SER HUMANO

Las 16 batallas más absurdas de la historia

Para fiarse de los oráculos. A nadie se le ocurriría hoy en día ir o no a la guerra siguiendo el horóscopo, pero los antiguos hacían algo parecido consultando a augures y adivinos. Como Creso, el rey de Lidia, quien, según una leyenda recogida por Heródoto, consultó con el Oráculo de Delfos si debía o no invadir Persia. “Atácales y destruirás una gran nación”, fue el vaticinio. Pero el monarca tal vez no supo interpretarlo correctamente. Ordenó a sus ejércitos comenzar la invasión, pero fueron los persas los que aniquilaron a los lidios en la batalla del río Halys (547 a. C.). Luego invadieron el reino de Creso y arrasaron sus ciudades.

La absurda batalla de Karansebes. En 1788, durante la guerra ruso-turca, el ejército austríaco, aliado del zar, tomó posiciones en la planicie de Karansebes para hacer frente a las tropas otomanas que avanzaban hacia el lugar. Por allí aparecieron unos cíngaros que vendían ron, y los húsares les compraron alcohol. Varios soldados de infantería se acercaron a ellos para que les invitaran, pero estos se negaron a compartir el licor. Empezó una discusión, a la que siguió una refriega a puñetazos, algunos sacaron sus sables, otros empezaron a disparar… Al llegar los turcos, sobre la llanura yacían los cadáveres de 9.000 austríacos.

La guerra más corta de la historia duró ¡38 minutos! En1896, Inglaterra y el sultanato de Zanzíbar se enzarzaron en el conflicto bélico más breve que se recuerda. Tras la muerte del sultán subió al poder su primo, Khalid Bin Bargash, quien, en vez de seguir las relaciones comerciales con los ingleses, prefirió establecerlas con los alemanes. Los británicos, furiosos, mandaron una flota de cinco barcos. El Ejército de Zanzíbar, formado por 3.000 hombres y un solo navío, no tenía nada que hacer contra ellos. Los ingleses bombardearon la isla y en 38 minutos acabó la contienda.

Béisbol con granadas de mano. El catcher John Spillane sirvió como cabo en la II Guerra Mundial. Durante la batalla de Tarawa, los japoneses le acorralaron en una hondonada. El enemigo le lanzó una granada de mano, y Spillane la agarró y la devolvió como si fuera una pelota. Llegó a devolver cinco. Pero la sexta le estalló en la mano. Sobrevivió, pero su carrera deportiva quedó truncada.

Tres siglos de hostilidades sin disparar ni un solo tiro. En 1639, Inglaterra vivió una contienda civil que enfrentaba a los partidarios del Rey con los del Parlamento. Finalmente, los monárquicos se vieron obligados a refugiarse en las islas Sorlingas, cerca de la costa de Cornualles. Allí sobrevivieron ejerciendo la piratería, especialmente contra barcos holandeses. Cuando las autoridades de los Países Bajos enviaron una delegación a las islas para pedir que cesaran los ataques contra sus barcos, los realistas dieron una negativa como respuesta. Los holandeses le declararon entonces oficialmente la guerra a las islas Sorlingas. Se organizó incluso una flota para invadirlas, pero el ataque nunca se produjo. Es más, los monárquicos británicos no volvieron a asaltar otra nave holandesa. De esta forma, y aunque nunca se disparó ni un solo tiro entre ambos bandos, nadie derogó la declaración de guerra y tuvieron que pasar ¡355 años! antes de que volviera a firmarse oficialmente la paz.

Firmar la paz con ¡el pene! En 1425, en pleno Renacimiento italiano, las repúblicas de Florencia y Génova decidieron poner fin a la guerra que libraban con una curiosa competición. Según cuenta una leyenda, se decidió que el bando vencedor sería aquel cuyo condottiero (jefe de las tropas) tuviera el pene más largo. Pero la tradición dice que el pensador florentino Poggio Bracciolini afirmó que los vencedores serían los genoveses. Cuando le preguntaron por qué, afirmó: “Su miembro viril posee tal longitud que llega a cubrir enormes distancias. ¿Cómo se explica si no que, cuando pasan años a cientos de millas de su hogar, encuentren a su retorno que son padres de varias criaturas?” Los genoveses, ofendidos, reanudaron las hostilidades.

La guerra más ‘cerda’. En 1859, estadounidenses y británicos se disputaban la soberanía de las islas de San Juan, minúsculo archipiélago que está frente a la costa noroccidental de EEUU y en el que ambas naciones habían instalado colonias. Un mal día, un campesino americano llamado Lyman Cutlar mató a un cerdo que se había colado en su sembrado. Lamentablemente, el gorrino era británico. Los ingleses le reclamaron que pagara su importe al propietario. Pero como él se negó, lo encerraron en un establo. Los colonos americanos pidieron ayuda y cuatrocientos soldados fueron enviados a la isla a rescatar al granjero. Los ingleses respondieron enviando una pequeña flota y milllar y medio de hombres. Finalmente, ambos bandos aceptaron que Alemania ejerciera de árbitro en la cuestión, que se zanjó en definitva concediendo la soberanía a Estados Unidos.

Las muertes más grotescas. Sir Arthur Aston, comandante del Ejército del rey Carlos II, murió a manos de los soldados de Cromwell, que le abrieron la cabeza golpeándole con su propia pierna de madera. Al rey Carlos Gustavo de Suecia le mató una flecha durante la batalla de Lützen en 1632, después de que se negara a ponerse su coraza, aduciendo: El Señor es mi armadura”. Pero ninguna comparada con la del general John Sedgwick, quien, durante la batalla de Spotsylvania (Guerra de Secesión Americana), desafió al fuego de las tropas sudistas, gritando: “No le daríais ni a un elefante”. Y cayó abatido acto seguido por un certero balazo que le atravesó el ojo izquierdo.

La carga de caballería más ridícula. Fue la del 14º regimiento de dragones británicos durante la batalla de Chillianwala, en la India, en 1848. De forma inexplicable, los ingleses cargaron en la dirección contraria a la que estaba el enemigo, atacando, por tanto, a sus propias líneas y causando la desbandada aterrorizada de su Ejército.

El batallón gay. Cuenta Plutarco que en el siglo IV a. C., el general griego Górgidas formó el Batallón Sagrado de Tebas, tropa de élite compuesta solamente por parejas de amantes masculinos. La razón, según explica el historiador, es que los generales griegos pensaron que no existían lazos más fuertes que los del amor, y que eso en la batalla valía su peso en oro. El regimiento fue masacrado por Filipo de Macedonia (padre de Alejandro Magno) en la batalla de Queronea. Plutarco lo relata así: “Victorioso Filipo, posó su mirada en los cadáveres y preguntó: quienes son estos muertos abrazados entre sí. Le respondieron: Son los de Tebas y el Batallón sagrado de amantes y amados viriles”.

Rommel, el mariscal innombrable

El militar alemán fue uno de los estrategas más brillantes durante la II Guerra Mundial. Al inicio de la contienda, encadenó una victoria tras otra y llegó a convertirse en una pesadilla para los británicos. Tanto, que el comandante en jefe de las fuerzas británicas en África, el general Claude Auchinleck, envió una patética orden a sus oficiales: “Existe el peligro de que Rommel se convierta para nuestros hombres en una suerte de mago o guerrero invencible. Incluso en el caso de que fuera un superdotado, sería poco deseable que nuestros soldados le atribuyeran poderes sobrenaturales. Quiero desterrar por todos los medios la idea de que Rommel es algo más que un general alemán. Desde ahora, debemos referirnos a él como el enemigo, sin volver a mencionar su nombre”. Al final, el que no se mencionó nunca más fue el del propio Auchinleck que, poco después, fue reemplazado por Montgomery.

Cómo hacer desaparecer un puerto

Durante la II Guerra Mundial, los británicos contrataron al ilusionista Jasper Maskelyne para que hiciera que el puerto de Alejandría (principal base aliada en Oriente Medio) fuera invisible de noche para la aviación alemana. Lo hizo construyendo una réplica exacta con decorados de cartón piedra, como los que se usan en el cine, en una bahía cercana. Luego, por la noche, ordenaba que se apagasen todas las luces del auténtico emplazamiento y que se encendieran las del falso. El truco funcionó, y los alemanes bombardearon el objetivo equivocado. También ideó un sistema de planchas y capotas desplegables para acoplarlo a los tanques de Montgomery. Así, cuando aparecía un avión enemigo de reconocimiento, el dispositivo se desplegaba y el carro de combate se camuflaba como un inofensivo camión.

El árbol de la discordia

En 1976, en la frontera entre las dos Coreas, un comando estadounidense trató de talar un árbol (plantado por el propio líder comunista King Il Sung), que obstaculizaba la visión de un puesto de vigilancia. Los guardias norcoreanos abrieron fuego y el incidente acabó con dos americanos muertos. En respuesta, EEUU envió un portaaviones al mar del Japón y sus bombarderos sobrevolaron la zona. Mientras, un comando de marines se dispuso a talar el árbol, aunque los comunistas desplegaron una fuerza de soldados y luchadores de taekwondo armados con garrotes. Finalmente, el dictador norcoreano pidió disculpas, se acordó podar el árbol y se evitó así una masacre grotesca.

Un conflicto provocado por la falta de comunicaciones

Las hostilidades que en 1812 estallaron entre EEUU e Inglaterra podrían haberse evitado si hubiera existido el telégrafo. El enfrentamiento se debió a una ley por la que los británicos pretendían cobrar un impuesto por comerciar con Europa. Como los estadounidenses se negaron a seguir pagándolo, la armada de Gran Bretaña recibió la orden de atacar a sus antiguas colonias. Paradójicamente, dos días después algunos parlamentarios ingleses partidarios de volver a fimar la paz lograron que la polémica ley fuera abolida. Muchos historiadores coinciden en que, de existir el telégrafo, la tensión no habría subido. Pero para cuando la noticia se conoció en América, los combates habían alcanzado tal magnitud que era imposible volver atrás.

La patética invasión de Guam

El 20 de junio de 1898, tras declararse la guerra entre España y EEUU, el crucero USS Charleston llegó a la isla de Guam, una posesión española. El capitán ordenó bombardear la aldea, pero sus cañoneros tuvieron tan poca destreza que los proyectiles pasaron por encima de ella sin hacer blanco. Los americanos aguardaron la respuesta de sus defensores, pero al cabo de un rato se acercó una lancha con el gobernador, quien subió al destructor para dar la bienvenida a los estadounidenses. Los marinos rompieron a reír ante el asombrado visitante. Nadie le había comunicado que ambas naciones estaban en guerra, y por eso los españoles creyeron que los cañonazos eran salvas de saludo.

La ciudad que se salvó de dos bombas atómicas

La villa de Kokura era el segundo objetivo previsto por EEUU en caso de que algo impidiera lanzar la bomba sobre Hiroshima. Pero era el blanco inicial para el segundo ingenio atómico que se arrojó sobre Japón. Aunque el mal tiempo hizo que se tirase sobre Nagasaki.

Vicente Fernández López

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