El mayor delator de nuestro cuerpo se encuentra grabado en nuestras manos. Precisamente, las mejores herramientas que tenemos para explorar el mundo están configuradas como un sello característico y único para cada persona con un sencillísimo recurso anatómico: rayas. El Hollywood policíaco nos ha aleccionado respecto a las huellas dactilares, mientras que la quiromancia ha explotado durante siglos la exclusividad de las líneas que recorren la palma. “En realidad son un conjunto, deberíamos hablar de huella palmar”, asegura Antonio Martorell, dermatólogo adjunto del Hospital de Manises (Valencia). Ni siquiera los gemelos univitelinos contemplan la misma geografía cuando abren las manos, a pesar de tener la misma cadena de ADN. Todas las líneas están ya definidas cuando venimos al mundo, y se sabe que parten de una base genética, pero aún no están claros los factores ambientales que las esculpen mientras se forman en el útero, entre el tercer y cuarto mes de gestación.
Pero sí sabemos que “cuando se están formando esos dermatoglifos (del griego derma, piel, y glifo, dibujo), es cuando se producen las alteraciones genéticas importantes”, añade Martorell. Esa coincidencia explicaría la relación entre ciertas enfermedades y los patrones en las líneas de la palma. Quienes las padecen presentan dibujos similares (más que muchos familiares), y por eso se tienen en cuenta en exploraciones médicas. Martorell subraya que “la piel se desarrolla, a partir de la capa que llamamos ectodermo, junto al sistema nervioso; y cuando este tiene un fallo durante el desarrollo genético, ese fallo se expresa en las capas dérmicas”.
Ni rastro de ellas
Sin embargo, la función primordial de las líneas de nuestra palma no es contribuir a diagnósticos, sino servir de anclaje a la piel y permitirnos flexionar las manos garantizando un equilibrio de tensiones. Ese papel se pone de manifiesto cuando miramos a quienes carecen de ellas. En las personas afectadas por epidermolisis bullosa, un trastorno genético, se altera una proteína que da flexibilidad a la piel, por lo que las manos pierden tensión, las líneas casi desaparecen y la capacidad de cerrar los puños se reduce.
Una mutación genética es también la culpable de una de las afecciones más raras de nuestras manos (y pies): una mínima presencia de líneas en la palma y ausencia total de huellas dactilares. Solo se ha detectado en cuatro familias de todo el mundo. El estudio de una de ellas, suiza, publicado en 2011 por Janna Nousbeck, identificó una versión más corta de lo habitual del gen SMARCAD1 como causante de lo que dieron en llamar el síndrome del retraso en la inmigración, en alusión a los problemas burocráticos que causa a los afectados no poder identificarse por los dedos.
Una de sus características es que sudan menos en esas zonas, debido a que las llamadas crestas papilares (las líneas elevadas de las huellas dactilares) tienen unos poros que también siguen un patrón característico para cada individuo. Oscar Díaz Santana, responsable del Instituto Canario de Análisis Criminológico, nos habla de iniciativas para incluirlos en los sistemas de identificación, “aunque, si la huella no se ha tomado directamente de la persona, es difícil que aparezcan en el revelado”.
Sin embargo, las líneas de la palma solo suelen tenerse en cuenta de forma secundaria en las pesquisas policiales, para apoyar los resultados de las huellas. “Hasta ahora no existe ninguna clasificación aceptada de manera uniforme en la comunidad científica”, asegura Díaz Santana. Lo mismo ocurre con su relación con la intensidad de la fuerza de la mano, a pesar de alguna investigación en este sentido.
Del mismo modo, se han observado diferencias en la abundancia de surcos de distintos grupos étnicos, que atribuyen una mayor profusión de líneas en las manos asiáticas “que en las europeas y centroafricanas, aunque no es algo realmente llamativo”, según Martorell.
Lo seguro es que todo el trazado palmar permanece inalterable a lo largo de la vida, desde el nacimiento. Únicamente algunos factores externos, como profesiones con reiterado uso de productos abrasivos, pueden mitigar su intensidad, debido a la inflamación de la palma al cabo de muchos años. Pero la naturaleza tiene un interés especial en conservar líneas y huellas tal y como las diseñó en un principio, como apunta Antonio Martorell: “Si se produce una lesión, siempre que no afecte a capas profundas, se regeneran exactamente igual con el tiempo”. Ese empeño ha frustrado los planes de delincuentes que han intentado borrarlas recurriendo a la cirugía o la abrasión para librarse de su estigma identificatorio.
Lo cual demuestra que, a pesar de siglos de quiromancia, nuestro particular muestrario de líneas tiene una misión mucho más importante que ocuparse del futuro.
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