Puede que el nombre de Tarawa no le diga nada a la mayoría de la gente. De hecho, solo es un pequeño atolón perdido en medio del Océano Pacífico. Pero fue el escenario en 1943 de una de las más cruentas y polémicas batallas de la II Guerra Mundial.
Tras la ofensiva lanzada en Guadalcanal, esta fue la segunda que las tropas de Estados Unidos lanzaban contra las de Japón. Pero, ¿por qué se consideraba necesario conquistar un atolón tan pequeño? Pues porque los informes de inteligencia consideraban que era la llave para conquistar todo el archipiélago de las islas Marianas, donde Estados Unidos contaba con establecer bases que les permitirían ejercer un control efectivo de todo el Pacífico central, y dirigir las operaciones pertinentes para liberar las Filipinas, y para atacar Japón.
Pero Tarawa estaba defendida por 3.000 soldados japoneses, apoyados por otros 1.000 trabajadores nipones, y 1.200 coreanos. Y no se iban a rendirse fácilmente.
El 20 de noviembre de 1943, más de 40.000 soldados estadounidenses pertenecientes a la 2º División de Marines y a la 27º de Infantería, desembarcaron en el atolón. Pese a su apabullante superioridad numérica, los estadounidenses necesitaron tres días enteros para dominar el terreno.
El 23 de noviembre, cuando ya se había efectuado el último disparo, Tarawa parecía un matadero. De los más de 4.000 japoneses que defendían la isla, solo habían sobrevivido diecisiete, entre soldados y trabajadores. Y junto a ellos, 129 coreanos.
Los estadounidenses también pagaron un alto precio, ya que tuvieron más de 1.600 muertos, y más de dos mil heridos. Una crónica de la época relató que el atolón desprendía un pegajoso olor dulce, procedente de la carne de los numerosísimos cadáveres que habían comenzado a pudrirse por causa de la humedad y el calor.
Lo sucedido en Tarawa polarizó a la sociedad americana. Por un lado, la dureza del combate provocó que algunas voces glosasen el heroísmo de los marines, y elevaran la batalla al nivel de hitos épicos como Little Big Horn o El Álamo. Pero, por otro lado, muchas voces cuestionaron si realmente había valido la pena sacrificar tantas vidas por conquistar aquel atolón.
Al finalizar la guerra, Holland M.Smith confesó que la conquista de Tarawa había sido un error. Que, tal vez, la mejor solución habría sido aislar el atolón, y esperara que la guarnición japonesa acabara entregando las armas.
Peor la batalla se libró, y de ella los estadounidenses aprendieron valiosas lecciones sobre el carácter feroz e imbatible de los combatientes japoneses, que les sirvieron para los posteriores combates en lugares como Saipán, Peleliu, Iwo Jima y Okinawa.