El último en reconocer la enfermedad que padece ha sido el escritor Antonio Gala, y lo ha hecho de una forma hasta ahora insólita, en la columna de su periódico, El Mundo: “Padezco un cáncer de difícil extirpación. Y estoy sometido, para tratar de librarme, a un largo puteo, que es igual que una guerra de la que soy el campo de batalla. ¿Con un doble aliado: la quimioterapia y la radioterapia?”
La salud, o más bien su ausencia, ha pasado de ser algo que se silencia o se oculta a ser anunciado, y en algunos casos, exhibido públicamente. Lo hacen incluso los políticos que hasta hace muy poco seguían a rajatabla una norma, ni hablar de ningún problema de salud que pudiera perjudicarles. Kennedy la siguió estrictamente. En el primer debate televisado de la historia apareció ante los estadounidenses como un joven pletórico de energía frente a un Richard Nixon demacrado y pálido. Lo que sus conciudadanos no sabían es que el candidato que estaban a punto de elegir como presidente de los Estados Unidos tenía un larguísimo historial médico que revelaba una salud más bien quebradiza. Entre otras cosas, sufrió problemas de espalda toda su vida, tuvo úlcera de duodeno, ictericia, que se atribuyó a una recidiva de la malaria que contrajo en 1944, diez años después fue operado para estabilizar la columna vertebral, y también se le diagnosticó la enfermedad de Addison.
Hoy, los asesores de Kennedy habrían hecho público su historial. La trasparencia sobre la salud, de los políticos pero también de los personajes famosos, se impone, y en muchos casos se exige hasta tal punto que quienes no quieren hablar sobre su estado se las ven y se las desean para conseguirlo.
Los métodos de la telebasura rosa no tienen límites, y para evitar su acoso muchos famosos, celosos de su intimidad, tienen que recurrir a centros privados que, lógicamente, les garanticen una buena atención médica y a la vez les aseguren que su enfermedad no va a ser de dominio público. En el Hospital Quirón de Madrid tienen previstas incluso rutas de acceso alternativas a las normales, para que los personajes famosos que ingresan en la zona VIP puedan acceder al centro sin ser vistos.
Serpientes de verano
Jesús Zorrilla lleva seis años en la dirección de comunicación de la Clínica Universidad de Navarra y aplica una norma muy estricta: “No damos ninguna información de los pacientes, ni siquiera confirmamos el ingreso”. Garantizar la privacidad de los enfermos afecta a todo el personal del centro. Desde los empleados de limpieza y mantenimiento hasta los cirujanos firman en su contrato una cláusula de confidencialidad en la que se comprometen a no proporcionar información alguna. El protocolo establece, además, que cualquier llamada del exterior que intente recabar algún dato la conozca de inmediato el director de comunicación.
El hospital funciona como un búnker antipaparazzi, lo que ha garantizado que el ingreso de personalidades como don Juan de Borbón, que falleció en la clínica en 1993, se hayan resuelto sin ningún sobresalto informativo. Eso no impide que sigan produciéndose llamadas para intentar confirmar el ingreso de alguien. “Son como serpientes de verano: últimamente he recibido algunas que preguntaban si Induráin se estaba muriendo en la clínica”, explica Jesús Zorrilla.
No todos los centros tienen un sistema tan perfeccionado. Preservar la intimidad de José Ortega Cano y la confidencialidad de su historial médico ha supuesto un reto para el Hospital Virgen Macarena de Sevilla donde ha estado ingresado. En los primeros días, los programas del corazón alardeaban de disponer de información de los profesionales del centro, hasta que la consejería de Salud tomó cartas en el asunto y acordó con la familia que el hospital hiciera públicos partes médicos diarios firmados por el departamento de Prensa en los que no figuraba el nombre de ningún facultativo, para evitar que pudieran ser “perseguidos” por la prensa rosa. El criterio era proporcionar información que tuviera interés para los medios sobre la evolución de Ortega Cano, pero sin caer en el morbo.
Iguales ante la ley
La confidencialidad de la historia clínica personal está recogida en la Ley de Protección de Datos y en la Ley de Autonomía del Paciente, que establece que el enfermo es el único titular del documento. El médico no puede facilitar ningún dato de la historia sin la autorización del enfermo, una norma que rige al margen de que este sea una persona anónima, un político o un habitual de la revistas del corazón.
En ocasiones, esto se vuelve contra el propio centro, porque en caso de ser demandado por un paciente no puede hacer público ningún dato médico como defensa. Es lo que le ocurrió a la Clínica La Luz de Madrid cuando la familia de Enrique Morente demandó al centro por presunta negligencia médica (le había operado Enrique Moreno, uno de los mejores cirujanos de España). Lo que la familia no contó es que al cantaor se le había diagnosticado un cáncer de esófago un año antes de su muerte, y durante ese tiempo no había querido recibir ningún tratamiento.
Al margen de estos casos, que resultan siempre excepcionales, tener cierta proyección pública se convierte en un problema a la hora de ingresar en muchos de los hospitales. La atención médica esta garantizada, pero no se puede decir lo mismo de la intimidad a la que tiene derecho el enfermo, ni de la confidencialidad de su historia clínica.
En los últimos meses, el caso más flagrante de vulneración de estos principios lo ha sufrido nada menos que el vicepresidente del Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba. Ingresado en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid por una infección a consecuencia de una prueba médica, pudo leer en las páginas de ABC su historial médico completo y ver titulares que insinuaban que su estado de salud no era el adecuado para una persona que aspirara a la presidencia del Gobierno. El calado político que intentó darse a su ingreso en la UCI obligó a hacer público un parte firmado por los jefes de Urología, de Medicina Interna y de Medicina Intensiva (algo excepcional) en el que se especificaba que la biopsia de próstata que se le había practicado a Rubalcaba no había puesto de manifiesto “células cancerosas en ninguna de las muestras”.
El episodio recuerda al que se vivió en las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos, cuando algunos analistas intentaron invalidar al candidato republicano, John McCain, por haber sufrido un melanoma invasivo.
El expediente médico de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, no se filtró, pero su equipo de seguridad no fue capaz de proteger su intimidad; El Mundo captó y publicó una instantánea de la cama de Aguirre cuando esta era conducida a su habitación tras haber sido intervenida de un cáncer de mama. El día anterior, el periódico había intentado que la consejería de Salud le autorizara para obtener imágenes en exclusiva del área donde iba a ser atendida la presidenta madrileña
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