¿Soy normal? ¿Estaré dando la talla? Con qué agrado miraríamos el coito de los vecinos sin más afán que cotejar con lo que uno tiene y responder a estas dos preguntas universales y eternas. Dice la sexóloga Georgina Burgos que estas son las mayores dudas sexuales que rondan por nuestras cabezas. “Estas preguntas, casi siempre abiertas a causa de la falta de información veraz y unas expectativas poco realistas acerca del hecho sexual humano, pueden llevarnos a esperar lo que quizá no es alcanzable para la naturaleza humana. Y pueden crear confusión y frustración”, explica.
La ansiedad escénico-sexual
Bajo ese empeño en dar la talla o ser normal se solapan muchos interrogantes. “Tantos como personas hay en el mundo, y la variedad de matices es inmensa. Por otra parte, las dudas que no tienes hoy las puedes tener mañana; los deseos que jamás imaginaste pueden surgir cuando menos lo esperas… y así vamos construyendo nuestra sexualidad a lo largo de la vida, con todos los cambios biológicos, psicológicos y sociológicos que el paso del tiempo comporta”, explica la experta.
Y al desnudarnos lo hacemos entonces con lo que el químico e investigador Pere Estupinyà, autor de S=EX2. La ciencia del sexo, llama “ansiedad escénica”. Pone algunos ejemplos: ansiedad porque nos cuesta encontrar el famoso punto G (cuando ni la ciencia ha dado con su localización exacta) y en lugar de explorar las zonas más erógenas nos perdemos en la búsqueda de ese misterioso botón mágico. Ansiedad por saber con qué frecuencia es natural el sexo en una pareja, como si hubiera un patrón más allá de lo que marcan el deseo y la ocasión. O ansiedad por alcanzar el orgasmo simultáneo. ¿Qué necesidad hay? ¿Y cuántos quebraderos de cabeza despilfarramos intentando dilucidar si el tamaño importa o si el grosor es más importante que la longitud?
Las angustias son interminables. Pero la más universal es el condón. Lo comprobó el Instituto Kinsey de la Universidad de Indiana (EEUU) después de comparar medio centenar de artículos publicados en catorce países entre 1995 y 2011. No se usa durante todo el coito, muchos se lo ponen al revés, otros lo retiran de modo incorrecto. Y no será por falta de instrucciones en el envase, a veces incluso ilustradas.
Y luego están las dudas puntuales que uno atesora en su intimidad: ¿Sentir deseo por una persona del mismo sexo o una fantasía sexual con ella implica homosexualidad? ¿Es extraño que necesite gritar palabras obscenas o buscar situaciones de riesgo para alcanzar el orgasmo? ¿Por qué, si le deseo, no consigo excitarme? ¿El sexo anal es doloroso? En ocasiones, las vacilaciones surgen por trastornos y disfunciones que la medicina sexual tiene claramente identificados, y entonces hay que recurrir a un profesional. “Cuanto antes, mejor”, indica Georgina Burgos. “Cuando la solución de los problemas se aplaza, es frecuente que se agraven”.
El terapeuta no es tu cómplice
En su libro Desnúdate conmigo, la sexóloga Sandra Lustgarten describe cómo una vez superada cierta reticencia inicial, los pacientes acaban contando hasta sus prácticas o pensamientos más obscenos. “El consultorio permite dejar el lastre de los mitos, la mala educación sexual que inhibieron la posibilidad de liberarse”. Y lo que más le preguntan sus pacientes es, por ejemplo: “¿Por qué no disfruto con mi pareja” y sobre los sentimientos confusos que genera la fantasía de la infidelidad. Curiosamente, según Lustgarten, no solicitan consejo sobre cómo evitar la infidelidad, sino “qué hago para no sentir culpabilidad”. Incluso intentan encontrar el consentimiento del terapeuta. “Lo peor es aceptar una disfunción o falta de deseo como parte de la normalidad. Unas veces por vergüenza, otras por no herir la susceptibilidad de la pareja, nos quedamos con interrogantes abiertos y sin llegar a sentir una vida sexual plena”, explica Estupinyà.
Un dolor sexual puede ser causado en el caso del varón, por una infección, un traumatismo o un problema nervioso. En la mujer suele estar causado por una malformación congénita, una infección, falta de excitación o de lubricación… En cualquier caso, la exploración física y psicológica debe ser inmediata. A ellos les cuesta más hablar sobre sí mismos y exponer sus preocupaciones. Por eso, cuando lo hacen hablan más de la pérdida de deseo de su pareja que de sí mismos. Ellas, sin embargo, se centran en sus insatisfacciones y en sus cuitas. Y confiesan cosas tan reveladoras para la ciencia como que cuanto mayor es la frecuencia del coito, mayor es también, al contrario que en los hombres, su deseo de masturbarse.
Es difícil dar respuesta científica a esas dudas inabarcables que nos suscita nuestra sexualidad, pero si hablásemos más, hasta los científicos quedarían atónitos.
Redacción QUO
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