No sabemos si Eduardo Punset, el divulgador científico con el pelo disparado de sabio loco que hoy ha muerto, se quedó con las ganas de preguntarle a Helen Fisher si es posible el amor sin deseo o si uno y otro aparecen siempre conectados. Realmente era pura curiosidad porque su respuesta la tenía ya clara: “Amor y deseo siempre van de la mano. El cerebro se oscurece con el amor y no le cuentes historias”, le contestó al periodista Jesús Quintero en una entrañable entrevista, en septiembre de 2011.
Merece la pena recordar aquella conversación porque en ella deja las claves de su legado y porque habló como pocos lo han hecho de esa ciencia del optimismo capaz de dibujar una nueva y más generosa dimensión del ser humano, a pesar de todas las atrocidades. A pesar de que, al mirar atrás, lo que uno ve que ha ocurrido es espeluznante: “Niñas sacrificadas a los dioses por sus padres para calmar su ira, quema de brujas que sabían de hierbas medicinales o persecución en nuestras tierras andaluzas de gentes para saber por su olor si eran católicos o musulmanes. Es una historia atroz”.
Y, aun así, desgrana junto al periodista andaluz algunos grandes motivos para el optimismo. “Descubrimos que lavándonos las manos triplicábamos la esperanza de vida sin saber ni siquiera lo que era un microbio y la humanidad se encuentra de repente con 40 años de vida en sus brazos”.
«La felicidad está en la sala de espera de la felicidad»
Con Quintero habló de amor y de cómo el cerebro se inhibe en su presencia. Hilvanó con su magistral conocimiento del ser humano amor, belleza y felicidad para brindarnos su primera gran herencia: la felicidad, un estado que se encuentra permanentemente en la sala de espera de la felicidad. Es verdad que muchos científicos habían dado ya las claves neurológicas de este concepto, pero él lo descubrió con su perra mientras le preparaba el plato de cereales. “Saltaba como loca de alegría. Estaba en esa sala de espera de la felicidad”.
También aprendió de los sapos que hay que moverse para ver la mosca en la pared y logró disfrutar de los momentos más hermosos. Le resultaba complicado encontrar episodios desgraciados porque siempre ponía en ellos un objetivo de felicidad, según explicó a Quintero. Y, como este acabó resumiendo, su espíritu renacentista le hizo sumar a su condición de científico la de abogado, político y economista. Y así, enlazando la ciencia más vanguardista con la filosofía y la poesía, fue dejándonos algunas perlas más, como que en política la gente no debería estar más de seis o siete meses o que solo cada 100 o 200 años sucede una ráfaga histórica con la posibilidad de hacer realmente algo, lo que le llevó a depositar más confianza en el individuo, en los elefantes o en la naturaleza que en el poder de acción de la política.
Siempre habrá preguntas sin respuesta
No se despidió sin antes advertir que la auténtica revolución está en nuestros cerebros, no el mundo, y que, sí, todavía hay una alternativa para cambiar este sistema de vida por otro mucho mejor. En la entrevista con Quintero reservó para el final sus otros dos grandes legados: “Que hay preguntas que no tienen respuesta y la necesidad de conectar con el resto de la gente y el resto del mundo”.
Aunque nos queden muchas cosas por saber, Punset nos dio el acceso privilegiado a la ciencia, la única capaz de hacer que amaine la presencia del fanatismo y, por tanto, de los terrorismos, en esta sociedad del siglo XXI que vive con mentalidades aún medievales. A juzgar por su prolífica obra, no se puede negar que, como sabedor que era de la fugacidad de la vida, puso en ella su mayor intensidad.