No es nuevo que un azote a tiempo no es un buen método de crianza. Además de no funcionar ni corregir, tiene efectos negativos para el niño. Cuanto más severa es la disciplina en el hogar, más probabilidades hay de que los hijos acaben desafiando a los padres con comportamientos antisociales y agresivos. Ahora un nuevo estudio realizado por la Universidad de Montreal aporta una razón más: gritar, abofetear o dar azotes altera sus circuitos cerebrales del miedo hasta la adolescencia.
Investigadores de dicha universidad y del Centro de Investigación CHU Sainte-Justine han descubierto que los niños cuyos padres a menudo se enojan o les gritan, los azotan o sacuden para imponer disciplina podrían verse afectados en su desarrollo. Los efectos de este tipo de crianza coercitiva se advierten no solo en el comportamiento de los adolescentes, sino también en la forma en que sus cerebros aprenden a enfrentar el miedo, según este estudio, publicado en Biological Psychology.
«Ya sabíamos que la adversidad en la infancia podría tener muchas consecuencias negativas psicológicas y sociales», dice Valérie La Buissonnière-Ariza, primera autora. Sin embargo, hasta ahora la mayoría de las investigaciones se han centrado solo en los peores casos de maltrato y descuidos por parte de los padres.
«Queríamos examinar otras malas prácticas más benignas, pero bastante comunes e incluso más aceptables, como los gritos, bofetadas o sacudidas”, indica. Su primera sorpresa fue observar que este tipo de crianza coercitiva no solo afecta el comportamiento de los niños hasta la adolescencia, sino que también provoca cambios en la forma en que funcionan sus cerebros, particularmente en su respuesta frente al miedo y a la ansiedad.
La investigación ha contado con la supervisión de Franco Lepore, profesor de psicología en la Universidad de Montreal, y la psicóloga Françoise Maheu, afiliada a CHU Sainte-Justine. La autora contó con la participación de 84 jóvenes de 13 a 16 años, divididos en cuatro grupos de acuerdo con la severidad con la que fueron educados desde los dos años y medio hasta los nueve. La Buissonnière-Ariza asegura que su objetivo no ha sido culpabilizar a ningún padre, pero sí hacer que sean conscientes de las secuelas de un modelo de disciplina que no es tan inofensiva como podría parecer.