No es casualidad. La mayoría de los ingredientes que alimentan la historia del Grial (incluso su propio nombre) se gestaron durante esta época.
Siguiendo con su interés para los fieles cristianos, las Cruzadas constituyeron el marco perfecto para la profusión de reliquias supuestamente importadas de Tierra Santa. La oferta de mercadería (astillas de la Cruz, espinas de la Corona, retazos de mantos de mártires, etc.) llegó a tal punto que el Concilio de Letrán, en 1215, puso coto a su comercialización y advertió de que la mayoría eran falsificaciones. El prestigio que otorgaban a iglesias y catedrales y el ansia de los fieles por venerarlas prestaron credibilidad a cualquier artefacto susceptible de encajar en la historia cristiana. Y el cáliz de la Última Cena cuadraba perfectamente. Algunos de los que surgieron como auténticos, por ejemplo, el Sacro Catino de Génova, se presentaron como botín de los cruzados que fueron a Oriente.
Con Orden y Temple
Es precisamente en ese escenario donde brotó una asociación de inmenso potencial esotérico (y lucrativo): la del Santo Grial y los Templarios. En torno a ella han surgido incontables obras con un núcleo argumental común. En él, los primeros caballeros excavan bajo el antiguo templo del rey Salomón en Jerusalén y encuentran el Santo Grial, un objeto con propiedades mágicas. Se convierten en sus custodios, y así obtienen una situación privilegiada en Europa. Ese poder despierta los recelos del papado y la monarquía, que los condenan e intentan arrebatarles el preciado tesoro. “El 99,9% de los escritos sobre el tema no tiene validez histórica alguna”; así de claro lo expresa Luis García-Guijarro, profesor de Historia Medieval en la Universidad de Zaragoza. “Sí se sabe a ciencia cierta”, añade, “que el rey Balduino II de Jerusalén cedió como sede a la Orden del Temple el terreno que supuestamente había ocupado el templo del rey Salomón. Comenzaron como una orden asistencial que luego se militarizó. Detrás de su desaparición hubo esencialmente una pugna entre el papado y la monarquía capeta de Francia, que terminó con su persecución y la abolición definitiva de la orden en 1315”. Un final tortuoso que encendió la imaginación popular. “A partir de ahí”, explica el historiador, “se generó una imagen mítica a la que se incorporó el elemento del Santo Grial, y se introdujo un mito dentro de otro mito”.
Cuentos medievales
Para entonces, el cáliz ya protagonizaba algunas de las obras más influyentes de la literatura medieval y había adquirido el nombre de Santo Grial. Esta denominación no aparece jamás en el Nuevo Testamento. “El primero en utilizarla fue Chrétien de Troyes en su obra inconclusa Perceval, o la Historia del Grial, alrededor de 1190”, aclara Norris J. Lacy, profesor de Historia Medieval de la Universidad del Estado de Pensilvania (EEUU) y máxima autoridad en literatura artúrica. “En él menciona un graal misterioso”, añade Lacy, “cubierto de piedras preciosas y que brillaba o del cual emanaba luz. Utiliza la palabra graal, que en francés medieval designaba una bandeja en que se servía comida. Por vez primera le añade el adjetivo santo”.
Juan Miguel Zarandona, profesor de Inglés en la Universidad de Valladolid y presidente del grupo de investigación artúrica CLYTIAR, comenta que: “Este tipo de recipientes venía de los calderos mágicos, platos y cuernos de la abundancia de la tradición celta. Inmediatamente se identificó con la Eucaristía, que alimenta el alma de los cristianos”. En ese contexto pasó pronto de plato a copa. El protagonista de la historia, Perceval, lo contempló sin más, y posteriormente descubrió que solo tenía que haber preguntado por su significado para que el objeto revelara sus virtudes sanadoras. De esta forma se apuntó ya el símil de la búsqueda del Grial como empresa mística que presidió la literatura en torno al rey Arturo, uno de cuyos caballeros fue Perceval, también llamado Parsifal. Zarandona resume así el sentido último de todas estas leyendas: “El trasfondo es una búsqueda, no de un objeto, sino de la perfección espiritual. Quien mejor lo recoge al recopilar las tradiciones medievales es Thomas Malory. Pero el misticismo máximo lo expresan en el siglo XIX el poeta británico Tennyson y Richard Wagner en su famosa ópera Parsifal”. Un propósito trascendente, aún más complejo que hallar el Grial físico.
Redacción QUO
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