El infierno es un espacio mítico presente en muchas de las principales religiones. Se trata del lugar en el que las almas condenadas se dedican a purgar eternamente las culpas que cometieron en vida. Prácticamente, cada cultura tiene su propia idea del infierno, aunque existen algunas coincidencias entre ellas.
Aquí vamos a recordar cuatro de las más célebres.
Descrito por el gran poeta en la primera parte de «La divina comedia», representa la encarnación más aceptada del infierno católico. Para acceder a él habría que traspasar un pórtico en cuyo frontispicio estaba escrita la frase: «A partir de aquí abandonad toda esperanza».
El infierno de Dante se componía de nueve círculos (más una especie de antesala a la que iban a parar las almas de los débiles de espíritu) correspondiente a cada variedad de pecadores. Cada una tenía además su propio tormento y, así, en uno de los círculos los pecadores se abrasaban en brea hirviendo, mientras que en otro eran enterrados en el suelo, dejando que sobresalieran tan solo sus pies en llamas. Eso sí, el noveno círculo, reservado a los peores pecadores, era un mar de hielo.
Una de las escasas recreaciones del infierno islámico, se encuentra en esta obra literaria. En el capítulo correspondiente a la noche 493, se dice que se trata de un edificio de siete plantas. Cada una de ellas separada por una distancia de mil años. En el libro solo se describe la primera, y se dice que está llena de montañas y ciudades de fuego.
Se accedía a él a través de la laguna Estigia y el único tormento que sufrían las almas condenadas era el del exilio y la separación de sus seres queridos. El soberano de dicho lugar era el dios Hades, acompañado siempre por un perro de tres cabezas llamado Cerbero. Allí vivían también las erinias, mujeres con cabellos de serpiente que dejaban ocasionalmente el lugar para atormentar a los vivos.
En la mitología mexica se habla del Mictlán, el inframundo. Para llegar a él, los espíritus de los difuntos tenían que emprender un viaje que duraba cuatro años durante el cual tenían que superar ocho niveles, en cada uno de los cuales les acechaba una prueba. Si no la superaban, quedaban eternamente atrapados en dicho nivel.
El primero de ellos, por ejemplo, recibía el nombre de iItzcuintlán, y solo podían cruzarlo aquellos que en vida se habían portado bien con los perros. En otros, los difuntos eran atacados por jaguares o por seres que les arrojaban flechas para impedirles seguir su viaje.
Vicente Fernández López
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