Miguel Gila es el protagonista de la siguiente historia. Su casco fluorescente le permite negociar una tregua con el cabecilla enemigo: Michael Jackson. Pero antes de empezar, parte la mesa con un golpe de kárate, se sube a una silla y comienza a cantar una versión de ‘Lucy in the sky with diamonds’ mientras monta en bicicleta.
El relato es estrambótico, y es precisamente esa característica extraña lo que lo convierte en una herramienta indispensable para recordar el orden de una baraja de cartas. Algo que Joshua Foer, el periodista que comenzó escribiendo un reportaje sobre los campeonatos de memoria de Estados Unidos y terminó presentándose a uno, necesitaba para ser un contendiente serio.
El principio de todos los sistemas mnemotécnicos, nos cuenta Foer en exclusiva para España, es convertir las cosas aburridas que queremos grabar en la memoria (datos, números telefónicos, barajas de cartas, rostros…) en algo tan diferente de lo que estamos habituados que no podremos olvidarlo. Más allá de un superficial truco de prestidigitadores mentales, la memoria es nuestra esencia. “Imagina que despiertas mañana”, comenta Foer desde Tanzania, “y descubres que toda la tinta del mundo se ha vuelto invisible y que todos nuestros bytes han desaparecido. Nuestro mundo se derrumbaría en el acto. Literatura, música, derecho, política, ciencias…; nuestra cultura es un edificio construido a partir de recuerdos. En cierto sentido, nosotros somos la suma de nuestras memorias. Puede que no sean exactas, pero son cruciales para representarnos”.
En el año 2006, después de realizar su reportaje, Foer decidió presentarse al Campeonato de Memoria de Estados Unidos. Para eso debía preparar diferentes pruebas: recordar (y asociar) nombres y caras, almacenar cientos de números elegidos al azar, memorizar el orden de dos barajas de cartas, recitar un poema inédito de memoria y registrar el nombre, número de teléfono, dirección, fecha de nacimiento, comida preferida, mascota, coche y varios datos más de cinco personas distintas. Parece una tarea titánica, pero las entrevistas que realizó, primero a los participantes del concurso y luego a expertos neurocientíficos, le convencieron de que los concursantes no tenían capacidades extraordinarias y que nada en sus cerebros (analizados con tomografías) demostraba que fueran diferentes del de él.
Las instrucciones para ser un maestro
La primera vez que se planteó seriamente participar en el certamen, habló con Tony Buzan, el fundador del Campeonato Mundial de la Memoria en 1991. “¿Cuánto tardaría alguien como yo en prepararse?”, le preguntó.
“Si quieres estar entre los tres primeros”, le aseguró Buzan, “no estaría de más que le dedicaras una hora al día seis días a la semana. Con esa cantidad de tiempo te iría muy bien. Y Foer lo hizo.
Su camino a la prueba definitiva de los memoriosos de Estados Unidos se sustentó en tres pilares. El primero es un libro en latín, breve y anónimo, Rhetorica ad Herennium, escrito entre los años 86 y 82 a. C. Se trata del único documento completo sobre las técnicas para mejorar la memoria inventadas por Simónides de Ceos. Una de las ideas que propone este libro, aún utilizadas por los campeones de la memoria, es crear en la mente propia un espacio que sea muy conocido. No es necesario que sea un edificio; pueden ser las estaciones de tren que pasamos para llegar a la oficina o el último lugar al que hemos ido de vacaciones.
Palacios mnemotécnicos
Para recordar los datos de cinco desconocidos, Foer construyó mentalmente cinco palacios de la memoria (este es el nombre “técnico” que reciben estos castillos imaginarios) y en cada uno ubicó la información que le proporcionaban. Vale, dirás tú, es fácil ubicar un perro en un palacio, pero ¿con qué lógica se emplaza una fecha de cumpleaños o un número de teléfono? Y tienes razón. Para solucionarlo, Foer se sirvió de la guía de Ed Cooke, un joven británico de menos de 30 años y Gran Maestro de Memoria (un título que se otorga a quienes hayan logrado memorizar 1.000 números al azar en una hora, el orden de 10 mazos de cartas en idéntico lapso y el de un solo mazo en menos de 2 minutos).
Fue él quien le confió la clave, que en verdad no es ningún secreto. El truco consiste en utilizar el sistema PAO: Persona, Acción y Objeto. Es la técnica que hemos utilizado en el comienzo de este artículo (la historia de Gila contra Michael Jackson) para memorizar naipes. En este método, cada número de dos dígitos, del 00 al 99, está representado por una imagen de una Persona que ejerce una Acción sobre un Objeto. De este modo, todos los ases son personas (Gila, por ejemplo), los 4 pueden representar acciones inverosímiles (subirse a una silla, golpe de kárate…), el 6 canciones (Lucy in the sky with diamonds), y los 7 objetos (una bicicleta, un balón, etc.). Así podemos recordar la combinación de, por ejemplo, as de tréboles, 4 de diamantes y 7 de picas como Michael Jackson (as) tocando el Sol (cuatro) con un balón (siete). La elección es completamente arbitraria y personal. Aunque parezca complicado, las matemáticas le dan la razón: una imagen basta para recordar hasta seis números. Así, para recordar mil números nos bastan 160 imágenes.
El último pilar fue Anders Ericsson, profesor de Psicología en la Universidad de Florida y autor de un artículo titulado Memoriosos excepcionales: se hacen, no nacen. Foer hizo un trato con él: le facilitaría los resultados exactos de su entrenamiento y él los analizaría en busca de formas para mejorar su rendimiento.
Formados los tres pilares, se puso a trabajar. Cooke le sugirió que, para construir sus imágenes del sistema PAO, sirve de ayuda tener la mente sucia. Una idea para nada extraña: la evolución ha programado nuestro cerebro para que encuentre el sexo especialmente interesante y, en conclusión, memorable. Elsa Pataky bañándose en natillas es un buen ejemplo. “En el proceso de hacer el esfuerzo mental de imaginar situaciones subidas de tono”, confiesa Foer, “estaba creando conexiones más duraderas entre las neuronas que codificarían ese recuerdo”.
Pero llegaron las dificultades. Por un lado, su progreso en los tiempos para recordar cartas se había detenido. Ericsson le recomendó trabajar con un metrónomo y memorizar una carta cada vez que hacía clic. “Una vez identificados mis límites”, continúa el periodista, “me pidió que lo ajustara a una velocidad entre un 10 y un 20% superior y continuara probando a ese ritmo hasta que dejara de cometer errores.”
Una imagen nítida y duradera
El segundo problema era que las imágenes que asociaba a las cartas se desvanecían deprisa. La solución de Cooke fue construirlas mejor: reflexionar sobre cada personaje, sus gustos, sus preferencias, su aspecto. Eso las transformaría en entidades más vivas y permanentes.
Para cuando todos los problemas parecían estar resueltos y el entrenamiento estaba dando sus frutos llegó la semana previa al certamen. Y entonces sí, equipado con unos tapones para los oídos debajo de unos cascos dignos de Dumbo y unas gafas más oscuras que el espíritu de Darth Vader, para evitar cualquier estímulo externo, se presentó al concurso. Pese a ello, lo primero que escuchó de un adversario fue: “Tiene que resultar intimidatorio para el atleta de fin de semana medirse con Usain Bolt en una carrera”. No era bien recibido entre los expertos.
Primera prueba: memorizar 99 caras y el nombre y apellido de todas en 15 minutos. Foer logra el tercer puesto con 107 datos correctos (el primero lo supera en 17).
Segunda prueba: números, su punto débil. Desciende a la quinta posición.
Entonces sí llega su momento: las cartas. Un juez le extiende el mazo y da la señal. Foer memoriza sus cartas y detiene el cronómetro sin mirar el tiempo. El orden es correcto. “El juez me enseñó el tiempo en el cronómetro”, rememora Foer: un minuto cuarenta segundos. “No solo era mejor que cualquier tiempo obtenido en las prácticas previas, sino que, además, supe en el acto que pulverizaría el antiguo récord norteamericano de un minuto cincuenta y cinco segundos. Un niño de doce años se adelantó, me alcanzó un bolígrafo y me pidió un autógrafo.”
Más tarde vendría la final: recordar los rostros y aficiones personales de 5 desconocidos. Un enfrentamiento a todo o nada entre los dos primeros puestos. Y Foer venció.
Le pregunto qué hará a partir de ahora, si todo esto quedará en su memoria para siempre. Supongo que sonríe cuando me responde que: “Si recordara todo, me quedaría estancado en detalles triviales. Ya he empezado a olvidar dónde dejo las llaves. Como decía Borges: Pensar es olvidar.”
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