Esta expresión tiene su origen en los antiguos campamentos militares, concretamente en el bastón colosal que llevaba el tambor mayor de los antiguos regimientos.
Este, que suele estar labrado y rematado por un puño de plata, se ubicaba en el centro del campamento, y marcaba el sitio donde tenían que acudir los soldados en caso de cometer cualquier tipo de falta para esperar a recibir su castigo. La frase originaria y castiza era: “¡Vaya usarced a la porra, seor soldado!»
Redacción QUO
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