La gran ganadora de los premios Globos de Oro de este año ha sido El renacido, el espectacular western dirigido por Alejandro González Iñarritu y protagonizado por Leonardo DiCaprio. El filme es un remake de un clásico de los años 70 titulado El hombre de una tierra salvaje, que protagonizó Richard Harris. Y ambas películas se basan en una historia real. La de Hugh Glass.
Glass fue un aventurero nato. Había sido pirata a las órdenes del legendario filibustero Jean Lafitte, pero abandonó la vida en el mar para convertirse en trampero. En 1822 leyó un anuncio en la Missouri Gazette and Public Adviser de San Luis, que decía: «Se buscan jóvenes emprendedores… para ascender el río Misuri hasta su fuente, donde serán empleados por uno, dos o tres años». El anuncio lo había insertado el general William Henry Ashley, quien estaba organizando una expedición de caza a los territorios salvajes del noroeste de Estados Unidos. Y Hugh Glass se enroló en ella.
Pero su gran odisea comenzó en 1823, cuando Glass fue inesperadamente atacado por un oso grizly que le dejó gravemente herido. El general Ashley estaba convencido de que no sobreviviría y, cómo el grupo debía reanudar la marcha, dejó a dos hombres junto al herido encargados de que le acompañaran hasta que falleciese, y que luego le enterrasen. Uno de aquellos hombres era un joven llamado Jim Bridger quien, años después, llegaría convertirse en otra leyenda del oeste.
Pero Bridger y su compañero no esperaron a que Glass muriese. Vieron indios merodeando por los alrededores y decidieron reunirse con el resto del grupo dejando al agonizante Glass abandonado. Lo que nadie podría imaginar es que aquel hombre iba a sobrevivir, pero lo hizo. Eso sí, Glass estaba cojo, con la espalda desnuda, que dejaba al aire sus terribles heridas, y sin equipo de ningún tipo. Pese a ello realizó una gesta asombrosa, recorrer los casi mil kilómetros que le separaban del lugar habitado más cercano, el fuerte Kiowa.
Glass fabricó una mortaja para envolver su pierna herida, y comenzó a arrastrarse. Para evitar la gangrena, puso sobre sus heridas una podredumbre de restos y dejó que los gusanos comieran la carne muerta. El aventurero sobrevivió comiendo bayas silvestres y raíces, y en una ocasión fue capaz de espantar a dos lobos que comían los restos de un bisonte, lo que le permitió darse un festín de carne.
Contra todo pronóstico, Hugh Glass logró compeltar su gesta con éxito y llegar a su destino a salvo.
Redacción QUO