Si te empeñas en adelgazar, o en aprender inglés definitivamente, y no hay manera, no te culpes demasiado a ti mismo. Recientes investigaciones demuestran que nuestros hábitos y nuestro comportamiento se ven influidos por nuestros amigos y conocidos de un modo mucho más importante de lo que podríamos imaginar.

Y no solo eso: también estamos al albur de los ánimos de amigos de amigos, y de amigos de amigos de nuestos amigos… gente que tiene tres grados de separación de nosotros y a la que nunca hemos conocido, pero cuyo ánimo puede traspasar nuestra red social como si se tratase de un virus. Apunta: felicidad y depresión, obesidad, alcoholismo y tabaquismo, mala salud, la disposición a arreglarse y salir de casa para ir a votar cuando hay elecciones, un gusto por cierta música o por cierta comida, una preferencia por la privacidad online, e incluso la tendencia a intentar o siquiera pensar en cometer suicidio. Todo esto influye a través de redes “como piedras arrojadas a un estanque”, según Nicholas Christakis, sociólogo médico de la Harvard Medical School de Boston, EEUU.

Somos criaturas sociales, y mucho de lo que devenimos y de lo que hacemos viene determinado por fuerzas que están fuera del pequeño círculo que trazamos a nuestro alrededor. Según Duncan Watts, sociólogo de la Universidad de Columbia, Nueva York: “Si fuéramos conscientes de los efectos del contagio social, podríamos hallar formas de contrarrestarlo, o usarlo en nuestro propio beneficio”. Viene a decir que hay que sacar provecho de nuestros amigos, y de forma inteligente.

Para hacerse una idea de qué va todo este asunto, tomemos los hallazgos de Christakis con respecto a la propagación de la felicidad. Su equipo supervisó una red de varios miles de amigos, familiares, vecinos y compañeros de trabajo que forman parte del Framingham Heart Study (estudio del corazón de Framingham). Hallaron que la gente feliz tiende a juntarse en cúmulos, no porque se orienten naturalmente los unos hacia los otros, sino por la forma que tiene la felicidad de extenderse a través del contacto social a lo largo del tiempo, sin tener en cuenta la elección consciente de amigos.

Christakis también averiguó que la felicidad de una persona depende no solamente de la felicidad de un amigo inmediato, sino también –en un nivel me­nor– de la dicha de un amigo del amigo, y de la del amigo del amigo de su amigo. Es más, las probabilidades que tiene alguien de ser feliz se incrementan cuanto mejor conectado está con gente feliz, y por consiguiente, cuanto mejor conectados estén su familia y amigos. “La mayoría de la gente no se sorprenderá de que las personas que tienen más amigos sean más felices, pero lo que realmente importa es que esos amigos también sean felices”, explica Christakis.

La tentación vive al lado

Si un buen amigo que habita a un par de kilómetros de tu casa de repente se vuelve feliz, esto incrementa –segun el estudio de Christakis– las posibilidades de que tú te vuelvas feliz más de un 60%. Para un vecino que viva en la puerta de al lado, el número baja hasta aproximadamente la mitad, y para un hermano que viva cerca, de nuevo la mitad.

Es sorprendente que una pareja que cohabite contigo marque una diferencia de solo un 10%, lo que coincide con otra observación peculiar que se obtiene de algunas epidemias sociales: se extienden mucho más eficazmente por medio de amigos del mismo sexo. Todo esto plantea una pregunta: ¿cómo puede ser contagioso algo como la felicidad? Algunos investigadores piensan que uno de los mecanismos más probables puede ser el mimetismo empático.

Los psicólogos han demostrado que la gente copia inconscientemente las expresiones faciales, la forma de hablar, la postura, el lenguaje corporal y otros comportamientos que tienen quienes les rodean; a menudo con notable velocidad y exactitud.

Después, eso provoca, por medio de una especie de retroalimentación neural, que experimenten realmente las emociones asociadas con el comportamiento en particular que están imitando.

Barbara Wild y sus colegas de la Universidad de Tubinga, Alemania, han hallado que, cuanto más fuerte sea la expresión facial, más fuerte es la emoción experimentada por la persona que la observa. Ella cree que este proceso está muy integrado en nosotros, puesto que actúa tan rápida y automáticamente.

Otros han sugerido que funciona por medio de la acción de las neuronas espejo, un tipo de células cerebrales que se cree que disparan su actividad en dos circunstancias: tanto cuando llevamos a cabo una acción como cuando vemos a alguien realizándola. Eso quiere decir que si imitas los gestos de alguien feliz, probablemente empieces a serlo también tú un poco.

Hay un montón de evidencias de contagio emocional fuera del laboratorio. En 2000, Peter Totterdell, de la Universidad de Sheffield, Reino Unido, halló una asociación significativa entre la felicidad de jugadores de críquet profesional durante un partido y la felicidad media de sus compañeros de equipo, independientemente de otros factores, como el hecho de si el partido lo estaban ganando en ese momento o no. Encontró un efecto similar entre enfermeras y oficinistas.

También se ha demostrado que si un estudiante universitario sufre de una ligera depresión, su compañero de cuarto se irá deprimiendo progresivamente a medida que siga viviendo con él; y además, que las muestras emocionales de los empleados de banco tienen un impacto directo en el ánimo de sus clientes.

Si tú comes, yo como

Esto en cuanto a las emociones, pero ¿qué pasa con otros fenómenos que pillamos sin querer, y pegamos a los demás, a través de nuestras redes sociales? En 2007, el equipo de Christakis –de nuevo siguiendo la pista a miembros del Framingham Heart Study– halló que la obesidad se transmite de una forma muy similar a como lo hace la felicidad.

El riesgo que corres de ganar peso se incrementa significativamente cuando tus amigos se ponen kilos, y también se ve afectado por el peso de gente que está más allá de tu horizonte social.

“La obesidad parece extenderse por medio de lazos sociales”, dice Christakis. Otra vez, lo propenso que seas a contagiarte depende de con quién interactúas: después de controlar factores como la diferencia de estatus socioeconómico, los investigadores averiguaron que las probabilidades que tiene un individuo de volverse obeso se incrementaban un 57% si uno de sus amigos se volvía obeso, un 40% si lo hacía un hermano y un 37% si quien se convertía en obeso era el cónyuge, independientemente de la edad. Sin embargo, los vecinos no tienen ninguna influencia, y cuenta bastante poco lo lejos que vivas de un amigo, lo que implica que la obesidad se extiende por medio de un mecanismo diferente del de la felicidad.

Más que el mimetismo del comportamiento, la clave parece ser la adopción de normas sociales. En otras palabras: a medida que veo que mis amigos ganan peso, esto cambia mi idea de lo que es un peso aceptable.

Una similitud con la felicidad es que los amigos y familiares tienen mucha mayor influencia si son del mismo sexo. “Las mujeres miran a otras mujeres, los hombres miran a otros hombres”, dice Christakis.

La felicidad, la obesidad, el tabaquismo…, resulta que son actividades regidas por fuerzas sociales. Dice Christakis que cuando la gente deja de fumar, lo hace normalmente con un verdadero cúmulo de amigos, familiares y contactos sociales. A medida que lo va dejando más gente, esta actitud se vuelve la única socialmente aceptable, y aquellos que deciden seguir fumando se ven paulatinamente marginados a la periferia de la red social.

¿La abuela fuma?

En este caso, la gente se ve más fuertemente influida por los más allegados: si tu cónyuge deja de fumar, tienes un 67 por ciento más de probabilidades de que tú también lo hagas.

A pesar de que el mecanismo de contagio social varía dependiendo del fenómeno que se expanda, en muchos casos la dinámica es similar. Por ejemplo, Christakis ha hallado que con la felicidad, la obesidad y el tabaquismo, el efecto en el comportamiento de otras personas llega a tres grados de separación, y no más allá. Él aventura que este podría ser el caso de la mayoría, o incluso de la totalidad de los rasgos transmisibles. ¿Por qué tres grados?

Una teoría es que las redes de amigos son inherentemente inestables, porque los amigos periféricos tienden a desaparecer. “Mientras que tus amigos seguramente serán los mismos dentro de un año, los amigos de los amigos de tus amigos tienden a ser gente completamente diferente”, explica Christakis.

Factores concretos determinan quiénes son nuestros amigos: dónde vivimos, dónde trabajamos, el tamaño de la familia, la educación, la religión, los ingresos, nuestros intereses y nuestra tendencia a gravitar hacia gente similar a nosotros.

Siempre seremos vulnerables a lo que hacen quienes nos rodean, de modo que asegúrate tanto como sea posible de que estás con la gente apropiada (resulta que mamá tenía razón). Recuerda el nuevo adagio: somos con quienes nos mezclamos.

Redacción QUO

Redacción QUO

Noticias recientes

¿Eres de Mozart, de Bach o de jazz? Hay una explicación matemática

La clave está en cuánto somos capaces de predecir de la pieza, y hasta qué…

7 horas hace

El cambio climático y la contaminación atmosférica podrían causar 30 millones de muertes al año de aquí a 2100

Un nuevo estudio prevé un fuerte aumento de la mortalidad relacionada con la temperatura y…

1 día hace

Descubierto un compuesto natural que suprime el apetito en el cerebro

Los investigadores ha descubierto un compuesto llamado BHB-Phe, producido por el organismo, que regula el…

1 día hace

La amenaza de los microplásticos: la gran mancha de basura del Pacífico es peor de lo que se esperaba

Un nuevo estudio sobre la gran mancha de basura del Pacífico Norte indica un rápido…

1 día hace

Una nueva teoría revela qué forma tienen los fotones

Una nueva teoría que explica cómo interactúan la luz y la materia a nivel cuántico…

2 días hace

Dar clase en la naturaleza ayuda a niños con problemas de salud mental

Pasar dos horas semanales en un entorno natural puede reducir el malestar emocional en niños…

3 días hace