Una madre humana es una persona, y no resulta baladí recordarlo. Porque, por regla general, después de convertirse en madre lo de ser persona es solo algo secundario. Las hay que te peinan con la raya al lado, las que siguen esperando que llames, las que ahora no tienen tiempo, las que llegan al trabajo oliendo a Cola-Cao… Pues eso, las madres. Un extraordinario ejemplar de nuestra especie que es hoy un importante factor de estudio para la ciencia. Las nuevas investigaciones hilan fino a la hora de detectar rasgos de caracter, aspectos físicos e incluso enfermedades de tu vida de adulto condicionados por las madres; a veces, y para mayor sorpresa, sin que tenga nada que ver la herencia genética.
Comencemos con un tópico: por el trasero de la madre se adivina cómo será el de la hija. Perogrullada genética, pensábamos con resignación. Ahora, la ciencia nos va sacando del error. La genética, que en apariencia se comporta más generosa con las generaciones recientes, falta muchas veces a su lógica, porque la madre tiene para sus hijos argumentos aún más poderosos, como los hábitos, la cultura y el ambiente que les dispone.
La estatura no es un gen
Así lo ha hecho saber una investigación del Departamento de Genética y Antropología Física de la Universidad del País Vasco en la costa vizcaína, que concluye que la madre influye en la talla, forma y composición del cuerpo debido más a factores culturales e interacción con el ambiente que a su herencia genética. Y esto sucede tanto en niñas como en niños, que acaban pareciéndose más a sus madres que a sus padres, sobre todo durante la infancia.
En la crianza y en la educación del pequeño, la madre transmite sus hábitos, entrometiéndose, para bien o para mal, en su crecimiento. Las cosas cambian cuando uno crece. Pasada la primera etapa, la genética retoma fuerza en cuanto a la talla o rasgos esqueléticos, pero la cantidad de grasa y la morfología corporal aleccionadas por la madre se mantienen grabadas.
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No es esta la única huella materna que queda indeleble. Parece también que cuanto más bella la madre, más hermoso el hijo. Al menos, belleza emocional, que no es poco. La psicóloga argentina Ana María Daskal, autora de Permiso para quererme, resalta la influencia que ejerce la mujer en la autoestima de su prole: tienen mejor percepción de sí mismos y mayor confianza quienes mejores consejos maternos recibieron en su infancia. Esta valoración incluye tanto la apariencia física como sus capacidades y recursos. «Los individuos», dice, «empezamos a construir nuestra identidad con los mensajes que nos transmiten nuestras personas más cercanas. Tal reconocimiento es una necesidad que permanece durante muchos años».
El origen de la fragilidad
La psicóloga Cecilia Pérez-Mínguez, pionera en España en las técnicas de observación de bebés y autora de No decía palabras, insiste en la importancia del contacto y la presencia del padre y de la madre para despertar todo el potencial humano y contribuir a su bienestar y desarrollo físico, intelectual, emocional y moral. «Desde las primeras horas de vida es extraordinario el efecto del contacto con la piel, y especialmente el pezón dentro de la boca pegada a la madre, que le habla y le transmite su olor familiar.» Una falla en este período puede ser el brote de un individuo conflictivo y extremadamente frágil. «La naturaleza, no obstante, dota al ser humano de una segunda oportunidad: la adolescencia. Es la última ocasión para colmar el hambre emocional que puede arrastrar nuestro hijo y de reparar actitudes si no queremos tener bebés de 80 años que continúan esperando ese sustento.»
En realidad, el legado materno se remonta hasta el minuto cero de nuestra existencia intrauterina. Ahí, el feto vive su particular Matrix, anticipándose a lo que será su vida futura.
La salud en la edad adulta echa sus raíces en la misma matriz, con más arraigo que su programa genético y sus hábitos. David Barker, investigador de la Universidad británica de Southampton, descubrió que muchas patologías propias de la vejez y vinculadas hasta ahora con malos hábitos, como los trastornos cardiovasculares, la osteoporosis, la obesidad y la diabetes II, pueden empezar a gestarse en la etapa prenatal. Son más frecuentes si el útero carece de nutrientes, o el recién nacido está mal alimentado, o sufre una infección durante los primeros años de vida. Un feto mal nutrido sobrevive a costa de su cerebro y su corazón, dejando desamparados el resto de los órganos vitales que empiezan a formarse. Aparentemente, el niño nace saludable, pero arrastrará estas carencias el resto de su vida.
Barker indagó en archivos y hospitales de todo Reino Unido la infancia de adultos con enfermedades crónicas. El registro más completo que encontró fue el de la comadrona Ethel Margaret Burnside, cuyas anotaciones le permitieron sospechar que algo ocurrió en el vientre materno que marcó de por vida a estos pacientes. Los niños con bajo peso al nacer o durante su primer año presentaban con más frecuencia en la edad adulta alta presión sanguínea y las patologías citadas anteriormente.
Los biólogos Peter Gluckman y Hanson Marcos lo resumen en su libro The fetal Matrix: «Ya no es posible ver el embrión o el feto como la etapa larval de desarrollo humano. Durante los nueve meses que pasamos en el útero, nuestro organismo se programa para la vida», explicó Gluckman durante la exposición de sus hipótesis en la Sociedad DOHaD, una entidad que promueve el desarrollo de las investigaciones para conocer el origen temprano de las principales patologías que afectan a la Humanidad.
Estos cambios que alteran el curso genético y metabólico del ser humano a veces permanecen silentes durante años, como las secuelas de la desnutrición materna, que pasan de una generación a otra. Pero ¿puede afectarnos tanto la alimentación de nuestras madres?
Randy Jirtle, investigador de la Universidad de Duke, consiguió transformar el pelaje amarillento de las crías de ratas en un lustroso marrón añadiendo a la dieta materna suplementos vitamínicos. Una prueba más de cómo los factores ambientales alteran la actividad de los genes y condicionan de por vida las características de sus vástagos y de las generaciones venideras.
Tranquila, mamá
Hasta la matriz llega también el factor emocional y deja ya el sedimento de su futura personalidad. Una investigación llevada a cabo en el Imperial College de Londres por parte de la profesora Vivette Glover ha detectado que la ansiedad materna aumenta significativamente la propensión a tener un niño ambidiestro, una condición vinculada con el autismo, la dislexia y la hiperactividad, si bien es verdad que es solo un factor de riesgo, no una certidumbre. Episodios como el 11-S provocaron una subida brutal de los niveles de cortisol en las mujeres embarazadas, debido a su ansiedad. Esta hormona atraviesa la placenta e interfiere negativamente en el desarrollo cerebral. Aquellos bebés son hoy niños con mayor riesgo de hiperactividad, déficit de atención y problemas de conducta.
Por el contrario, los cuidados postnatales y el amor maternal durante la primera infancia proporcionan una potente protección contra estos riesgos, según un artículo online publicado en la revista Biological Psychiatry, porque pueden burlar los efectos de la hormona del estrés.
¿Tan importante es el amor materno? Un equipo de la Universidad de Navarra, dirigido por la catedrática de Bioquímica Natalia López Moratalla, siguió la actividad cerebral de una madre durante su embarazo para tratar de explicar cómo arranca y evoluciona el vínculo afectivo. Lejos de interpretar la llegada del embrión como algo no propio, el organismo desactiva de inmediato todas las células que generarían rechazo a lo extraño. Poco a poco, sus órganos asimilan células del feto gestante que ayudan a regenerar su cuerpo y emerge en el cerebro materno el primer vínculo de apego con el bebé. Pasados 15 días, el cerebro inicia la liberación de oxitocina, hormona con efecto sedante que aporta a la madre confianza para llevar su embarazo con éxito.
Madre e hijo inician un diálogo que madurará durante los nueve meses de gestación y en los primeros años. Esta interacción se expresa con un repertorio de conductas que permitirán al bebé su adaptación social y la adquisición de destrezas, habilidades y conocimientos en su vida.
A sabiendas de lo importante que es una madre, la clínica privada británica The Bridge Centre, en asociación con el Genetics and IVF Institute de Fairfax, en Virginia, rifó a mediados de marzo un tratamiento con óvulos a medida, en el que se podía seleccionar a la donante según su raza, características físicas y estudios. El premio, valorado en unos 14.300 euros, iba dirigido a mujeres de 40 a 50 años. Era el punto de arranque para lanzar un nuevo y polémico servicio que dará la posibilidad de escoger el perfil de la donante de óvulos.
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