John Winston Lennon nunca leería este reportaje. Odiaba –o eso decía– que la Prensa (“esos que nunca mienten”) le tomara demasiado en serio en cada canción, en cada frase. El artista comenzó a padecer esa manía tan periodística desde el principio: nada más salir el segundo disco del cuarteto de Liverpool (With The Beatles, 1963), el crítico musical de The Times, William Mann, escribió que el piano del final de una canción tan inocente y sencilla como Not a second time se podía comparar con La canción de la Tierra, de Mahler.
Pero daba igual, no hacía falta que nadie le diera importancia. El fundador de The Beatles no es que no tuviera madre, es que tampoco tenía abuela: “La gente como yo se da cuenta de su llamada ‘genialidad’ a los 8 o 10 años; en la escuela pensaba que no se daban cuenta de que era el más listo”, se quejó Lennon en una entrevista. Más tarde, la queja se tornó en ironía con la letra de Getting better (1967), que relataba cómo “los profesores que me enseñaron eran mediocres”.
Pasear, más de 30 años después de que fuera asesinado (el 8 de diciembre de 1980), por la mente del fundador de The Beatles a través de las letras de sus canciones [lee también arriba la explicación de las 4 canciones más reveladoras de su personalidad] tiene una ventaja: que da una perspectiva menos afectada acerca del músico y de su pensamiento. Y un inconveniente: que hay que darle la razón. Era un genio en lo artístico. Y lo más sorprendente de este músico nacido en Liverpool en plenos bombardeos alemanes de 1940 no era sólo su talento, sino la velocidad de su evolución.
Lennon pasó de juntar palabras tan tontas como “Ámame, / sabes que te amo, / que siempre te seré sincero” (Love me do) en 1962, a hacer una agria y profunda crítica política de los revolucionarios aburguesados del 68 en su Revolution 1, sólo siete años después. Entre una canción y otra, el viaje de sus ideas es surrealista y cambiante: a veces amargo y a veces entrañable, pero siempre con recámara.
La reina ‘Beatlemaníaca’
Los tres primeros años, los apodados “Fab Four” (“Los cuatro fabulosos”) se dedicaron más a enamorar con sus letras que a darles algo de profundidad. Aquello funcionó demasiado bien, y la beatlemanía llegó hasta la propia reina de Inglaterra, quien les nombró Miembros del Imperio Británico y les invitaba (sin éxito) a sus cumpleaños. Al mismo tiempo, “estábamos bajo una presión enorme [de Brian Epstein, su representante]”, contó Lennon, “sin ocasión de expresarnos y trabajando a aquel ritmo, haciendo giras y encerrados en una hornacina de mitos y sueños”.
Todo aquello provocó el ahogo que –afortunadamente– abrió la siguiente etapa de Lennon. Help! fue el grito que este chico de provincias lanzó en medio de aquella vorágine. Para rematarlo, la discográfica (EMI) les sumergió en la segunda película, de idéntico nombre, que el artista recordaba como “aquella en la que nos revolcábamos por todas partes”. Hartos de todo aquello, en 1966 la banda dejó de hacer giras en vista de que, como decía Paul, “el espectáculo éramos nosotros”, y no la música. Por aquel entonces, tocaban en estadios donde el sonido se escupía por la misma megafonía por la que se anuncia el cambio de jugador. No se oían ni a ellos mismos.
Salir del armario
Aquel torbellino dio el portazo a una etapa de melodías más melosas, estructuras de canciones menos atrevidas y, sobre todo, letras más facilonas. El resultado casi inmediato de aquel semi-retiro fue el suicidio (por pena, se dijo) de Brian Epstein, aquel modesto vendedor de discos de Liverpool que les había aupado a la fama, junto con el productor George Martin. Pero lo cierto es que todo apunta a que el manager, homosexual, se quitó la vida de un disparo después de que Lennon flirteara con él en 1967 (“me gustaba fingir que era un poco mariquita; es muy divertido”) para luego rechazarle.
El músico nunca lamentó lo suficiente la mofa de su “secreto” que hizo en la canción You’ve got to hide your love away (Tienes que esconder tu amor). La noticia le sorprendió visitando al maharishi Mahesh Yogi. La mente de Lennon ya nunca fue la misma. Apareció entonces el John que hoy conocemos, el que ha quedado, el que todos copietean en lo musical y en lo personal; y en la pose. La etapa coincidió con su boda gibraltareña con la artista japonesa Yoko Ono, de la que luego adoptaría el apellido (murió como John Ono Lennon). En los 7 discos venideros de The Beatles, el atribulado músico se dejó llevar por sus impulsos y permitió ver a través de sus letras con mayor claridad aún.
Añorando, pero mirando adelante
El despertar de introspección se había atisbado un año antes con In my life, y anunciaba la lucha interna que siempre le poseyó, entre lo entrañable y la renovación. Reza la letra en la segunda estrofa: “Aunque sé que nunca perderé el afecto por las personas y cosas que vinieron antes / (…) /, en mi vida te amo más a ti”, refiriéndose al presente. El tema, adornado con un maravilloso y barroco solo de clavicordio ejecutado por Martin, acaba de ser reconocido por la edición americana de la revista Rolling Stone como una de las 50 mejores canciones de la historia del rock.
El lanzamiento de Revolver, un disco hecho con más tiempo, incluía un I’m only sleeping que era una especie de cartel de “no molesten” mientras ordenaba sus ideas. Afortunadamente, no las ordenó y siguió nadando en la psicodelia a la que invitaban su momento personal y las tendencias musicales para alumbrar el mejor disco del los cuatro de Liverpool: Sergeant Pepper’s Lonely Hearts Club Band. La época de surrealismo se prolongó en el Magical Mistery Tour (con temas como Strawberry Fields, sobre su infancia) para comenzar a despertar a su etapa más cruda en el llamado “álbum blanco”. En él, el niño abandonado que fue dedica a su madre ya fallecida, Julia, unos tiernos “Tócame” o “Ya que mi corazón no sabe cantar / mi alma sabe hablar”.
Entre 1968 y 1970 nació el Lennon más rebelde e impertinente, y entró en una pendiente que desembocó en la ruptura del grupo. Los tintes comenzaron a ser de protesta contra todo, incluso contra sus compañeros. El disco de Abbey Road, una de cuyas caras tiene varias canciones de ambos cortas y entrelazadas, se tomó como una obra maestra, mientras Lennon confesaba sarcásticamente años después que lo odiaba, y que eran retazos de ideas que nunca quisieron ni supieron rematar.
La terapia primitiva
Y llegó la ruptura. Muchos se la atribuyeron a Yoko cuando, además, había otro implicado: Arthur Janov. Este psiquiatra aterrizó en Londres un par de años antes y sumergió al artista en su aclamada “terapia primitiva”, que consistía en gritar, llorar, patalear y hasta lanzar objetos para liberarse del “dolor emocional”. Llegó su etapa en solitario, en la que expurgó todo su espíritu. Compuso Mother, un grito buscando a sus padres, y God, en la que confesaba: “No creo en The Beatles”; y dedicó varias frases agrias a Paul McCartney en la Prensa. Se asentó el Lennon más hippie y reivindicativo; el de Woman is the nigger of the world y Working class heroe.
Y así siguió hasta que en 1975 se retiró coincidiendo con el nacimiento de su hijo Sean. Pero en 1980 regresó recompuesto y lleno de ideas, y grabó el maravilloso y elocuente Starting over (empezar de nuevo) que abría el disco Double fantasy. Estaba desconocido, sereno y amable. Incluso dejó a Yoko estropearle el LP con verdaderos bodrios compuestos y cantados –por decir algo– por ella. Pocos días después de salir al mercado, el 8 de diciembre, ocurrió eso sobre lo que todo el mundo escribimos cada año, en un alarde de falta de originalidad. Justo lo que más odiaba John Winston Lennon.
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