El éxito que alcanzó la serie The Walking dead, volvió a poner de moda el mito de los zombis. Bueno, si es que alguna vez dejó de estarlo.
La serie es magnífica pero tiene todas las virtudes y defectos propias de este subgénero, y es que todas las historias de zombis se parecen. Eso es un defecto, porque deja una cierta sensación de deja vu, pero también una virtud, porque para los amantes del terror supone como una especie de ritual al reencontrarse con una serie de situaciones imágenes que, no por estar muy vistas, han dejado de tener encanto.
Pues para celebrar el estreno de esta serie, os invitamos aun pequeño (y subjetivo) recorrido por las historias de muertos vivientes que han marcado el subgénero. Cuidado, que la sangre salpica.
Y sin más preambulos, entramos en carnaza.
Que conste que considero este filme de Jacques Tourneur una auténtica obra maestra. Lejos aún de la imagen actual del muerto viviente devorahombres, esta cinta entronca con la tradición del vudú. Una joven enfermera llega a Haití, contratada por un millonario para cuidar de su esposa que yace en la cama en estado comatoso. Poco a poco, la muchacha intuye que la paciente es víctima de un hechizo que la ha convertido en zombi. Por eso, la rapta y se interna en plena noche en busca del único hombre que puede curarla: un mítico chaman. Pero para encontrarle tendrán que cruzar los siniestros parajes haitianos y burlar la vigilancia de un imponente zombi de raza negra. Un coloso de piel oscura que monta guardia en un campo de maíz. El encuentro de las dos mujeres con este ser aterrador es uno de los momentos cumbres del cine fantástico de todos los tiempos.
Aquí nació todo. Con un presupuesto irrisorio, el director George A. Romero realizó una cinta que contra todo pronóstico cambió la historia del cine de terror. Huyendo de la estética gótica de los filmes de la Universal y la Hammer, el cineasta apostó por un estilo hiperrealista, cercano casi a los usos del documental amateur, para rodar esta historia. Todo comienza con una pareja de hermanos visitando la tumba de sus padres. En el cementerio son atacados por una extraña figura de apariencia humana. Él muere, pero la chica huye perseguida cada vez por más seres hostiles, hasta que es rescatada por un hombre de raza negra que la conduce a una casa aparentemente deshabitada. A partir de ahí, con unos elementos mínimos, Romero cosntruye un filme de una tensión creciente, incluyendo además ingenuos efectos gore (los actores que hacen de zombis mastican vísceras crudas de pollo simulando que se están comiendo las entrañas de sus víctimas). Romero convierte además su filme en un alegato antiracista y misántropo, con un final desolador que nos hace preguntarnos: ¿Quienes son peores, los humanos o los zombis?
No profanar el sueño de los muertos (1974)
Les presentamos la mejor película española de zombis, dirigida por Jordi Grau, un cineasta a reivindicar. ¿Quien no recuerda su mítico pase televisivo en el ya lejano 1982, cuando Chicho Ibáñez Serrador asustó a medio país emitiéndola en su programa Mis terrores favoritos? Inolvidable la presentación de Chicho, lavándose las manos en una palangana de sangre. Y muy apropiada, porque esta cinta es gore (en esitlo primitivo, eso si) hasta decir basta. Aquí los muertos resucitan por los efectos de una nueva sustancia química usada para fumigar, con lo que la película se anticipaba en muchos años a la moda del terror con trasfondo seudoecologista. Además, el héroe era un hippy incomprendido. El filme tiene momentos inolvidables. Algunos sangrientos, como ese beso arrancalenguas, que me produjo pesadillas durante meses. Y otros involuntariamente cómicos, porque ver a Joaquín Hinojosa (en la foto) haciendo de zombi tiene su punto. Pese a todo, es una película que ha aguantado bien el paso del tiempo, muy entretenida y que conserva una extraña capacidad para perturbar.
Diez años después, George A. Romero realizó la esperadísima secuela de La noche de los muertos vivientes. producida por Dario Argento y con un presupuesto a la altura de las circunstancia, el resultado, Zombi, fue un filme que rozaba la maestría. Ahora los muertos vivientes asolan el planeta e impera el caos. En una pequeña ciudad americana, un grupo de supervivientes (dos francotiradores de la policía, una reportera de televisión, un pandillero latino…) se refugian en un centro comercial convirtiéndolo en un Álamo contemporáneo. El filme es en realidad una alegoría sangrienta del consumismo, con los antihéroes encerrdos en un lugar donde disponen de los más sofisticados bienes de consumo, y asediados por una horda de zombis hambrientos que pugnan por entrar para devorarles las entrañas. La película destaca por su ritmo pausado, su estética voluntariamente feísta y por sus magníficos y sanguinaros efectos gore, obra del maestro Tom Savini. Igualmente inolvidable es la frase que pronuncia uno de los personajes (el policía negro, hijo de un predicador): «Cuando los muertos no quepan en el infierno, caminarán sobre la tierra». Aterrador.
Nueva York bajo el terror de los zombis (1979)
Y los italianos se sumaron al filón zombi. Por supuesto, haciéndolo a su manera: grasienta y deliciosa como una lasaña. Lucio Fulci nos vendió esta película como una secuela (falsa) del Zombi de Romero (que años después tendría su secuela auténtica). Y toda la chavalería de la época mordimos el anzuelo…. ¡afortunadamente! Porque la cinta es un festival de despropósitos tan delicioso como carente de cualquier lógica narrativa. Pese a su título español, Nueva York solo aparece en la primera y última escena, el resto del filme transcurre en una isla del Caribe, con lo cual se funde la mitología vudú con la moda del zombi comehombres. Hasta esos remotos parajes llega un equipo para investigar por qué resucitan los muertos, y encima por que lo hacen con tanta hambre. Es el pretexto argumental para un festival de imágenes que bordean el delirio. Algunas sexys, como el desnudo de la siempre grata de ver Olga Karlatos; otras sangrientas como el ojo de Miss Karlatos atravesado por una astilla de madera. Y otras deliciosamente absurdas, como el duelo submarino a bocados entre un zombi y un tiburón. Adivinen quien gana.
Apocalipsis caníbal (1980)
Confieso que he mentido. Titulé este reportaje Las 10 mejores historias de zombis, y he incluído una de las peores. Pero es que quien no haya visto esta italianada rodada en la Costa Brava, no sabe aún lo que es reirse involuntariamente en la sala de un cine. Un grupo de mercenarios (a medio camino entre el Equipo A y los Swat en versión castiza) son enviados a África con un equipo de televisión para investigar una epidemia de muertes. Allí descubren que la explosión de una central nuclear ha provocado un escape que hace resucitar a los muertos convertidos en feroces asesinos. Esta cinta atesora una de las escenas de desnudo más absurdas, injustificadas y necias de toda la historia del cine. Los protagonistas llegan frente a un poblado nativo, en el que los indígenas muestran actitudes hostiles. Vaya por delante que los planos de los nativos son insertos de imágenes extraídas de algún documental sobre antropología. Pues bien, el jefe del grupo dice que son demasiados para luchar contra ellos, y entonces la periodista responde: «Solo hay manera de cruzar… Seguidme». Acto seguido se despelota y cruza la aldea seguida por sus compañeros mientras el director inserta la mirada de algún indígena robada de cualquier documental. Por si todo esto no fuera suficientemente costroso, el héroe del filme está encarnado por un personaje apodado el Pep del Reus. El director, Bruno Mattei, lo fichó porque tenía buena planta y se le daban bien las artes marciales. Eso si, cambiándole el nombre por el de Ron O´Neal, que sonaba mejor. Lo dicho, costra pura y dura.
El regreso de los muertos vivientes (1993)
¿Por qué he elegido esta cinta de pura serie B y no cualquiera de las dos primeras de esta saga? Pues sencillamente porque la dirige Brian Yuzna, lo cual garantiza sangre y vísceras a raudales, y porque además esta película tiene la originalidad de proponer por primera vez la figura del zombi como mito erótico. La protagonista, encarnada por la muy deseable Melinda Clarke, se mata en un accidente moto. Su novio, aprovechando que su padre trabaja en un laboratorio militar en el que tratan de resucitar a los muertos para convertirlos en soldados… pues… eso, inmortales, logra que la chica vuelva a la vida. Pero claro, vuelve con un pelín de mala leche y… El caso es que la imagen de Melinda Clarke zombi, con minishorts vaqueros y medias de rejilla, y el cuerpo cubierto de afiladas hojas de cristal, resulta uno de los más perturbadores iconos eróticos del cine de los 90. Bella, pero letal, muy letal.
Lógicamente las parodias sobre el subgéneno no han escasedo precisamente. La mayoría de ellas, muy burdas. Pero entre tanta bazofia destaca esta joya del humor británico. Sus protagnistas son los dos típicos patanes de pub, todo el día pegados a la barra bebiendo cerveza y rumiando sus miserias. Dos inútiles cuya vida no vale ni un penique hasta que los muertos resucitan y descubren que tienen una habilidad muy especial: que son dos genios matando zombis, con lo que se convierten en los héroes de la nueva humanidad. Una comedia realmente brillante, con escenas memorables como la de la Pizzería Fulci (homenaje al director italiano de terror), en la que los zombis degustan exquistas y sangrientas delicatessens de carne humana.
Aceptamos zombi como animal de compañía… Porque esa es la tesis que propone esta singular película. La rebelión de los muertos ha sido reprimida y los zombis han sido domesticados convirtiéndose en las nuevas mascotas del ser humano. Con ecos de Frankenstein y del mejor cine de Tim Burton, este filme es una fábula sobre la amistad entre un niño y un cadáver andante. Tierna, irónica y realmente original. Y encima sale Carrie-Anne Moss
Los falsos documentales están de moda. Así que no podía faltar uno sobre el tema que nos ocupa. este, muestra la supuesta convivencia en una ciudad cualquiera entre humanos y muertos resucitados, convertidos en una minoría marginada. La cámara nos muestra el día a día de uno de estos zombis lumpen, cómo si fuera un yonki, y sus esfuerzos por reintegrarse a una sociedad que él dice que no entiende ni acepta a los que son como él. Pero, inesperadamente, el equipo de filmación hará un insólito descubrimiento que no os vamos a destripar aquí. Y nunca mejor usado el término destripar.