James Simon es un matemático multimillonario que tiene una hija que sufre autismo. Lleva tiempo observando que cuando tiene fiebre se comunica mejor y los movimientos descontrolados característicos de su patología disminuyen. Así que ha creado una fundación para investigar el porqué de esta mejoría y explorar si provocarla podría convertirse en una terapia en el futuro. Los primeros resultados, en 2007, los obtuvo un grupo de epidemiólogos de la Johns Hopkins School of Public Health. Ellos publicaron un estudio en el que ratificaban que los episodios de fiebre atenúan los síntomas del autismo. Pero ¿por qué?
Nos pone de los nervios
“La fiebre es un mecanismo de defensa, reflejo de la actividad del sistema inmunitario ante la presencia de un patógeno en el cuerpo. Así que pensamos que la relación entre fiebre y cambio en el comportamiento podría ser precisamente el reflejo de la relación que existe entre el sistema inmunológico y el nervioso. De manera que es posible que los procesos del sistema inmunitario que activan la fiebre también estimulen o inhiban zonas del sistema nervioso implicadas en comportamientos que están alterados en el autismo. Y esto es lo que provoca que se observen cambios comportamentales (ansiedad, relaciones sociales, irritabilidad y lenguaje) temporales en pacientes diagnosticados de autismo”, me asegura por email Marián Meller, una española que investiga en el Laboratorio de Biología Molecular de la Rockefeller University, y que participa en una investigación auspiciada por la fundación de James Simon.
El 95% de los casos de fiebre que sufrimos se deben a patógenos que intentan colonizar nuestro organismo
Y continúa: “También barajamos que haya ciertas áreas cerebrales que respondan a la temperatura corporal y que estén conectadas a su vez con otras que regulan los comportamientos asociados con el autismo. Así, la activación temporal de estas áreas podría desencadenar un cambio de actividad de las neuronas implicadas en la ansiedad, los comportamientos sociales, irritabilidad y lenguaje de quienes sufren autismo. Por último, también se debate un posible efecto epigenético y de activación o inhibición de genes implicados en la actividad de algunas neuronas”.
Sea cual sea la razón, lo que parece claro es lo beneficiosa que resulta la fiebre en este caso. Hasta el punto de que en el futuro podría “recetarse” provocar altas temperaturas en personas con autismo. Algo que ya se ha probado en enfermos de cáncer.
hipertermia contra tumores
Una de las últimas tendencias en medicina contra el cáncer es la inmunoterapia; es decir, el uso de terapias que activan nuestro sistema inmunitario para luchar contra células cancerígenas. “Cuando se manifiesta un tumor, lo que sucede es que ha sido capaz de burlar los mecanismos de vigilancia del sistema inmunitario. Mediante tratamientos con inmunoterapia, lo que pretendemos es conseguir amaestrar los mecanismos del sistema inmunológico para enviarle, de forma artificial, instrucciones para que reconozca y destruya las células cancerosas”, explica Ignacio Melero, experto en inmunoterapia de la Clínica Universitaria de Navarra y del CIMA (Centro de Investigación Médica Aplicada). Y la fiebre, al fin y al cabo, forma parte del engranaje de nuestro sistema inmunitario.
En el año 2014, las asociaciones de pediatría de todo el mundo alertaban sobre la fobia de los padres a la fiebre
Y nos explica: “El tratamiento en el que se utiliza la fiebre como detonante se llama hipertemia, y consiste en dar soluciones precalentadas al paciente bajo anestesia, para simular fiebre alta sostenida. Sin embargo, es arriesgado y hoy por hoy no parece un método efectivo por sí solo. Aunque quizá tenga sentido reconsiderarlo en combinación de tratamiento con otras inmunoterapias más eficaces”, termina.
Por otra parte, también se ha descubierto recientemente que dolencias como el estrés y la ansiedad provocan subidas de temperatura en el ser humano.
Psicotemperatura
En 2014, científicos de la Universidad de Kioto (Japón) identificaban el circuito neuronal responsable del desarrollo del aumento de la temperatura producida por el estrés. Se trata de las neuronas que enlazan el núcleo hipotalámico dorsomedial y el rafe rostral medular. Entonces, estos investigadores aseguraban: “El conocimiento de este mecanismo puede ser importante para comprender cómo se desarrolla la fiebre psicogénica y diseñar enfoques clínicos para tratarla”.
Es el caso de Carmen, una mujer de 51 años que vive sola y lleva una vida razonablemente sana. Sin embargo, desde hace unos meses sufre episodios de fiebre recurrentes que desaparecen igual que vinieron, sin más síntomas que el decaimiento. Tras realizarle pruebas de todo tipo, su médico le diagnostica fiebre psicógena. ¿La razón? Hace cuatro meses, su hermana y sus sobrinos, que vivían cerca de ella y en cuyos cuidados y educación ha colaborado mucho durante años, se han trasladado más lejos, a una casa más grande, y únicamente puede visitarlos el fin de semana. Ahora, a diario solo le queda ir a su trabajo como secretaria en la misma empresa desde hace 20 años y volver a casa hasta el día siguiente. Tras un tratamiento con psicofármacos y terapia, la fiebre ha desaparecido.
En el siglo XVIII se creía que la fiebre era el calor que causaba el roce virulento de la sangre contra las paredes venosas
Aunque el nombre sea una licencia poética, el caso de Carmen es real (está recogido en la revista médica Semergen) y tiene una explicación médica más que razonable. Al fin y al cabo, el estrés no es más que un proceso fisiológico que se pone en marcha cuando percibimos una amenaza o consideramos que algo que sucede nos desborda.
En ese caso, nuestro organismo se prepara para enfrentarse al peligro o salir huyendo, y lo hace acelerando nuestra respiración y los latidos del corazón, y también aumentando nuestra temperatura corporal en lo que se conoce como hipertemia inducida por el estrés, un reducto ancestral que trata de calentar los músculos para que sean más eficaces.
Sin embargo, la mayoría de los casos (el 95%) de fiebre que sufrimos no son más que la respuesta de nuestro organismo ante patógenos que intentan colonizarlo.
No hay mal que por bien…
“Antes, cuando alguien se ponía malo y le subía la temperatura se entendía que esta no era más que la respuesta del organismo a los gérmenes, por lo que la fiebre se veía como un indicativo de que las defensas estaban haciendo su trabajo y que el enfermo estaba en el camino de la recuperación. No fue hasta más tarde, hasta que empezamos a poder tomarnos la temperatura gracias a los termómetros, cuando la fiebre se convirtió en el síntoma principal”, asegura el pediatra Jesús Martínez, impulsor de mamicenter.com, una consulta online en la que atienden consultas sobre fiebre a diario.
Obsesión por el termómetro
Tanto es así que en 2014 las asociaciones de pediatras de todo el mundo, incluida la española, se pusieron de acuerdo para luchar contra la fobia a la fiebre, a la que definieron como el miedo exagerado a este síntoma que sufren muchos padres.
La voz de alarma la dio un estudio publicado en The American Journal of Diseases of Children, que aseguraba que la mayoría de los padres estaban excesivamente preocupados por fiebres de 38ºC para abajo. Y muchos temían las consecuencias que podía acarrear el aumento de la temperatura corporal en sus hijos, hasta el punto de que el 52% aseguraba que a partir de 40ºC sus pequeños podían sufrir grandes trastornos neurológicos.
“Seguramente la culpa es nuestra. De hecho, cuando unos padres van a las Urgencias de un hospital con un niño, lo primero que ven es cómo le ponen el termómetro. Así les estamos enviando el mensaje de que la temperatura es lo más urgente, que el resto de los síntomas no tienen importancia”, dice Martínez.
Sin embargo, es todo lo contrario. “Al aumentar nuestra temperatura corporal, nosotros nos sentimos mal, pero los gérmenes también. Por eso, nuestro organismo sube la temperatura, para que los patógenos que nos atacan no se sientan cómodos y no puedan reproducirse. Sin embargo, nosotros, que nos creemos más listos que nuestro cuerpo, nos empeñamos en bajar la fiebre con antipiréticos, cuando lo que deberíamos hacer es tratar de aliviar los síntomas (dolor de cabeza, decaimiento, etc.), pero sin provocar el descenso de la temperatura”, explica Martínez.
Fortaleza inmune
Tan beneficiosa es la fiebre que, según un estudio del Instituto Americano de Alergias y Enfermedades Infecciosas, los niños que experimentan procesos febriles en el primer año de vida son menos propensos a desarrollar alergias durante su infancia. Algo que ratifica la idea, cada vez más extendida entre los médicos, de que la pronta exposición a infecciones nos protege contra las alergias. Aunque Martínez plantea un caso excepcional en el que sí hay que preocuparse: “En el caso de bebés menores de tres meses, que poseen una barrera craneoencefálica todavía muy débil. En su caso, cualquier infección se puede convertir en una sepsis o en una meningitis. Y esto sí que puede ser muy grave. Por eso alertamos a los padres de los recién nacidos de que siempre que un bebé de esta edad tenga una temperatura de 38ºC o más deben llevarlo a urgencias cuanto antes, para poder tratar la infección”.
Quizá sea de estas advertencias puntuales y concretas de donde proviene el miedo que muchos hemos desarrollado a la fiebre. O más bien de la tradición de siglos en los que fue considerada una enfermedad mortal. En 1660, el médico inglés Thomas Sydenham escribió: “La fiebre es un motor poderoso que la naturaleza aporta al mundo para conquista de sus enemigos”. Sin embargo, lo que ahora sabemos es que esto no solo no es cierto, sino que la alta temperatura corporal es, en muchos casos, una poderosa arma que nos sirve eficazmente para acabar con nuestro enemigo mortal. ¡Bendita fiebre!
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