El burka se ha convertido en el accesorio más criticado en la cultura occidental. Un trozo de tela ha conseguido dividir opiniones, crear debates y grandes enemigos, entre ellos, las propias leyes de un país. Y todo, porque evidentemente no se trata solo de un trozo de tela. Para la mujer que lo porta, tiene un significado muy concreto. Un significado que choca frontalmente con ideas muy arraigadas en la cultura occidental, ya sea en cuanto a la igualdad de género o en cuanto al temor que puede despertar en algunas personas. Un miedo que es tan visceral que ocasiona que unos cuantos asientos de autobús vacíos sean confundidos con un grupo de mujeres vestidas con burka.
SharePor otro lado, otros lo utilizan como estrategia política. Es el caso de Pauline Hanson, líder de la extrema derecha en Australia, quién se plantó en la cámara del Senado ataviada con un burka, una acción que fue muy ridiculizada en el país. El objetivo de Hanson era prohibir a las mujeres musulmanas cubrirse el rostro y usar el burka en Australia.
Si lo miramos sin connotaciones, el burka el simplemente un velo que cure el cuerpo y la cara. Sin embargo, está asociado con la opresión, el terrorismo y las creencias religiosas extremistas. Algunos burkas solo disponen de una malla en la zona de los ojos que permite ver. El niqab, por otro lado, es un velo que se usa como pañuelo y que deja los ojos al descubierto mientras que el hijab es una especie de bufanda que cubre la cabeza y el cuello. En Europa, el término burka se utiliza para prácticamente todo.
Dejando a un lado la contradicción de realizar leyes que dictan lo que las mujeres pueden y no pueden usar, las cuestiones de derechos humanos y la lucha histórica de las mujeres por sus derechos, el número de mujeres musulmanas que usan burka en Europa no parece merecer tanta atención. Al menos eso afirma un artículo publicado en The Conversation, los números indican que es una pérdida de tiempo y de dinero tratar de legislar al respecto.
La insistencia de muchos sectores por prohibir el burka está en gran parte asociada a que los musulmanes son sinónimo de terrorismo. Esto evidentemente no es el caso, «pero las prohibiciones del burka, junto con la sobreestimación social del número de musulmanes en toda Europa, crean una sensación de poder reducir el terrorismo controlando lo que usan las mujeres», afirma el artículo.
En 2011, Francia se convirtió en el primer país europeo que prohibía el burka. Según explica el artículo, «cuando se aprobó la ley, había 4,7 millones de musulmanes en Francia, lo que suponía el 7,4% de la población total. A partir del verano de 2016, los musulmanes pasaron a representar el 7,2% de la población francesa. Los documentos legislativos que apoyaron la prohibición hablaban de que 1.900 mujeres musulmanas llevaban el rostro cubierto con un burka en 2011″. Este número representaba el 0,04% de la población musulmana francesa y menos del 0,003% de la población general del país vecino.
Sin embargo, «la cifra de 1.900 es una sobreinfación significativa de las cifras iniciales publicadas por el servicio secreto francés, que se encargó de recoger estos datos. Originalmente, se encontró que sólo 367 mujeres llevaban burka». Esto representa un porcentaje aún más bajo de la población: «el 0,01% de la población musulmana francesa y el 0,00058% de la población general de Francia».
Según critica el artículo, «es casi inconcebible que se dedicara tanto tiempo, esfuerzo y dinero a una ley que solo afectó a 367 personas en un país que tiene 63 millones de habitantes«.
Tras la ley francesa, otros países europeos han seguido el ejemplo. Bélgica introdujo una prohibición en 2011, que se implementó sin ningún tipo de estimación de cuántas mujeres musulmanas usaban el burka en el país, «ya que las cifras eran demasiado ‘marginales'», explica el artículo. Por su parte, los Países Bajos aprobaron una prohibición parcial del burka en 2016 que se limitaba a ciertos espacios públicos como hospitales y colegios. Según informó la agencia estatal NOS, «el número total de mujeres musulmanas a las que afectó la medida variaba entre 100 y 500, la mayoría de las cuales solo lo utilizaban de forma ocasional». Esto equivale al 0,01-0,05% de la población musulmana de los Países Bajos y menos del 0,003% de la población holandesa (sin importar si se usa la estimación más alta o más baja).
Bulgaria es el hogar de una de las comunidades musulmanas más grandes y más antiguas de Europa, que representan en torno al 12% de la población. Antes de que la prohibición fuese a nivel nacional en 2016, varias ciudades habían empezado a censurar el burka localmente, comenzando con Pazardzhik, que implementó la prohibición debido a que había 12 mujeres que llevaban burka. Esto representa al 0,01% de la población de la ciudad.
En Austria, la legislación que prohíbe el burka entra en vigor el próximo mes de octubre. Se cree que hay unas 150 mujeres que usan el burka de cobertura completa, lo que constituye el 0,03% de la población musulmana y, de nuevo, menos del 0,002% de la población general. Por otro lado, los estudios demuestran que el 70% de mujeres musulmanas no cubren su pelo en Alemania, que tiene un porcentaje del 5% de población musulmana.
En Reino Unido, no hay números disponibles sobre cuántas mujeres usan el burka, «pero las cifras probablemente sean bajas». De todos modos, al igual que en resto de Europa, hay un gran apoyo público para llevar a cabo una ley que lo prohíba. «Según una encuesta realizada en 2016 por YouGov, el 57% de la población británica apoyaría una prohibición. Sin embargo, por ahora, no parece que exista ningún plan legislativo para prohibir el burka en Gran Bretaña».
En España, aunque hay un bajo número de mujeres que usan esta prenda de cuerpo completo, la Ley de Violencia de Género y el Código Penal prohíben tanto acceder a sitios públicos con el rostro cubierto como imponer a la mujer su vestimenta. Es verdad que esto también está basado en una cuestión de seguridad. A nadie se le ocurriría entrar en un banco con un pasamontañas, ¿verdad?
Si por alguna razón tendría sentido la legislación es sin duda por este punto. Ir completamente cubierto en los tiempos que corren es una cuestión de seguridad pública. De hecho, si miramos al pasado, ya hemos tenido problemas por cuestiones similares. Solo hay que remontarse a 1766 cuando el ministro de Carlos III trató de erradicar las capas grandes y los sombreros, alegando que el embozo permitía el anonimato y la facilidad de esconder armas, lo que fomentaba toda clase de delitos y desórdenes. Esto acabó bastante mal: con el Motín de Esquilache. En aquel entonces, los españoles no consintieron que los poderes públicos les dictaran cómo vestirse.
No obstante, ahora los españoles parecen pensar diferente en cuanto a esta cuestión.
Siendo objetivos y según los datos ¿merece la pena prohibirlo? o ¿es una cuestión que va más allá del número objetivo de personas que lo usan?
Rafael Mingorance
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