Cierra los ojos y visualiza en tu cabeza por un momento la Estatua de la Libertad de Nueva York. Seguro que ha venido a tu mente su altura, su famosa corona de puntas o que sujeta una enorme antorcha con su brazo derecho. Pero, ¿cuál es el color con el que la identificas? Seguro que el verde azulado que luce ahora, al menos ese es el recuerdo más reciente que tiene todo el mundo, pero no siempre ha sido así. El símbolo más emblemático de Nueva York fue regalado a la ciudad por los franceses en 1886 para conmemorar el centenario de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, y en ese momento, era de color bronce. Entonces, ¿qué le ha ocurrido a la estatua de la libertad iluminando al mundo? Un vídeo (ver abajo) de la Sociedad Estadounidense de Química ha explicado la razón.
El actual color cardenillo o verdigris (del francés “vert-de-Grice” o verde de Grecia) es una especie de pátina que aparece en las superficies del cobre cuando este se oxida: “En sus primeras décadas en la Gran Manzana, la estatua se transformó poco a poco de un brillante color bronce a un marrón opaco y, finalmente, al azul verdoso que vemos hoy”, apuntan desde la Sociedad. Y no fue solo una reacción la que hizo que cambiase de color, sino una combinación de muchas a lo largo de 3 décadas.
El primero de esos cambios fue el de la reacción de las planchas de bronce con las que está formada la estatua con el oxígeno (O2) del aire. El cobre (Cu) liberó electrones, transformándose en el mineral conocido como cuprita (Cu2O), que tiene una especie de color rojo rosado. Después, la cuprita traspasó más electrones al oxígeno, formando a su vez tenorita (CuO), que es un mineral negro, lo que hizo que la estatua se volviera aún más oscura.
El siguiente elemento en actuar fue el agua que se encuentra en la atmósfera. Cuando se mezcla con el dióxido de azufre (SO2) del ambiente, se convierte en ácido sulfúrico (H2SO4), lo que sumado a los óxidos de la estatua, hizo que año tras año adquiriera el tono verdoso distintivo que conocemos ahora y que proviene del mineral conocido como brocancita. Por si fuera poco, el cloruro del agua del mar la hizo aún más verde, ya que sufre otra reacción química convirtiéndose en atacamita.
¿Y por qué no le devuelven a su color original? Hubo un momento en el que se quiso hacerlo, pero tal fue el revuelo entre los ciudadanos que querían que se mantuviera con el tono verdoso, que se ha dejado como está, manteniendo su bronce original bajo la pátina. Descubre la historia en el siguiente vídeo.
Fuente: IFLScience