Me contemplo desde arriba, tumbada en la cama, pero únicamente soy capaz de ver mis piernas y la parte inferior del tronco.” Una paciente epiléptica de 43 años explicaba así las sensaciones que tenía mientras un equipo de neurólogos del Hospital de Ginebra (Suiza) la sometían a un estudio de actividad cerebral para dar con el origen de sus crisis. Las declaraciones de la paciente pillaron totalmente por sorpresa a los médicos. Como las sensaciones se producían cuando se estimulaba eléctricamente una parte específica de la corteza cerebral, los neurólogos han concluido, por tanto, que las experiencias de “salirse del cuerpo” u OBE –por Out of Body Experiences- tienen una causa puramente fisiológica.
“Las OBE son sensaciones extrañas, normalmente de breve duración, en las que la conciencia de la persona parece despegarse del cuerpo y observarlo desde una posición remota”, describen los neurólogos suizos dirigidos por Olaf Blanke. No hay una explicación científica aceptada para este fenómeno, que se suele usar para apoyar la existencia de experiencias paranormales y místicas. Un motivo para explicar el vacío de la ciencia respecto a las OBE es que no son fáciles de estudiar, dado que se presentan espontáneamente. En este caso, los investigadores se toparon con una OBE totalmente por casualidad, y saben que será muy difícil repetir el estudio a propósito.
A la paciente se le habían instalado un centenar de electrodos bajo la duramadre, una de las membranas que envuelven el cerebro, como paso previo para una intervención quirúrgica –pocos voluntarios, por no decir ninguno, estarían dispuestos a dejarse abrir el cráneo por la ciencia; de ahí lo difícil de repetir el trabajo–. Estos electrodos se implantan con anestesia general, pero el paciente está despierto cuando se estimulan. Cada uno de ellos se estimulaba con corrientes de distinta intensidad durante un tiempo inferior a dos segundos.
Las OBE ocurrieron siempre al estimular los de un área de la corteza cerebral llamada “circunvolución angular derecha”. A baja corriente, la paciente se sentía caer desde lo alto, o hundirse en lo más profundo de la cama; y cuando se aumentaba la corriente, se sentía flotar a unos dos metros de altura. También se alteró la percepción de sus propias extremidades: las piernas “se acortaban” súbitamente, o se acercaban hacia su cabeza: “como si me fueran a golpear”, explicó la paciente de forma muy descriptiva.
Los neurólogos deducen por estos trabajos que la zona del cerebro estimulada “podría ser un nodo crucial en un circuito neural más amplio que controla la percepción del propio cuerpo”. Y su conclusión es que “la experiencia de separarse del propio cuerpo puede ser producto de fallos a la hora de integrar información somatosensorial compleja”, como la procedente de la vista y del oído, o también del sistema que controla el equilibrio (el vestibular).
Para algunos, esa interpretación encaja con el conocimiento actual sobre cómo procesa el cerebro la información: cuando se ve una manzana, el cerebro la ve; ve el color por un lado, la forma por otro, su olor… El concepto y la palabra “manzana” están también archivados en lugares distintos, y todo ello debe integrarse. Los pequeños desfases que se producen durante la integración pueden causar la sensación de algo ya vivido (déjà vu) o todo lo contrario: que algo ya hecho se vive por primera vez. Las OBE podrían ser muy bien un caso extremo de la misma sensación.
Pero los partidarios de una explicación más esotérica afirman que el trabajo de Blanke no arroja conclusiones sólidas. En OBERF, una “fundación para investigar las OBE, las experiencias cercanas a la muerte y otras vivencias transformantes espiritualmente”, aseguran que lo vivido por la única y accidental paciente de Blanke no se parece a los centenares de testimonios recogidos por ellos.
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