Mogwli, al criarse en el ‘Pueblo Libre’ (como así se denomina el entorno salvaje en el Libro de las tierras vírgenes), tuvo que sudar la gota gorda para verse a sí mismo como lo que realmente era: un hombre. En estos términos se expresaba en un pasaje del libro: “Nací en la selva; he obedecido su ley y no hay un solo lobo entre los nuestros de cuyas patas no haya yo arrancado alguna espina. ¿Cómo dudar de que son mis hermanos?”
Pedro Feijoo es investigador en la Universidad de Cambridge, concretamente del Departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia. Recientemente publicó un artículo titulado Doctors Herding Cats: The Misadventures of Modern Medicine and Psychology with NonhuMan Identities donde analizó la naturaleza de este fenómeno, así como sus orígenes.
Según apunta Feijoo, otherkin hace referencia a un concepto vinculado a las últimas décadas del siglo XX. En el pasado, cualidades como la de la profesora McGonahall para convertirse en otro animal (teriantropía) o de aullar a la luna llena mientras el pelo brota de la piel (licantropía), estaban vinculadas con sociedades menos familiarizadas con el método científico donde todavía las supersticiones poseían una gran influencia. Hoy día, el ‘transformismo’ de las personas está más vinculado con la revolución de la identidad o las subculturas. “La primera década del siglo XXI ha traído una gran diversificación en términos de preferencias e identidades de género y sexo”, explica Feijó.
Las afinidades ‘animalescas’ o los roles de monstruos son muy antiguos. En Europa, durante el Renacimiento, existía la creencia de que las mujeres acusadas de brujería podían transformarse en gatos.
“Durante el siglo XVIII, la licantropía se quedó atrás con la Ilustración europea, clasificándose como algo irracional y oscuro”, expone el autor, quien, sin embargo, atribuye el origen de identificarse con otras especies a “puntos ciegos de la modernidad”. Según Feijoo, durante las últimas cuatro décadas éstos han crecido con fuerza.
Los cultos alrededor de los ovnis, el espiritualismo o las culturas del New Age que florecieron en los años setenta son ejemplos para él. Los otherkin no tienen por qué ser necesariamente animales, también abarcan criaturas mágicas, procedentes de la ficción o legendarias. “La gente que no ha oído que somos elfos simplemente no da crédito a sus ojos y oídos. Piensan que estamos bromeando y se ríen”, añaden en la definición de sí mismos los Elfos Plateados del Extremo Occidente.
Según el autor, el fenómeno otherkin también afecta, en ocasiones, a nuestra identidad como seres orgánicos. Los cybergoths, por ejemplo, visten con colores de neón y se mueven al ritmo de la música electrónica, fundiendo su identidad con la tecnología.
Los vampiristas resisten sin clasificación de género. Se trata de una ambivalencia que trata de romper con los roles tradicionales. No hay que ser hombre ni mujer para chupar sangre, todos podemos hacerlo. Si concebimos los besos mortales de Drácula como actos sexuales, no podemos hacer distinciones de género.
¿Otherkin o neurodiversidad?
Feijoo traza una línea entre los otherkin y el Trastorno de Identidad de la Integridad Corporal (BIID, por sus siglas en inglés), una enfermedad caracterizada por un deseo fuerte de amputación. Esta condición afecta a un pequeño porcentaje de la población y, según la corriente principal de psicólogos y neurólogos, se debe a una concepción errónea del cuerpo que lleva al cerebro a querer ‘eliminar’ el miembro problemático.
El autor menciona este trastorno y entra en un campo más polémico al vincular también el fenómeno otherkin con la neurodiversidad, por la que las enfermedades mentales son concebidas como capacidades humanas. “Han seguido los mismos pasos”, apunta.
El artículo, titulado Doctors Herding Cats: The Misadventures of Modern Medicine and Psychology with NonhuMan Identities, está disponible desde hace pocosdías en academia.edu.
Redacción QUO
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