cruda o cocinada. Pero no debe estar muy buena porque la americana ya dio cuenta de la de su anterior embarazo, preparada por su chef particular, y tras el parto que tuvo el 5 de diciembre ha preferido conservarla en forma de píldoras. El motivo de la obsesión: dicen que reduce el dolor posparto, aumenta los niveles de energía, ayuda a la producción de leche y fortalece el lazo entre madre e hijo.
Los estudios científicos no apoyan esta teoría. Uno de la universidad Northwestern University, publicado este verano en la revista Archives of Women’s Mental Health, revisó varios trabajos sobre el tema y no pudo corroborar los efectos positivos. Es más, como la placenta actúa como filtro para proteger al feto de las sustancias tóxicas, los científicos señalaron que podría contener virus o bacterias que hayan llegado hasta ella durante el embarazo. Eso sí cada uno es libre de comerse ese pedacito de sí mismo.
Redacción QUO
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