Cuando en 1906 murió Pierre, atropellado en las calles de París por un carro de caballos, Marie Curie no había cumplido los 39. Era una todavía joven investigadora y tenía toda la vida por delante, tanto personal como profesionalmente. No es extraño por tanto que, unos años después, volviera a enamorarse.
El primer problema consistía en que Marie era la viuda de oro: su marido se había convertido, especialmente después de su muerte, en un auténtico icono de la ciencia francesa. El segundo, que el objeto de su amor era un físico algo más joven que ella y casado.
Marie Curie y Paul Langevin iniciaron su relación en 1910. Y un año después, justo cuando ambos se encontraban invitados en el prestigioso Congreso Solvay (el principal evento científico de la época), la mujer de Paul encontró ocultas unas cartas de amor.
Aunque Langevin estaba en trámites de separación de su esposa, la prensa sensacionalista francesa llevó el asunto a sus portadas. Para la parte más conservadora de la sociedad, Marie había tirado por tierra el prestigio del pasado al mantener una relación prohibida con un hombre más joven y casado.
El acoso social a ambos fue realmente aterrador. Incluso, a la vuelta del congreso Marie encontró a una multitud protestando violentamente a la puerta de su casa. Curie tuvo que alejarse de París y esperar a que pasara el tiempo. De hecho, posiblemente fue el acoso mediático lo que acabó provocando la ruptura de su relación con Paul. Aunque ambos dejaron de ser pareja, Langevin y Marie siguieron manteniendo una estrecha relación de amistad y camaradería.
Redacción QUO
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