Es posible que este sea el estudio “Un millón” sobre la monogamia, pero es el primero que la cuantifica, aunque sea de modo colateral. ¿Qué significa exactamente ser monógama o monógamo? En este estudio, que acaba de publicarse en la revista científica PNAS es posible encontrar una respuesta mínima.
El objetivo de los científicos de la Universidad de Texas, en Austin (EE UU), era buscar si hay una “base genética” de la monogamia. Es decir, si hay unos genes que se expresan de un modo distinto en aquellos más dados al “para siempre” y si ha sido así a lo largo de los últimos 450 millones de años.
Analizaron cinco pares de especies e hicieron dos grupos, el de monógamos y el de poliamorosos. Entre los monógamos, las figuras fueron los ratones californianos, los topillos de la pradera, un pájaro conocido como bisbita alpina, la rana venenosa Ranitomeya imitator y un pez (Xenotilapia) que vive en el lago Tanganica, en África central. Entre los polígamos están los ratones ciervo, los Microtus, el acentor común, otra rana venenosa (Oophaga pumilio) y otro pez cíclido africano.
Y bien, encontraron esa marca genética que buscaban. La expresión de una misma serie de genes (24 en total) en el cerebro del equipo de los monógamos coincide, tanto si es rana monógama, como topillo de la pradera.
Pero al leer atentamente el artículo científico es cuando aparece la respuesta a la pregunta de esta noticia. ¿Cómo definieron la monogamia? ¿Había que ser inquebrantablemente fiel? Pues no del todo. Los científicos identificaron como monógamas a especies que se emparejan al menos durante una temporada de apareamiento y comparten en alguna medida las tareas de alimentar a las crías y defenderlas, considerando no relevante que tuvieran algún escarceo ocasional durante ese periodo de crianza.
En este estudio no podía faltar el emblema de la monogamia entre mamíferos: el topillo de la pradera. Estas parejas cuidan a sus crías juntas y no parecen perder la pasión a lo largo de una vida en común. Sin embargo, incluso ellos tienen escarceos puntuales que, en ocasiones, dejan huella. De hecho, se calcula que alrededor del 10% de las crías de una pareja no son hijos del macho que las cuida. Hay que añadir que no todo topillo es igual a los otros. Algunos deciden incluso no emparejarse nunca.