Lo importante es que esté sano. Hasta no hace mucho, la única opción era desearlo. Ahora se podría pasar a la acción para conseguirlo. Incluso pidiendo a otra mujer que participe con papá y mamá en la fecundación del bebé, que tendría entonces tres padres biológicos. Es lo que podría ocurrir si se aprobara una técnica que el Parlamento británico prevé debatir antes de junio y la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos) de EEUU a finales de febrero.
Está dirigida a mujeres cuyas mitocondrias no funcionan bien. Estos corpúsculos de las células alimentan de energía a los tejidos, y sus defectos pueden causar graves enfermedades del cerebro, los músculos, el corazón y otros órganos. Si sus hijos los heredan, podrían morir a edad muy temprana, y se calcula que este tipo de enfermedades se da en uno de cada 3.000 nacimientos.
Para evitarlo, dos equipos de investigadores han propuesto la intervención de una tercera persona. Por medio de una fecundación in vitro, otra mujer podría prestar sus mitocondrias sanas al hijo de la pareja. Si tenemos en cuenta que las mitocondrias tienen 37 genes y que siempre es la madre la que las aporta a los hijos, de ello resultaría un embrión con genes de tres personas, lo cual ha abierto algunos interrogantes sobre las implicaciones éticas del asunto. Un grupo de 34 de los 318 miembros del Consejo de Europa lo ha calificado como contrario a las leyes y a la dignidad humana, y el Consejo de la Familia (Family Council) de EEUU se opone a él, entre otras razones, por la ampliación del concepto de paternidad que podría implicar: “Podría ser usado por familias polígamas o poliamorosas para ‘crear’ niños emparentados biológicamente con todos los adultos de la relación”. Sin embargo, un sí del Parlamento británico implicaría únicamente que las parejas con problemas mitocondriales podrían solicitar una autorización, estrictamente revisada en cada caso. Incluso se ha propuesto una excepción a la ley que permite en aquel país a toda persona mayor de 18 años conocer la identidad de los donantes que intervinieron en su fecundación.
Una técnica aún en pruebas
En cuanto a la técnica, existen dos alternativas. Una, desarrollada en la Universidad de Oregón (EEUU) por Masahito Tachibana, extrae el núcleo del óvulo de la donante y lo reemplaza por el de la madre antes de la fecundación. Así crearon tres macacos sanos que ahora tienen tres años. La segunda es de un grupo de la Universidad de Newcastle (Reino Unido) que intenta perfeccionar la primera utilizando embriones recién fecundados, en vez de óvulos. Esto podría originar más reparos éticos hacia ella, pero Mary Herbert, miembro del equipo, explica que también aporta ventajas técnicas: “Nuestra opción nos permite ver al microscopio todos los cromosomas del núcleo. Así te aseguras de extraer todo el ADN que quieres transferir”, algo imposible con el planteamiento de los americanos. Además, “cuando espera ser fertilizado, el óvulo está en un estado muy dinámico”, por lo que se puede dañar el material genético con facilidad.
Los embriones con genes de tres personas abren un debate sobre la paternidad
De hecho, en los experimentos para crear a los macacos un elevado porcentaje de embriones se fertilizó anormalmente. Con embriones humanos ninguna de las dos investigaciones ha pasado del estadio de blastocisto, a los cinco o seis días de la fecundación.
Herbert matiza que aún están en proceso de investigación, porque han de asegurarse de que consiguen embriones normales y susceptibles de llegar al final del embarazo. Para ello están realizando tests con óvulos de donantes, aunque no será necesario que terminen la gestación, porque “sabemos por las clínicas de IVF cómo es un embrión sano”, asegura.
Mientras tanto, ha surgido otra crítica desde un ámbito distinto de la comunidad científica. Un grupo de biólogos evolutivos ha colocado su lupa sobre cientos de artículos científicos en los que se describen reemplazos de mitocondrias en diversas especies animales. En un artículo publicado en Science consideran que habría que revisar las propuestas de Oregon y Newcastle teniendo en cuenta que en los experimentos en otras criaturas han surgido problemas, como una limitación del crecimiento y la capacidad de aprender y hacer ejercicio en ratones, y un envejecimiento acelerado en moscas. Klaus Reinhardt, de la Universidad de Tubinga (Alemania), destaca que “muchos de esos efectos no se manifiestan hasta la etapa de madurez sexual, y sobre este estadio no tenemos aún ninguna experiencia en monos”. En efecto, a los macacos americanos les faltan dos años para llegar a ella. Destaca que uno de los trastornos a los que se puede aplicar esta técnica es la infertilidad masculina causada por problemas en las mitocondrias, pero, según Reinhardt, el remedio “puede llevar precisamente a infertilidad en los descendientes varones”.
El biólogo indica que gran parte de las complicaciones se originan en los mecanismos con que se comunican el ADN mitocondrial y el ADN nuclear para hacer que la célula funcione. El lenguaje que utilizan es distinto en cada persona, y se hereda siempre de la madre. Por eso, al unir las mitocondrias y el núcleo de dos mujeres distintas se podría producir una falta de entendimiento que afectase al desarrollo del ser que porte esos dos materiales genéticos en sus células. Además, advierte de la posibilidad de seleccionar solo embriones masculinos, porque los estudios que han analizado demuestran que estos son más proclives a padecer consecuencias indeseadas.
Esta opción se mencionó durante el proceso para discutir la aprobación británica y alude al aspecto que convierte este procedimiento en primicia. Rompería la línea de herencia del ADN mitocondrial, ese que se va heredando de madres a hijas y que, “en estos casos nunca va a ser ya el de la madre, sino el de la donante”, explica Gemma Marfany, genetista de la Universidad de Barcelona. Seleccionar solo varones habría sido una forma de limitar la intervención de la “extraña” a la primera generación.
Una compleja balanza
Aunque hay quien resta importancia a esa participación. “A mí, personalmente, no me provoca ningún tipo de inquietud. La gran mayoría de genes son de la madre, y estaríamos salvando unos dramas tremendos”, afirma José Luis Gómez, ginecólogo y vocal de la Sociedad Española de Fertilidad (SEF), quien apunta, además, a que no todo está en los genes. Los factores epigenéticos, los que “traducen” las instrucciones de los genes para convertirlos en sustancias con distintas funciones, serán de la embarazada. “Y la madre portadora aporta sus hábitos de vida, las circunstancias que rodean al embarazo, que van a modificar el ADN y van a hacer que se exprese de una determinada forma, y eso se va a heredar a generaciones posteriores.”
Como ejemplo de esta realidad menciona que los hijos, nietos y biznientos del Holocausto presentan una tasa de suicidio más alta que otras personas de su misma edad y entorno. Se había pensado que era debido al agobio que producía crecer escuchando una y otra vez tan atroz historia. “Pero luego se ha visto que no, que los embriones gestados por esas personas sometidas a las terribles circunstancias de los campos de concentración sufrieron alteraciones genéticas que posteriormente han sido transmitidas de generación en generación”. En este sentido, con las donaciones de óvulos y esperma, ya estamos haciendo embriones en ambientes en los que intervienen varios progenitores.
Una misma mutación genética predispone al alzhéimer temprano y evita riesgos cardiovasculares. ¿La eliminamos?
Cuando llegue a dilucidarse, el reemplazo de mitocondrias puede constituir una herramienta muy valiosa para padres enfrentados a la tremenda amenaza de enfermedades muy graves. Pero los avances en diagnósticos genéticos irán planteando cada vez situaciones más complejas de dilucidar.
Ahora mismo, la ley española solo permite realizar un diagnóstico genético en embriones antes de implantarlos “en caso de enfermedades graves, de aparición prematura y sin tratamiento curativo posnatal, basándonos en el conocimiento actual, o cuando la viabilidad del embrión esté comprometida”, explica Carles Giménez, director científico de Reprogenetics, laboratorio que ofrece este servicio a los centros de reproducción asistida.
Solo se rastrean enfermedades de las que son portadores los padres. Buscar otro tipo de información, como el sexo si no hay afecciones relacionadas con él –como en la hemofilia–, está directamente penado. Sin embargo, en EEUU, donde la regulación es mucho más laxa, la propia clínica decide si ofrece a los padres la opción de elegir niño o niña.
Pero incluso en los casos de enfermedad se empiezan a plantear dudas sobre cómo manejar la información que tenemos. Por ejemplo, ¿qué hacer en el caso de mutaciones que predisponen a ellas pero no aseguran su aparición? O cuando se puede vivir con esas afecciones.
Cuando el peligro no es seguro
Gemma Marfany reflexiona sobre la posibilidad de seleccionar embriones para que no porten un gen con predisposición a un cáncer, algo que ya se ha realizado en varias ocasiones en España con autorización expresa de la Comisión Nacional de Reproducción Humana Asistida. La genetista cita como ejemplo el cáncer de mama: “Se puede hacer prevención y, si sucede, mastectomía. Mira cuántas mujeres conoces que lo han tenido y se han curado. Esas ¿las hubieras eliminado? Cuando a lo mejor aportan socialmente un montón de valores. Y además, igual eliminas ese riesgo, pero tienes propensión a morir de un ataque al corazón”. La compleja gama de grises está servida, incluso por motivos puramente biológicos: “Una variante que puede propiciar el riesgo de padecer alzhéimer un poco más prematuro, hacia los 60 o 65 años, nos puede parecer no deseable”, explica, “pero esa misma variante en jóvenes hace que transportes mejor los lípidos y puedas tener menos riesgo cardiovascular”.
En Norteamérica se ha reducido un 90% la incidencia de la grave enfermedad de Tay Sachs entre judíos
Anna Veiga, ex presidenta de la Sociedad Europea de Reproducción Humana y Embriología, recuerda que, cuando se empezó a legislar sobre diagnóstico preimplantacional, se habló de una lista para clasificar claramente las patologías susceptibles de ser tratadas con estas técnicas. “Por suerte no se hizo, ya que cualquier enfermedad que no hubiera estado incluida en principio y de la que no supiéramos que podía ser diagnosticada preimplantacionalmente habría quedado fuera.”
Una de las enfermedades en las que se ha conseguido un gran avance es el síndrome de Tay Sachs. La mutación de un solo gen provoca acumulación de grasas en el sistema nervioso central y se produce una degeneración progresiva que desemboca en la muerte a edad muy temprana. Cuando se descubrió una prevalencia mucho mayor entre en los judíos asquenazíes, en Norteamérica implantaron un programa de educación y detección temprana. Desde 1971 se ha reducido su incidencia un 90%.
El abaratamiento de la secuenciación abre la puerta a este tipo de intervenciones, pero también es necesaria una sociedad dispuesta a aprovechar las ventajas que ofrece. Para comprobar la influencia de los factores culturales, Stephen Kingsmore, del Mercy Hospital de Kansas, está realizando un estudio a largo plazo sobre los efectos de las medidas de detección entre la comunidad amish, caracterizada por sus valores tradicionales.
A partir de ahora vamos a tener que decidir cuándo intervenimos, y qué hacer con los conocimientos que nos proporcionan los screenings genéticos. ¿Deben los padres saber todo lo que está escrito en el ADN de sus futuros hijos? ¿Estamos preparados para descifrar ese lenguaje hasta sus últimas consecuencias? ¿Cuándo descubrir las cartas que la herencia nos ha repartido? “Ahora mismo hay técnicas con un potencial de diagnóstico enorme, y vamos a ver más cosas”, asegura Anna Veiga. “Debemos analizar estrictamente qué situaciones nos vamos a encontrar y determinar las opciones que vamos a elegir valorando las consecuencias. Las leyes tendrán que adaptarse a lo que una población determine de acuerdo a sus pautas éticas.” Para ello es necesario un debate público que, para Veiga, “ha de partir de una información científica muy veraz y estricta”. Intentaremos estar ahí para aportar nuestro grano de arena.