Un reciente estudio llevado a cabo por científicos e investigadores americanos del Instituto Médico Howard Hughes y de la Universidad de Stanford (California) que ha sido publicado en la revista Nature, demuestra la pérdida de fragmentos de ADN durante la evolución en los cuales residiría la «orden» de desarrollar espinas en el pene. Otros mamíferos tienen, además, un báculo o hueso peneano, para mejorar la cópula.
Esta pérdida, ocurrida según demuestra la investigación, hace más de 500.000 años, no afectó a todos los seres vivos y está ausente en otros como marsupiales, conejos o las distintas clases de équidos (burro, caballo…).
En los mamíferos está más presente en roedores, primates, carnívoros o insectívoros. También tu perro o tu gato tienen hueso en el pene, lo que les permite poder tener relaciones sexuales ante la ausencia de erección, que en los seres humanos se consigue al llenarse el tejido eréctil del pene de sangre.
En 1978, el divulgador científico, teólogo y zoólogo Richard Dawkins (El gen egoísta, 1978), teorizó sobre la pérdida del báculo. En su hipótesis, tomando como referencia que nuestras especies más cercanas –los primates– aún lo conservan, defiende que el hecho sea una respuesta a la selección de las hembras, que en su búsqueda trataban de encontrar signos de una salud óptima en los machos, ya que la dependencia del pene humano en los medios vasculares para lograr una erección, lo hace directamente vulnerable a los cambios de presión en la sangre. Por ello, la disfunción eréctil indicaba no solo los estados de salud del macho (diabetes, etc.) sino el estado mental del sujeto.
En la religión la respuesta al entuerto es más una leyenda que algo a lo que agarrarse y es que según investigadores de la Universidad de Johns Hopkins, los primeros humanos sí se habrían percatado de la diferencia entre los restos de cualquier ser vivo y el ser humano. Por ello, para explicar la ausencia del hueso peneano, habrían creado la leyenda equivalente al Mito de Adán: que al hombre le falta uno de sus huesos porque Yahvéh, se lo quitó a Adán para crear a Eva (Genésis 2.21-23 de la Biblia Hebrea), pues el báculo está más asociado con la paternidad que una costilla. Es más, el término hebreo empleado para «costilla» (tzelá), tiene más significados además de hueso, por lo que en la Biblia podía referirse a este como un mero soporte de estructura. Un silencio genético, que podría explicar porque no tenemos bigotes para aumentar nuestra percepción o porque algunas zonas de nuestro cerebro son más grandes que la de otros primates.
Al menos hoy, ya sabemos que la obsesión erótica de Arthur Miller y las fantasías sexuales de otros tantos, tienen un interesante fundamento. Por cierto, el hueso homólogo en la hembra se denomina: baubellum o hueso clitorídeo.
Redacción QUO
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