SER HUMANO

El último lugar del mundo

 

Al norte del norte

En la actualidad, pisar tierra virgen es algo muy difícil: las imágenes por satélite cubren cada pulgada del globo. Pero esto no ha hecho que los exploradores dejen de intentarlo. Desde que los primeros humanos partieron de África, no hemos parado de viajar y descubrir nuestro planeta. El último gran territorio que permanecía desconocido era Severnaya Zemlya, un archipiélago extremo del desierto polar cerca de la costa de Siberia, descubierto en 1913. En 1978, un equipo de vigilancia danés aseguró que había encontrado la tierra más septentrional de Groenlandia, a la que llamaron isla Oodaaq. Lo de isla es algo relativo: Oodaaq tiene el tamaño de una pista de bádminton.
Aun así, los exploradores que quieran poner su nombre a algún lugar no deberían abandonar la esperanza. A medida que el hielo se funde, se van descubriendo nuevas tierras. En 2004, un artista británico llamado Alex Hartley reclamó haber hallado una isla recientemente expuesta en el archipiélago Svalbard, del tamaño de un campo de fútbol. En 2005, el explorador Dennis Schmitt dijo haber descubierto una isla similar cerca de la costa este de Groenlandia, a la que llamó Uunartoq Qeqertoq (“isla de aguas más cálidas”, en lengua inuit). Si sigue la tasa actual de deshielo, habrá muchas más donde se encontraron estas.

Donde aún no hay mapas

Si te quedas de pie en el paseo marítimo de Muynak, en Uzbekistán, antaño uno de los grandes resorts costeros de la Unión Soviética, no ves olas rompiendo en la playa, ni barcos llegar a un puerto que proveía de pescado desde Riga hasta Vladivostok. Lo único que podrás ver es arena extendiéndose hasta más allá del horizonte.
Bienvenido a lo que ha quedado del mar de Aral. Hace solo 40 años, este era el cuarto lago más grande del mundo, con una superficie de 68.000 kilómetros cuadrados. Ahora, casi todo eso se ha ido, y ha dejado 50.000 kilómetros cuadrados de desierto nuevo y sin cartografiar (equivalentes a Galicia, Asturias, Cantabria y La Rioja juntas). Hasta 1991 se podía culpar a los ingenieros soviéticos de esto. Ellos convirtieron las repúblicas de Uzbekistán, Turkmenistán y Kazajstán en una gigantesca plantación de algodón que absorbía el 90% del agua del río Amu Daria, que desembocaba en el Aral. Pero la situación no cambió realmente cuando se volvieron a casa. Hoy, el agua se usa para plantar algodón con el que hacer prendas que luego se venden en Occidente.
Los satélites han fotografiado el nuevo desierto, por supuesto. Gran parte de él es de un blanco brillante debido a los enormes depósitos de sal mezclados con los pesticidas de los campos. Unos pocos extranjeros han intentado conducir a través del lecho marino para confirmar las observaciones del satélite, según John Lamers, agrónomo de la Universidad de Urgench, en Uzbekistán. La mayoría no llega muy lejos. “El lecho no está completamente inexplorado, pero solamente una parte muy, muy pequeña de él ha sido examinada», dice. El resto es terra incognita hasta el momento.
No puede pasar mucho tiempo antes de que alguien decida que este nuevo desierto debe ser cartografiado y protegido. Después de todo, es único.

Sin coca-cola

Es la marca más popular, y  el club de países que la venden (por encima de los 200) es más numeroso que los que forman la ONU. No hay sanción ni régimen capaz de interponerse en el camino de este producto: la Coca-Cola. Pese a lo que pueda parecer, se vende en la Antártida y aun en países donde Estados Unidos tiene prohibido comerciar. Pero, como en todo, hay excepciones. Según la compañía, sus productos no se venden ni en Cuba, ni en Corea del Norte, ni en Birmania. Pero hecha la ley, hecha la trampa.
En Cuba, este oscuro refresco se importa desde México, y resulta parte indispensable para elaborar su tradicional cubalibre. Los coreanos del norte se la hacen traer desde China, y mientras el régimen birmano prohibe su entrada en el país, los comerciantes pasan la frontera de Tailandia cargados con botellas. Habrá que viajar donde aún no hay mapas para encontrar un sitio sin “la chispa de la vida”.

Sin contacto por radio

El 28 de julio de 2006, los entusiastas aficionados a la radio recibieron la noticia que habían estado esperando: la isla de Swains, un minúsculo atolón del Pacífico más de 300 km al norte de Samoa y con 37 habitantes, estaba oficialmente “en el aire” y se convertía en el lugar número 337, y el último de la Tierra, en establecer contacto con el resto del mundo.
Para muchos radioaficionados, no hay nada mejor que recibir QSL card  –confirmación de contacto por radio en dos sentidos– desde un recóndito lugar. La isla de Swains era (y todavía lo es) uno de los lugares más buscados. Este irreprimible deseo de enviar y recibir señales de radio desde lugares muy alejados trae algunos problemas. El arrecife Scarborough es un bajío cubierto de guano en el mar del Sur de China que difícilmente puede, dado su tamaño, alojar una antena de radio, y su propiedad se la disputan China, Taiwán y las Filipinas. Por eso, cuando una expedición de radioaficionados llegó allí en 1927 casi se desató un incidente diplomático internacional. ¿Habra un lugar 338? Seguro que sí. Solo es necesario tener paciencia.

Para aprender idiomas extraños

El tofa, hablado por unos cuantos nómadas de las montañas orientales de Sayan, en la Siberia meridional, es uno de los idiomas más extraños, y está condenado a la extinción. Hoy solo quedan 25 hablantes, todos ya mayores. Y cuando mueran, una característica absolutamente única del tofa desaparecerá: un sufijo, –sig, que significa “oler como”. En tofa puedes añadir –sig a la palabra ivi– (reno) para describir a alguien que huele como un reno. No se sabe de ningún otro lenguaje del mundo que tenga este tipo de sufijo. El lingüista K. David Harrison, del Swarthmore College en Pennsylvania, ha documentado ejemplos similares de sistemas “de paquetes de información” en peligro en su libro When languages die (Cuando mueren los idiomas). Uno de esos sistemas es el de contar con el cuerpo, usado en una estimación de 40 lenguajes en Papúa Nueva Guinea. En idiomas como el kaluli y el ko­bon, las palabras que denominan los números son los nombres de las partes del cuerpo. Así que de uno a 10 en kobon es: meñique, anular, co­razón, índice, pulgar, muñeca, antebrazo, interior del codo, bí­ceps y hombro. Para contar más, se echa mano de la clavícula y del hueco que hay sobre el manubrio del esternón (la incisura yugular), y después se sigue justo por el otro lado, has­ta llegar a 23. Puedes sumar hasta 46 contando de vuelta hacia el otro lado, y números más altos si vuelves a empezar una y otra vez. De modo que 61 en kobon es: cuenta una vez, cuenta dos veces y vuelve al bíceps del otro lado. Toda una coreografía.

Donde conocer el origen de nuestro planeta

Encontrar un trozo primigenio de nuestro planeta es rozar el origen de la Tierra con la yema de los dedos. Si estiramos la mano, quizá podamos llegar hasta los gneiss (un tipo de roca) de Acasta, en el norte de Canadá, una aglomeración de rocas de 4.300 millones de años que contiene las piedras más antiguas conocidas.
Pero la Tierra tiene 4.560 millones de años, y la corteza se solidificó muy poco después. Así que, ¿queda algún torrezno de crujiente corteza primigenia? Sí, en las colinas Jack de Australia occidental. Entre las formaciones rocosas de 3.800 millones de años, los investigadores acaban de descubrir pequeños minerales duros, llamados circones, que han sobrevivido unos 4.400 millones de años. Son los minerales más antiguos conocidos en cualquier sitio del planeta. Y están presentes, en un 0,04%, en la arena de las playas. Así que a buscar circones. ¡Suerte!

Sin contaminación

Las especies invasivas son aquellas transportadas desde sus hábitats naturales a lugares a los que no pertenecen y constituyen uno de los mayores problemas para la biodiversidad. Esta “mudanza” empezó hace siglos, pero la escalada en la velocidad del transporte moderno hace que el problema no se haya restringido ya a ratas transportadas en barcos. Todos los tipos de organismos están de mudanza, viajando de polizontes en barcos, aviones, coches e incluso gente. Aunque no todas las especies alienígenas formen un desastre a expensas de las locales, su enorme número y variedad hacen probable que algunas sí lo hagan. ¿Hay, entoces, algún lugar en el mundo libre de aliens? Las partes más remotas de la jungla amazónica y la Antártida podrían haber escapado, pero con la gente moviéndose cada vez más cerca de zonas aisladas de cada continente, solo es una cuestión de tiempo. Desde su descubrimiento en 1729, poca gente ha estado en la isla Bouvet, en pleno océano Antártico, y de aquellos que se aventuraron a acercarse, casi ninguno pusó el pie en tierra. No solamente es una de las regiones menos hospitalarias, sino que también es de las más remotas. El sitio más cercana, otro punto igualmente deshabitado llamado isla Gough, está a 1.600 km de distancia. Soledad al cuadrado.

A la deriva

El 9 de agosto de 2006, los yates que navegaban cerca de Tonga informaron de que habían visto una erupción submarina en Home Reef, al sur de la isla Late. Tres días más tarde, la tripulación del yate noruego Maiken avistó un trozo de tierra que no figuraba en ninguna carta náutica. De 1,5 km de ancho, estaba coronada por un  penacho de vapor, y el mar en varias millas alrededor estaba cubierto de piedra pómez.
Hacia mediados de octubre, las erupciones  ya habían cesado y empezó su fallecimiento. Eso es lo que pasa a menudo con las nuevas islas: si la roca no tiene tiempo de consolidarse, las olas se la llevan. Para el 8 de diciembre, fecha en que un avión militar neozelandés tomó la última foto publicada, la isla de Home Reef se había hundido más de la mitad. Pero con un velero y tiempo, nuevos archipiélagos serán descubiertos.

Sin dueño reconocido

Varios sitios de nuestro planeta se disputan el “honor” de ser los últimos lugares reclamados por una nación. La minúscula isla Hans, por ejemplo, está deshabitada. Se encuentra entre Groenlandia y la isla Ellesmere, y es un territorio del que tanto Canadá como Dinamarca reclaman derechos de posesión.  Ninguna de las partes parece proclive a rendirse sin luchar, ya que el caso podría sentar un precedente para otras disputas territoriales en el océano Ártico. Esto sucede porque cualquier trozo de tierra, incluso una roca remota, puede extender significativamente el acceso de un país a recursos marinos como petróleo y peces, al  otorgarle una zona de explotación económica exclusiva que se extiende a 200 millas de la costa. Por eso es tan difícil hallar un sitio que no haya sido reclamado por nadie. Pero existe. Y está en la  Antártida. Todas las reivindicaciones sobre el gran territorio blanco que hicieron Argentina, Australia, Chile, Francia, Nueva Zelanda, Noruega y Reino Unido fueron congeladas en 1961, con el Tratado del Antártico. Pero entre las reivindicaciones nadie había señalado un área de 1,6 millones de kilómetros cuadrados de la Antártida occidental, (tres veces el tamaño de la península Ibérica) conocida como la tierra de Marie Byrd, apenas una décima parte del continente. Toda esa región no había sido reclamada por ningún país. Y a día de hoy, sigue siendo la única zona no reclamada de la Tierra.

Donde escriben con dibujos

Hace unos 8.500 años, la gente que vivía en lo que hoy es China empezó a usar símbolos escritos para comunicarse. Al principio usaron imágenes, una característica compartida por otros sistemas primitivos, como el cuneiforme y los jeroglíficos. Estos métodos de escritura han caído en desuso, superados por otros más abstractos, como el que estás leyendo ahora. Todos, excepto uno. En las montañas del sudoeste chino, un menguante número de sacerdotes que practican una religión animista todavía leen y escriben con imágenes. El suyo es el último sistema de escritura pictográfica vivo que existe en el mundo: el dongba. Este método se ha venido usando desde hace más de 1.000 años para registrar y guiar las tradiciones religiosas de los naxi, una población de 300.000 habitantes en Yunnan, Sichuan y el Tíbet. La escritura dongba tiene más de 2.000 pictogramas, incluyendo demonios que empuñan dagas, pájaros gigantes y tigres feroces. La escritura es demasiado compleja para el uso diario; se usa en ceremonias religiosas o como inspiración para contar historias. Historias que ojalá no se pierdan jamás.

Al límite de la vida

Hagan sus apuestas. ¿Cuál es el sitio más yermo del planeta? ¿La Antártida? ¿Groenlandia? Frío, frío. La palma se la lleva el desierto de Atacama, en Chile, y más concretamente la zona conocida como Yungay. El de Atacama es el desierto más seco de la Tierra, y Yungay es su zona más árida: el desierto al cuadrado. Pero la falta de vida en esta región es difícil de explicar. Para los investigadores de la NASA, que han estudiado la zona durante más de 10 años, es un área distinta de cualquier otra. Y como es la región más hostil, podría dar la clave sobre las condiciones de vida necesarias para colonizar otros planetas. Pese a ser un desierto, la vida florece, al menos una vez al año, en Atacama gracias a la neblina, que trae agua y comida para algunas flores. Aunque no a Yungay. La única vida que se ha detectado allí es la de los microbios, pero tan pocos que están al límite de lo detectable. Jacek Wierzchos, de la Universidad de Lleida, encontró un tipo de bacteria que habita en las grietas de cristales de sal: aprovecha la capacidad de este mineral de absorber agua del aire, una adaptación que no había sido registrada antes. Pese a que la NASA continúa con las pruebas, el secreto de la ausencia de vida aquí es un misterio irresoluble. Resolverlo podría mostrarnos la puerta para comprender que Marte quizá oculte su escasa vida del mismo modo en que lo está haciendo Yungay.

Redacción QUO

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