SER HUMANO

¿Cómo le llamas tú a la cosa?

Para un científico la cosa se agotaría en falo, pene o miembro viril. Un fanfarrón se atrevería con “antorcha olímpica”. En el club de la modestia, el pene se reduciría a flautín, cilindrín, pirulí, pingajo o ratón. Virote, zuardo, príapo y perigallo huelen a rancio. Hay quien le planta un mostacho como queriendo darle cierto porte: clarinete con bigote, puro con bigote. Los más belicosos lo llevan a su campo: sable, espada o pica. También están jeringa con peluquín, picha, minga, rabo, verga, ciruelo, carajo, sardina y trasto… Si nos referimos al órgano masculino, el vocabulario es casi inagotable.

Hace tiempo, estando Luis Buñuel en el apartamento neoyorquino de su hijo Rafael en animada tertulia con el escritor francés Jean Claude Carrière, colaborador habitual del cineasta, este propuso un reto: cada uno compondría una lista de sinónimos o eufemismos de la palabra ‘polla’ en su lengua materna. Carrière, en francés; Rafael, en inglés; Buñuel, en español. Desde luego, ganó el escritor. Él mismo admitió que su lengua, “tan elegante y refinada, en este terreno es inacabable”.

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Pocos días después, Carrière coincidió con una vieja amiga actriz que malvivía como dobladora de películas porno y sufría una desgana permanente por tener que repetir una y otra vez las mismas palabras ordinarias. En estos dos episodios el escritor encontró inspiración y material de sobra para escribir Les mots y la chose. Le grand livre des petits mots inconvenants. En siete cartas demuestra a la actriz que tiene a su alcance auténticos tesoros, casi siempre ocultos por el pudor y la mojigatería.

A Ricard Borràs, productor y académico de las Artes Escénicas, le pareció fascinante este juego de tomar las palabras más chabacanas para hacer de ellas una elegante cascada de ingenio y belleza, por lo que propuso a Carrière recoger el testigo y “hacer el amor en castellano”. Su libro Las palabras y la cosa (ed. Blackie Books) recorre hoy los escenarios teatrales en forma de diálogo entre un filósofo y una actriz.

El reto le hechizó: “Recuerdo que una noche me desperté en mitad de un sueño, mascullando un eufemismo del verbo follar relacionado con el mundo de las verduras. Hacía días que lo buscaba, sin éxito. La expresión que soñé era arrimar el apio”. Pero los sinónimos son abundantes: penetrar, endiñar, chingar, mojar, meter, empujar… También lo tuvo fácil a la hora de buscar homólogos a los vecinos de abajo, es decir, a los testículos: bolas, pelotas, vergüenzas, cataplines, colgajos, bemoles, mellizos, cordones, quiñones, los dos adjuntos del señor alcalde, cascabeles y castañuelas.

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El escritor y académico mexicano Guillermo Sheridan dice que cada vez que se pide a un grupo de menores de 13 años nombres del pene, tras las consabidas risitas, los críos empiezan a disparar respuestas. En cambio, al nombrar la vagina el resultado es siempre un “incómodo silencio”.

También Félix Rodríguez, catedrático de la Universidad de Alicante, reconoce que su Diccionario del sexo y el erotismo contiene muchas más voces referidas al pene que a la vagina y la vulva. “Y si nos fijamos en las metáforas empleadas, en las del pene a menudo hay asociaciones con la violencia (acero, aguijón, as de espadas, látigo o serpiente diabólica), reflejo de nuestra cultura sexista, mientras que las del órgano sexual femenino son más poéticas, más presentables (amapola, caramelito, dulce gruta, gatera, merengue, peladillas o seda)”.

Para el pene sobran palabras. “En general –explica Borràs–, todo aquello que se parezca a un palo, como la tranca, la garrota o la cachiporra”. Además de pilila, pija, cacahuete, zambomba, chorra y pollón. El siguiente párrafo de Las palabras y la cosa es un ejemplo de su exceso: “Cuando el hombre va empinado, con la picha dura o, dicho de otra manera, cuando tiene firme la vara, el aguijón, el mazo, la porra, la clava, el bastón y todos los objetos duros que usted quiera, cuando va caliente como un tizón y tiene el haba que le casca almendras, cuando se sube por las paredes, cuando quiere afilar la herramienta pasándola por la piedra o que le hagan un solo en la flauta de Bartolo, cuando quiere sacar a pasear al hombrecillo de la entrepierna, soltar el chucho, quemar el cirio, entonces coge la sin hueso y le da matraca a la chica. Le hace un favor. La menea, la gallea, se la zumba, se la tira, le da un rapapolvo”.

Con tal profusión, parece complicado dar la razón a Francisco Umbral cuando escribió: “el falo, pene o picha se pone y se quita de moda como la minifalda, la dieta mediterránea, los apliques y otros adminículos. A mí me parece que el pene se ha quedado un poco años cincuenta. A uno, qué quieren, esto de la pilila empieza a parecerle una cosa ridi…”.

Qué pensaría de los dominicanos, que se refieren al pene del hombre adulto con el diminutivo bimbín. Para los niños se usa habitualmente palomita. Esto demuestra que, como recuerda el filólogo alemán Günther Haensch, muchas palabras obscenas o eróticas en países latinoamericanos no lo son en España. Por ejemplo ruiseñor, pico, pinga y bicho (pene en Argentina, Chile, Cuba y Puerto Rico, respectivamente). Cuando Dámaso Alonso fue recibido por un grupo de señoras cultas en Santiago, estas se escandalizaron cuando el poeta, refiriéndose a la cordillera de los Andes, dijo: “¡Qué hermosos picos tienen ustedes!”.

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También los jóvenes están inaugurando una nueva jerga sexual para hablar de lo que se halla y ocurre entre pierna y pierna. De ellos sale, por ejemplo, la expresión booty call, como sexo libre; hung, para referirse al propietario de un pene de gran tamaño; karezza, que es la forma de mantener el pene erecto evitando la eyaculación; o kokigami, disfraces para el pene. En las redes sociales prefieren la brevedad de los acrónimos: GNOC (enséñame el pene), GYPO (quítate los pantalones), 8 (Sexo oral) o PIR (papá está cerca).

La Real Academia Española (RAE) sigue de cerca estos usos y en su última edición eliminó las palabras coño y cipote por considerar que atentan contra el buen gusto. Alegó que existen sinónimos menos groseros como vagina, chocho, pene y pilila. No eliminó, sin embargo, polla, por su primera acepción: “gallina nueva, medianamente crecida”. Humberto López Morales, autor de un diccionario de americanismos con más de 70.000 voces, es de la opinión de que “las palabras, ni buenas ni malas: si se usan deben estar”. Camilo José Cela decía que es muy común en España que los nombres vulgares de los órganos genitales acaben en expresiones malsonantes como coño, cojones o carajo. Escribió un Diccionario secreto que recoge 2.500 palabras, locuciones y refranes relacionados con el pene y los testículos. Es el reflejo de cómo el hombre ha depositado en el pene buena parte de su identidad. Unas veces lo presenta soberbio, otras igual que un pingajo. En Las once mil vergas, Guillaume de Apollinaire le dedica los sinónimos más despreciables como modo de expresar su desprecio hacia la sociedad. François Rabelais, sin embargo, lo nombró “la primera pieza del armamento de un guerrero”.

Algunas descripciones han merecido el Premio al Mal Sexo en Ficción, creado por los críticos Rhoda Koenig y Auberon Waughen, de la revista Literary Review. Así le pasó a David Guterson en Ed King cuando se le ocurrió llamar a los testículos “las joyas de la familia”.

Más penes que vaginas

Hablamos con naturalidad de los ovarios, las trompas o el útero, pero la vagina y la vulva permanecen ignoradas. Esta gráfica de Google Books, el archivo de libros virtual que permite buscar las palabras más utilizadas, refleja cómo el uso del vocablo pene se ha desmarcado en las últimas décadas.

Redacción QUO

Redacción QUO

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