«¿Deberíamos vivir todos sin gluten?”. Así titulaba The New York Times a finales de 2011 un artículo sobre la feria de productos para celíacos más importante de EEUU, la Gluten Free Expo en Sandy (Utah). En él, el autor cuenta cómo los productos sin gluten se han convertido en la nueva tendencia dietética en el país del Tío Sam:“Las compañías de alimentación están siempre tratando de adelantarse a las últimas tendencias en dietética y salud. Pero cómo hemos llegado a un punto en el que comer sin gluten es la corriente principal es difícil de explicar. Por un lado está el incremento de diagnosticados de la enfermedad celíaca, y por otra, el aumento de personas sanas que también han optado por comer sin gluten”.
Y los datos avalan esta afirmación: General Mills, uno de los gigantes de la alimentación en EEUU, ya tiene más de 300 productos para celíacos, y según datos de Nielsen sobre tendencias de consumo, el volumen de productos sin gluten aumentó un 37% el último año en este país.
“Estamos en la época dorada de los productos sin gluten”, sentencia este artículo. Un experto como Alessio Fasano, creador del Centro de Investigación para la Información Celíaca en la Universidad de Chicago y que actualmente imparte clases en Maryland, afirma también en The New York Times: “El gluten es difícil de digerir incluso cuando no eres celíaco”. ¿Es esto cierto?
¡Que viene el gluten!
“Sabemos que la ingesta de gluten en quienes aún no padecen la enfermedad celíaca activa la inmunidad intestinal innata del individuo. Algo que al parecer no ocurre con otros cereales, aunque todavía no sabemos si es perjudicial para el organismo. No hay que olvidar que el trigo tiene propiedades beneficiosas para otras funciones fisiológicas. Lo cual no quiere decir que la búsqueda o la vuelta a otros cereales no tenga importancia. En este sentido, la quinua de los antiguos pobladores de los Andes y el amaranto de México volverán a estar de moda”, asegura a Quo Amado Salvador Peña, profesor emérito de Inmunología Gastrointestinal del University Medical Center de Amsterdam (Holanda).
Por su parte, Eduardo Arranz, también inmunólogo y presidente de la Sociedad Española de la Enfermedad Celíaca, matiza: “Evolutivamente hablando, la aparición del trigo es reciente, hace unos siete u ocho mil años. Es como si de repente nos pusiéramos a comer hierba, como las vacas. No tendríamos las enzimas suficientes para digerirla correctamente. Pues algo parecido sucede con el trigo. Sabemos que el hombre no tiene las enzimas suficientes para digerir (cortar en trocitos) esta proteína para que pueda ser absorbida por el intestino. Así, una de las posibles terapias para celíacos en proceso consiste en administrar glutenasas, unas enzimas que digieren los pétidos tóxicos del gluten”.
De hecho, hoy en día hay varias dolencias con el gluten como protagonista: Sensibilidad (una intolerancia pasajera sin alteración de las vellosidades intestinales), alergía y por último, la más grave: la celiaquía, esto es, intolerancia permanente al gluten. Solo esta última se da en una de cada cien personas, y entre el 70 y el 80% no están diagnosticados, así que cualquiera de nosotros podría ser ser celíaco y no saberlo. Pero ¿cómo detectar la enfermedad?
Los testimonios de quienes la sufren están plagados de historias que cuentan cómo pasaron años con malas digestiones, anemias, dolores abdominales y la tripa hinchada hasta que un médico sospechó y decidió hacerles una biopsia intestinal. Marta Teruel, presidenta de la Federación de Asociaciones de Celíacos de España (FACE), explica: “De hecho, una de las mayores dificultades con las que se encuentra un celíaco hoy en día es, precisamente, los propios síntomas de la enfermedad. En muchos casos, hasta que no desarrolla otra dolencia por la carestía de algún nutriente fundamental, no indagan el porqué y dan con el problema”.
Para solucionar esto, el pasado mes de enero el Journal of Pediatric Gastroenterology and Nutrition publicó un artículo que pretende sentar las bases comunes para el diagnóstico precoz de esta enfermedad. Según explica Eduardo Arranz: “Hasta ahora, cuando alguien presentaba síntomas las sospechas se tenían que confirmar tomando una muestra de tejido de la mucosa del intestino delgado para determinar si había una atrofia vellositaria. Si era así, esta persona se diagnosticaba como celíaca. Pero estos son criterios establecidos hace 20 años. En la actualidad, contamos con herramientas diagnósticas más sofisticadas: pruebas en sangre muy precisas, marcadores genéticos, etc. Así que en los últimos años se había evidenciado la necesidad de llegar a un protocolo conjunto de uso de estas herramientas que no se basara solo en la biopsia intestinal. Los pediatras ahora establecen que en el caso de niños que tienen una clínica muy clara, con síntomas evidentes, una serología claramente positiva y exámenes genéticos positivos, no sería necesario practicarles la biopsia intestinal”.
Algo en lo que están de acuerdo todos los expertos en el caso de los niños. Pero los adultos son otra cosa bien distinta. “Pueden ser celíacos, por ejemplo, una mujer con 35 años que tiene una anemia persistente que no remite con tratamiento, otra de 42 con fracturas óseas recurrentes e incluso una pareja con infertilidad. ¿Quién podría pensar que todas estas dolencias tienen la misma causa?”, comenta Arranz.
No en balde, en EEUU se ha dado a esta enfermedad el apodo de “la gran simuladora”, porque pueden aparecer síntomas en todos los órganos. Isabel Polanco, catedrática de Pediatría y jefa del servicio de Gastroenterología y Nutrición Pediátrica del Hospital Universitario La Paz de Madrid, asegura: “Incluso una simple fatiga o cansancio pueden descubrir a un celíaco. Lo que hace que a menudo se confunda con una fatiga crónica e incluso con la enfermedad de Crohn. o colon irritable. Se calcula que la media de años de peregrinaje hasta que se da con el mal en adultos es de ocho. De hecho, la mayoría se diagnostican después de haber cumplido los 60”.
Sin embargo, desde que en el año 2009 el Ministerio de Sanidad redactó un protocolo de diagnóstico precoz para la enfermedad celíaca, se han detectado más casos.
Algo a lo que también ha contribuido la gran cantidad de investigaciones que han puesto el foco en dicha dolencia. En España se ha fundado incluso la Sociedad Española de la Enfermedad Celíaca (SEEC), que reúne a expertos de disciplinas diferentes como pediatría, inmunología y nutrición, para poner en común sus conocimientos. Pero, ¿por qué despierta este interés? Para Arranz, la razón es clara: “Es un modelo estupendo para estudiar otras dolencias”. Y de hecho, hay una gran cantidad de líneas de investigación relacionadas con esta enfermedad en laboratorios de todo el mundo.
En primer lugar, se está estudiando cómo mejorar los métodos de detección para que los pacientes sean diagnosticados cuanto antes. También hay un grupo de estudios para determinar qué factores participan en la susceptibilidad genética. “Hemos detectado gran parte, pero si los conociéramos todos, podríamos diseñar un sistema que nos permitiera anticipar con seguridad si se va a desarrollar la enfermedad”, apunta Arranz.
Por otro lado, se estudia qué ocurre en el interior de un celíaco cuando toma gluten. Esto permitirá diseñar nuevos tratamientos alternativos o complementarios a la dieta sin gluten. En esta línea, se piensa en un fármaco de glutenasas que, tomado antes o durante las comidas, blinde el intestino ante la ingesta de gluten. “Una hipótesis esperanzadora, pero con un largo camino por delante; por eso hay que insistir en que, mientras tanto, el único tratamiento eficaz es la dieta”, asegura Isabel Polanco.
También hay investigaciones dirigidas a la regulación de la respuesta defensiva frente al gluten. “El sistema inmunitario está ahí para defendernos de la entrada de bacterias, y cuando las detecta pone en marcha un mecanismo de respuesta para luchar contra ellas. Pues en el caso de los celíacos, por alguna razón que aún desconocemos, una proteína de la dieta aparentemente inocua para su sistema inmunitario la reconoce como dañina y pone en marcha una reacción que destruye el intestino del propio huésped”, explica Arranz.
Las gliadinas son las proteínas del gluten responsables de esta reacción. Por eso, una de las líneas de investigación más prometedoras pasa por desarrollar nuevas variedades de cereales que no contengan esta proteína. En eso trabaja Francisco Barro, del Instituto de Agricultura Sostenible del CSIC, quien asegura: “Los análisis han constatado la disminución de reactividad en las harinas de estas nuevas variedades. Son muy buenas noticias, y solo faltan los ensayos clínicos que determinen la cantidad diaria de gluten que podrán contener para ser seguras”. Aun así, Barro asegura que no habrá productos listos para el consumo del celíaco derivados de su investigación antes de ocho años.
Por último, se está estudiando preparar un tratamiento de sensibilización introduciendo pequeñas dosis de gliadinas con el fin de crear tolerancia inmunológica. Se trata de una vacuna que se está gestando en InmusanT, una startup nacida de los laboratorios del Instituto Walter y Eliza Hall de Victoria (Australia) que no estará lista, en el mejor de los casos, antes de 10 años.
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