Se cumplen 50 años del estreno de Viridiana (1962) de Luis Buñuel, considerada una de las tres obras maestras de cine español, junto con El espíritu de la colmena (1973) de Víctor Erice y El verdugo (1964) de Luis G. Berlanga. Cuatro si admitimos como española Campanadas a medianoche (1965) de Orson Welles, producida con capital nacional.
Aprovechando la efeméride, vamos a desmenuzar esta magnífica película en diez puntos, diez claves para entender su importancia y trascendencia. Es un acercamiento sencillo, no todo lo profundo que un filme de estas características se merecería, debido a cuestiones de espacio.
Y, por supuesto, si no la han visto, no pierdan el tiempo y háganse con una copia cuanto antes. Y si ya la han visto, no tengan miedo de repetir. Viridiana como todas las buenas películas y los buenos libros, se reinventa a cada nuevo visionado o relectura.
Vamos a decirlo ya. Viridiana es una película perfecta. Como lo son también Río Bravo (1959) de Howard Hawks, El apartamento (1960) de Billy Wilder o El gatopardo (1962) de Luchino Visconti, por solo citar unas pocas. Y por perfecta yo entiendo una cinta en la que todo está en su lugar, en la que todo fluye en la dirección adecuada, y en la que se tiene la sensación de que ni una sola imagen podía ser sustituída por otra. Pero esa perfección no es fruto de la casualidad. Luis Buñuel llegó a ella después de una larga carrera en la que fue depurando su estilo. Había realizado cintas abiertamente surrelistas (Un perro andaluz, La edad de oro…), coqueteado con el cine de aventuras (Robinson Crusoe...), o filmado crudos retratos realistas de la miseria que han quedado como dos de las películas más crueles jamás rodadas (Las Hurdes y Los olvidados). Todo eso, más su pasión por la literatura, y sus obsesiones religosas y eróticas, está en Viridiana. Esta película es Luis Buñuel concentrado. Si se pudiera exprimir como una naranja tendríamos el talento de su genial director convertido en zumo. Buñuel ya había hecho grandes películas antes y volvería a hacerlas después. De hecho, uno puede preferir por cuestiones personales cualquier otro título suyo. En mi caso, mi favorita de su filmografía es Simón del desierto (1964), que no es perfecta entre otras razones porque está inacabada. Pero Viridiana es su obra más redonda porque su aparente sencillez esconde una complejidad que no se agota en uno ni en dos visionados; porque a la vez que concreta es abstracta; y a la vez que abstracta es concreta. Viridiana es poliédrica en el sentido de que cada vez que vuelves a verla te enseña una nueva cara.
Viridiana es una película cien por cien española. No podría haberla filmado un italiano, un americano o un japonés, porque es una cinta que está empapada de nuestras más genuinas raíces culturales. Es sabido que Buñuel era un enamorado de la literatura de Galdós. De hecho, ya había filmado en México una adaptación de Nazarín y se quedó a las puertas de rodar otra de Doña Perfecta; y años después, en 1970, filmaría una de Tristana. Y el universo literario del escritor canario planea sobre muchas de las imágenes del filme y sobre sus diálogos. Viridiana oscila entre el realismo y el esperpento. Su vena realista está heredada directamente de Galdos, mientrsa que en la esperpéntica puede rastrearse la huella de Valle-Inclán, otro escritor que fascinaba a Buñuel. Pero además, está la influencia de las pinturas negras de Goya, de la escatología de Quevedo, el rastro de la literatura picaresca en el retrato de los mendigos… En definitiva, Viridiana supura España (negra, por supuesto) por cada una de sus imágenes.
El cine es imagen, es cierto, pero Viridiana también es un placer para los oídos. Sus diálogos están escritos en un castellano jugoso, rico y colorista, y escucharlos resulta una experiencia realmente deliciosa. Y eso es mérito sin duda del guionista del filme, Julio Alejandro. Todo un personaje. Fue marino y un gran conocedor de Asia; de hecho pasó tiempo viviendo en Filipinas y el Sur de China. Pero también un dramaturgo y un poeta de altura, cuya obra fue incluso prologada y elogiada por el mismísimo Antonio Machado. Como guionista, fue el autor de los libretos de algunos de los mejores filmes de Buñel, entre ellos los más galdosianos, Nazarín y Tristana, y la inclasificable Simón del desierto. Sin su pluma, Viridiana no serían tan pafecta. No hay una sola palabra de más ni fuera de lugar; ningún termino que sea susceptible de ser sustituído por otro. Viridiana es gracias a Julio Alejandro, una de las películas mejor dialogadas en castellano, con un uso del lenguaje a caballo entre lo clásico, lo castizo y lo vanguardista.
Para Viridiana, Buñuel reunió por primera y única vez a sus tres actores fetiches. El personaje principal, la joven novicia que abandona el convento, está interpretado por la mexicana Silvia Pinal, que volvería a trabajar con el cineasta en Simón del desierto y El ángel exterminador. El papel del hacendado recae como no en Fernando Rey, quien volvería a coincidir con Buñuel en títulos como El discreto encanto de la burguesía, Tristana o Ese oscuro objeto del deseo. En manos de Buñuel, Fernando Rey encarnó la mejor plasmación jamás realizada de la imagen dle hidalgo español venido a menos, preso de sus ridículas convenciones y ostentador de un absurdo sentido del honor que, en el fondo, esconde un espíritu perverso y masoquista. El tercer vértice del triángulo corre a cargo de Francisco Rabal, que ya había realizado una asombrosa interpretación en otro filme de Buñuel, Nazarín. Tampoco podemos olvidar a Margarita Lozano, en el papel del ama de llaves, o a la poderosa Lola Gaos como una de las mendigas. Además, la mezcla entre el acento mexicano de la Pinal, el suave y melódico musical recitado de Fernando Rey, y la profunda y rota voz de Rabal, hacen que la película constituya una auténtica sinfonía para los oídos. Sus voces convierten los diálogos de este filme en pura música.
Que Buñuel tenía un espíritu perverso, casi sadiano, no es ninguna novedad. Y Viridiana está recorrida por un erotismo retorcido y malsano. La imagen de la protagonista femenina quitándose las medias es la más inocente de todas, y casi un icono que el propio cineasta repetiría años después con jeanne Moreau en otra película, Diario de una camarera. Pero hay mucho más. Fernando Rey y su fetichismo hacia los zapatos femeninos que incluso se prueba; su insinuada pedofilia en la escena en la que mira como la niña (Teresa Rabal) salta a la comba. El repertorio de parafilias llega incluso a la necrofilia, cuando tras drogar a su sobrina la viste con el traje de novia de su difunta esposa y se insinua la posibilidad de que le haga el amor en una cripta.
Se ha dicho en muchas ocasiones que Viridiana es una película sobre la inutilidad de la caridad, aunque el propio cineasta se encargó de desmentirlo con la siguiente declaración: «Las imágenes se encadenaron en mi cabeza, unas tras otras, formando una historia. Pero nunca tuve la intención de escribir un argumento de tesis que demostrara, por ejemplo, que la caridad cristiana es inútil e ineficaz. Sólo los imbéciles tienen esas pretensiones». Pero, diga lo que diga Buñuel, lo cierto es que el tema sobrevuela sobre toda la película. De hecho, años antes ya había filmado Nazarín, película en la que la caridad también era puesta en tela de juicio. ¿Qué pensaba realmente el cineasta aragonés sobre dicho concepto? Solo él lo sabía, pero personalmente creo que le habrían gustado más los términos solidaridad o justicia social. No hay que olvidar que Buñuel conocía perfectamente la miseria, la había retratado con su cámara en lo más profundo de españa (Las Hurdes) y en los suburbios de México D. F (Los olvidados). Sabía que era una lacra y que debía ser erradicada. Pero la horrenda bacanal en la que degenera el banquete de los mendigos al final de Viridiana parecen demostrar lo contrario. Siempre he pensado que dicha escena encierra una mordaz ironía: los desfavorecidos dan rienda suelta a sus bajos instintos hartos de que siempre les regalen las migajas. Lo dicho, ¿justicia social contra caridad? Se admiten opiniones.
«Soy ateo por la gracia de Dios», solía decir Buñuel. Pero, sin duda, la religión le obsesionaba. La irreverencia es una constante en su obra. En Simón del desierto la plasmó con una mezcla de ternura y humor negro realmente desconcertante. Pero en Viridiana, esa irreverencia llega a rozar la crueldad. En el fondo, esta historia (en una de las múltiples lecturas que pueden desprenderse del argumento de este filme) es la crónica del desencanto de una idealista, de una mujer que arranca desde la fe más abosluta para arribar a la carnalidad más desatada. La novicia Viridiana comienza la historia representando el ideal de la religión. Lleva una corona de abrojos y un crucifijo para demostrar su devoción. Pero mientras su piedad tiene razón de ser en el convento, no sirve para nada en el mundo real. Su castidad llega a ser sinónimo de ingenuidad o incluso estupidez. Y, al final, tras estar a punto de ser violada por dos de los mendigos, su fe se resquebraja para que la protagonista abrace la sensualidad que siempre había rechazado, y que su belleza despertaba involuntariamente en quienes la rodeaban.
En un primer vistazo, Viridiana formaría parte de los filmes «realistas» de Buñuel, junto con otros títulos como Los olvidados, Nazarín o Tristana. Pero el cineasta nunca olvidó sus raíces surrealistas, y los fantasmas del inconsciente sobrevuelan por toda su obra, incluída esta película. Si en la apariencia de sus imágenes el filme es claramente naturalista, bajo ellas late la esencia del surrealismo. La colisión entre el deseo y la imposibilidad de su realización, la exagerada y fantasmal iconografía religiosa, toda la escena de la violación de Don Jaime a su sobrina… parecen retazos sacados de una pesadilla propia de una mente atormentada.
Como todas las películas de Buñuel, Viridiana abunda en metáforas visuales y en imágenes simbólicas. La más célebre es sin duda la escena en la que Francisco Rabal, Silvia Pinal y Margarita Lozano juegan a la canasta. Manera sutil y elegante de eludir a la censura para sugerir que los tres personajes están manteniendo un menage a trois.
Buñuel se había exiliado de españa en 1937. Cuando el régimen de Franco le permitió que regresara para rodar Viridiana, se pretendían con dicha operación ofrecer una imagen de apertura. De hecho, el propio Director General de Cinematografía escogió la cinta para que representara a nuestro país en el Festival de Cannes. La crítica la acogió con entusiasmo, hasta el punto de que Viridiana fue galardonada con la Palma de Oro. Pero al triunfo le siguió el escándalo. La escena de la bacanal en la que los mendigos parodian con desatada irreverencia el cuadro de La última cena provocó la publicación de un artículo muy duro y muy crítico con el filme en el periódico del Vaticano. Las presiones de la curia italiana no se hicieron esperar y el Director General de Cinematografía fue destituído y la exhibición de la película prohibida en los cines españoles. Buñuel volvería a exiliarse, primero nuevamente a México y luego a Francia, y no regresaría a España hasta que en 1970 consiguió una nueva autorización para filmar Tristana. En cuanto a Viridiana, no se estrenaría comercialmente en nuestro país hasta 1977.