SER HUMANO

La esclavitud no es historia

El hombre dominó el metal y fabricó armas. Aquella floreciente era de nuestro desarrollo como humanos recibe el nombre de la Edad de Bronce y algunos historiadores, como Luis Bonilla, fechan entonces el origen de la esclavitud. “Hombres armados con lanzas de cobre irrumpieron en las orillas del Nilo. Los aborígenes no pudieron frenar su impetuoso ataque con sus armas de madera”. Aquellos ‘herreros’ –así fueron llamados los invasores– adoradores de Horus, instituyeron a las orillas del gran Nilo un sistema de servidumbre: había nacido una nueva condición para el ser humano, la esclavitud.

Desde entonces, la historia de la humanidad tiene un hilo conductor aberrante: hombres que por un precio pasan a pertenecer a otro, igual que las mulas o las herramientas de labranza. Los hebreos, el pueblo de Moisés, era un pueblo esclavo. Ramsés II (1298 a. de C.)  les tenía sujetos a trabajos forzados a cambio de una ración de comida. Ptolomeo IV – su corte fue la más lujosa, culta y extravagante de Alejandría– hizo construir un barco, el mayor hasta entonces conocido, que debía surcar las aguas por el impulso de 4.000 esclavos; y decía el cronista Diodoro de Sicilia que el rey de Persia poseía tantas mujeres esclavas como días tiene el año. Para Aristóteles “hay hombres por naturaleza libres y hombres por naturaleza esclavos” y, en la Biblia, los descendientes de Cam, hijo de Noé, son negros de piel y han de vivir como esclavos para pagar los pecados de su antepasado, que cometió el temible error de mofarse de la desnudez de su padre.

Un hombre fue comprado como caballo, para que los niños jugaran

Son múltiples los ejemplos de esclavitud que pueblan nuestra historia. Y, desde sus orígenes hasta nuestros días, han sido muy distintos los motivos por los que hombres de cualquier condición perdieron su libertad.
En Atenas –hasta Solón– o en la Roma Clásica, uno podía convertirse en esclavo por una sentencia de un tribunal; hay quien se vendió para pagar una deuda y otras veces el esclavo fue ofrecido por su propia familia, cuando la miseria hacía estragos y era preferible vender a un hijo que morir de hambre. Desde siempre, esta condición se heredó de padres a hijos pero, principalmente, la esclavitud responde a la búsqueda de un beneficio económico: hombres que descubrieron que el ser humano era una de las muchas mercancías negociables. Para conseguirlos, había que salir de caza.

La caza de esclavos
Los grandes cazadores de hombres de la historia fueron los fenicios. Los amos del mar, la potencia naval más fuerte del mundo –y el país más pequeño– llenaban sus barcos con esclavos procedentes de los lugares más remotos y los vendían en los mercados más importantes. Grandes conocedores de la variedad de la demanda en la época, transportaban esclavos a Oriente y baratijas a Occidente. En Babilonia se pagaba mejor por las mujeres más bellas, en Egipto por los hombres musculosos aptos para el trabajo. Hay múltiples leyendas que cuentan cómo las mujeres libias y griegas eran engañadas para subir a los barcos de los fenicios y jamás regresaban a sus casas. 

La esclavitud se convirtió en algo tan cotidiano que, en el Imperio Romano, no había un solo ciudadano rico que no tuviera esclavos. Así, tal y como en la primitiva Roma en las puertas de las casas había un gran llamador de bronce, éste fue sustituido por un hombre de guardia permanente ante la puerta, a veces sujeto por una cadena que iba desde su cuello al pórtico. 

Se despoblaron las zonas fértiles de África, y se frenó su desarrollo

En toda gran ciudad había un mercado de esclavos donde el hombre fuerte o la mujer bella y joven eran las piezas más codiciadas. Así que, para vender a los demás, los comerciantes hacían lotes compuestos por mujeres bellas y mujeres viejas, o viejos con jóvenes. Para que pareciera que tenían menos edad les depilaban, les teñían el pelo y les lustraban con aceite, y el precio de los esclavo tenía mucho que ver con el trabajo para el que eran válidos. Así, si servía como profesor, su precio podía ser 60 sueldos, si servía como porteador, bracero o eunuco, 35 sueldos. Había todo tipo de encomienda para un esclavo, algunas tan abrumadoras como la de un hombre que fue comprado para servir en la casa como reloj, o la de otro que sirvió como caballo para que los niños jugaran.

Durante la Edad Media, la esclavitud fue algo habitual en las guerras de religión y podría decirse que el origen europeo del comercio organizado de esclavos africanos comienza en 1441, cuando Antom Gonçalvez capturó doce esclavos negros y los llevó a Lisboa como regalo para el príncipe Enrique el Navegante. Pocos años después, Colón desembarcó en un nuevo continente. 

Cuatro siglos en América
“En los puertos de América se sabía que había atracado un barco negrero por el olor a vómitos, sudor, orín y excrementos…”, ésta es una descripción del historiador Hugh Thomas, sacada de testimonios de la época en la que millones de africanos sufrieron el mayor genocidio de su historia. Ya existía esclavitud en América antes de la llegada de los colonos. Los Aztecas, los Mayas y los Incas sometían a los más débiles, los cambiaban por mantas o piedras de colores y los utilizaban como animales de carga o les servían como sacrificio ante sus insaciables dioses.

Los azotes no debían pasar del número de veinticinco

En su primer viaje de regreso a la península, Colón trajo aves curiosas, hojas, frutas, raíces, pepitas de oro y seis indígenas. Entre los planes del descubridor estaba enviar a los Reyes Católicos 4.000 esclavos cada año. Así se abrió el período de esclavitud más conocido en nuestros días, quizá por proximidad o por el cine y la literatura. ‘La cabaña del Tío Tom’, la popular serie ‘Raíces’, o la película de Spielberg, ‘Amistad’, recrean capítulos de una historia atroz que comienza cuando la Iglesia Católica prohíbe esclavizar a los indígenas americanos.
 
Un negocio redondo
Cuando los primeros colonizadores llegaron a América, la esclavitud de los no cristianos era algo muy común en Europa. Así, empezaron a mercadear con los indígenas, pero la cuestión se complicó  cuando muchos de ellos se convirtieron al cristianismo. A partir de entonces se alzaron voces como la de Fray Bartolomé de las Casas contra la esclavitud de los indígenas y el 6 de noviembre del año 1538 la Corona Española prohibió la compra de esclavos indios. El mal cesó en América, pero la herida se abrió en África. En 1516, Nicolás Ovando, comendador de La Española, fue autorizado por los Reyes Católicos para que dejara entrar esclavos negros a la isla y África comenzó a sangrar.

En América los cafetales, la caña de azúcar o la recogida del algodón demandaba cada vez más mano de obra, y la de los esclavos era extremadamente barata. Los cronistas cuentan que los cazadores de esclavos daban a cada negro el valor de 15 pesos, y al venderlo obtenían de 150 a 200 pesos. El negocio era redondo. Hubo un primer monopolio de compra de esclavos hispano-portugués, pero pronto participaron Inglaterra, Holanda y más tarde suecos y daneses. En el continente negro, las tribus se vendían las unas a las otras y los beneficios eran tan interesantes, que se crearon rutas tierra adentro en busca de materia prima. El efecto de aquel comercio fue devastador. En África se abandonó la agricultura, las gentes huían de las regiones fértiles –donde iban a cazarles–, y se creó una red de reyezuelos corruptos capaces de vender a su propio pueblo a cambio de baratijas. Aquella salida masiva de hombres y mujeres en edad productiva, convertidos ahora en mercancía humana, detuvo el progreso y el avance de regiónes enteras. Los historiadores cifran entre diez y doce millones el número de esclavos cazados en África que llegaron a la ‘Tierra prometida’.

Las leyes españolas
Los negros no aceptaron su condición de esclavos sin luchar. Hicieron lo posible por escapar de grilletes y torturas. Muchos de ellos, sobre todo los de la tribu Fanti, se suicidaban. Esta tribu creía que después de muertos renacerían en su tierra natal. Pero hubo otras formas de resistencia: conatos de rebelión año tras año y, cuando había una remota posibilidad: la huida. Los esclavos que se fugaban formaban pequeñas comunidades en los bosques y se les llamó Cimarrones. Guardias armados y cazadores de recompensas recorrían los bosques dispuestos a cazarlos utilizando ardides aún más sangrientos que si se tratara de animales salvajes.

La abolición
La esclavitud en América duró cuatro siglos. Hubo momentos en los que, por ejemplo en Brasil, era superior la población de esclavos que la de hombres libres y algunos políticos declaraban que si se abolía la esclavitud, se produciría el final del desarrollo económico americano.

Aunque a lo largo del siglo XVIII se alzaron voces exigiendo la abolición, hubo que esperar a la Ilustración y a los grandes pensadores franceses, para que tuvieran algún eco. En el año 1850 un periódico inglés publicaba un artículo acerca de la esclavitud en EE UU. Uno de sus párrafos decía: “Hay 3.000.000 de personas en los Estados Unidos que son esclavos. Son hombres, mujeres y niños, ¿es la esclavitud –como condición para los seres humanos– algo bueno, malo o indiferente? Planteamos esta pregunta sin prejuicio. Usted tiene el sentido común, una conciencia y un corazón humano… puede decidirlo”.

En estos momentos en la colonias españolas –fuimos el país que más tardó en abolir esta práctica– se publicó el Reglamento de la esclavitud de 1842, compuesto por 48 artículos; regulaba la religión que debían tener los esclavos de las colonias, las horas que tenían para dormir, qué debían comer o cómo debían vestirse: “Hasta que cumplan la edad de tres años, deberán tener camisillas de listado, a las hembras de seis a doce se les darán sayas o camisas largas, y a los varones de seis a catorce se les proveerá de calzones…”. Esta ley también habla de los castigos: “El esclavo que faltare a alguna de sus obligaciones podrá y deberá ser castigado correccionalmente con prisión, grillete, cadena, maza o cepo donde se les pondrá por los pies y nunca de cabeza, o con azotes que no podrán pasar del número de veinticinco…”.

Eran muchas las voces contrarias a la abolición, y en Europa corrían teorías ‘científicas’ que justificaban la esclavitud: retomó popularidad el famoso ‘ángulo de Camper’ (1791) que era una manera de medir las diferencias raciales a partir del ángulo facial. Según este método, era posible trazar una línea en la evolución del rostro desde el mono hasta el perfil griego;  consideraban que los negros tenían un ángulo más pequeño y que por eso eran humanos inferiores y más próximos a los animales que a las personas.

El final del horror
En el siglo XVIII, los pensadores franceses abrazaban los ideales de Libertad e Igualdad de la Revolución y en este país, en 1794 la Convención elegida por sufragio universal masculino fue el primer parlamento que abolió la esclavitud. En Inglaterra, el primer ministro Pitt hablaba en un discurso del “mayor mal que la raza humana haya puesto en práctica”. Empiezan a producirse focos rebeldes en Brasil –que se independiza de Portugal– Cuba, principal centro azucarero del mundo, y varios estados norteamericanos. Así, y aunque durante medio siglo continuó la trata ‘ilegal’, el último cargamento de esclavos desembarcó en Cuba en 1867.
Pero cuando el comercio con América cesó, los esclavos aún hacinados en barracones en los puertos africanos no regresaron a casa: entonces fueron conducidos en cantidades ingentes a los mercados musulmanes en el interior de África.

La ruta del marfil
Su destino era una nueva ruta que comenzaba en Tanganika, Nyassa y Congo, donde los mercaderes adquirían marfil a cambio de sal. Una vez allí, quemaban aldeas, cazaban esclavos y los obligaban a transportar el marfil durante miles de kilómetros hasta la costa. 

Según Cámeron, un conocido explorador, en la ruta del marfil una niña negra era vendida por un puñado de sal, una mujer a cambio de una cabra. Cámeron calculaba que se vendían al año 500.000 esclavos y que al menos el triple caía en aquella endemoniada ruta cuyo itinerario podía seguirse por el rastro de huesos humanos en la arena. Hoy –y esto ya no es historia– la  trata de esclavos no ha terminado.

Se creía que las pirámides las habían levantado esclavos, pero realmente se trataba de un pueblo de trabajadores.

Los primeros gladiadores eran hombres de pueblos vencidos en las campañas que eran convertidos en esclavos.

En África, los traficantes uncían a los esclavos como si fueran bueyes, para evitar que escaparan en el camino.

Estados sin esclavitud

Algunos Estados –enmarcados en trazo grueso– abolieron la esclavitud voluntariamente, sin imposición del Gobierno Federal, que la decretó en 1865.
1 New Hampshire 1777
2 Maine 1780
3 Connecticut 1780
4 Pennsylvania 1780
5 Massachusetts 1784
6 New Jersey 1784
7 Vermont 1799
8 Ohio 1802
9 Indiana 1816
10 Illinois 1818
11 New York 1836
12 Iowa 1846
13 Detroit 1848
14 California 1850
15 Minnesota 1858
16 Wisconsin 1858
17 Oregón 1859
18 Kansas 1861
19 Virginia 1863
20 Missouri 1865
21 Tennessee 1865

Este diseño pertenece al barco negrero Brookes cuya capacidad máxima era de 451 esclavos. Para cada uno de ellos había destinado un espacio exacto de 183 cm, 40 cm menos para mujeres y niños. Según acusaciones de la Asociación Abolicionista, el Brookes llegó a transportar un cargamento de 609 esclavos. Para que ocuparan menos espacio, viajaban en posición fetal.

Un viaje sin retorno

A partir del s.XVII los barcos salían de los puertos europeos. En este momento los de Londres, Bristol y Liverpool ostentaban el ignominioso récord de salidas de barcos rumbo a África con destino a las colonias inglesas. En esta época, la trata se llamó ‘El comercio de ébano’. Algunos historiadores aseguran que el dinero obtenido en las colonias y con la trata de esclavos permitió la revolución industrial en Europa. Una vez en África, los barcos recogían su mercancía en la costa occidental.

Lista de esclavos

Esta es la reproducción de una lista de dueños y esclavos firmada en Puerto Rico en 1869, cuando la esclavitud ya había sido abolida. Tras la Guerra de Secesión, el gobierno federal prometió a los esclavos una compensación, “16 hectáreas y una mula”,  por tanto dolor causado.  Hoy, ¿a cuánto equivale esto en dólares? La comunidad afroamericana sigue esperando el día en que el gobierno pida perdón por despojarles de sus tierras, su cultura, sus raíces…

Lorena Sánchez Romero

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