Quien se parece a su padre honra a su madre”, dice el refranero popular español. Pues, según una investigación reciente de la Universidad Chapell Hill de Carolina del Norte (EEUU), en lo que a genética se refiere, todos nos parecemos más a nuestros padres que a nuestras madres.
“El ADN que obtenemos de nuestros ancestros es solo la base de la herencia. Lo importante es cómo se expresan estos genes, los alelos que heredamos. Para muchas cosas, como el color de ojos o el cabello, los dos padres contribuyen de la misma manera, pero hay 200 genes, entre los que se incluyen la mayoría de las enfermedades comunes y a los que denominamos improntados, que solo utilizan la información de uno de los dos”, me cuenta Fernando Pardo-Manuel de Villena, genetista y uno de los directores de esta investigación.
La obesidad paterna puede incrementar el riesgo de sufrir cáncer en el futuro
Y sigue: “En nuestra investigación pretendíamos averiguar qué progenitor participa en cada uno de ellos y resulta que hemos descubierto que, además, hay otros miles de genes que también utilizan de forma desigual la información del padre y de la madre, como es el caso del que determina la altura del individuo. Así que, tras nuestras pesquisas, podemos decir que al sumar cuál es la utilización funcional del genoma global, el padre gana”.
Así pues, según este estudio, tu altura y el hecho de que vayas a heredar enfermedades tan importantes en la actualidad como la diabetes, la obesidad, el alzhéimer, el párkinson y la esquizofrenia son culpa de tu padre. ¿Qué os parece?
Un hallazgo bomba
“Efectivamente, la gran importancia de nuestro trabajo reside en que la herencia paterna influye en la mayoría de las enfermedades que son un problema de salud pública, que cuestan mucho dinero a la Sanidad, y que dependen de los cientos de genes que hemos descubierto que tienen más carga paterna. Así que saber si la mutación que estás heredando y que participa en el desarrollo de una de estas enfermedades procede de nuestro padre o de nuestra madre puede ser muy valioso. Ya que ahora somos conscientes de que si la herencia es paterna tendrás más posibilidades de desarrollarla en el futuro”, afirma Pardo-Manuel de Villena. Esta investigación se ha realizado en ratones de laboratorio aunque, según los investigadores, los resultados son extrapolables a todos los mamíferos, incluidos los humanos. Pero ¿cuál es el paso siguiente?
“El objetivo final de nuestro laboratorio es conseguir saber a largo plazo, conociendo el ADN y las marcas epigenéticas que tenemos, ya sea por nuestro propio estilo de vida o el de nuestros padres, qué enfermedades vamos a desarrollar y cuándo. Para así poder evitarlas o retrasarlas, explica Pardo-Manuel de Villena.
Algún día podremos trazar un mapa de las marcas que el ambiente ha dejado en nuestros genes
Y es que últimamente se ha descubierto que los hábitos de vida de nuestros padres, antes y después de la concepción, dejan marcas en nuestro ADN que nos predisponen a sufrir enfermedades.
En los últimos tiempos la rama de la genética que estudia esas marcas, la epigenética, se ha centrado sobre todo en la madre. Son muchas las investigaciones que tratan de averiguar cómo afectan la nutrición y el estrés de la madre durante el embarazo a la futura salud del bebé. Ahora se está demostrando que los hábitos del padre también dejan su impronta a través de la carga genética que trasmite a su prole. Aunque, como dice Mario Fernández, experto en epigenética del CSIC: “En el caso de la madre puede tratarse de una influencia directa en el feto mientras que en el del padre es herencia transgeneracional”.
Ellos también tienen la culpa
Lo apuntaba una investigación realizada por la Universidad de Duke (EEUU) en 2013 cuando concluía que tener un padre obeso podía influir en la salud de sus hijos en el futuro; concretamente en el desarrollo de algunos tipos de cáncer. Según los autores de este estudio, publicado en la revista BMC Medicine: “La obesidad paterna puede alterar un mecanismo genético que estará presente en la próxima generación. Es importante que seamos conscientes de que el estilo de vida occidental puede estar dejando un rastro en las generaciones futuras”, concluían los autores del estudio.
El mecanismo genético al que se refiere el equipo de Duke no es otro que los cambios en la metilación, es decir, los cambios químicos que se producen en el ADN de un gen. En este caso del factor de crecimiento insulínico tipo 2 (IGF2).
La metilación del ADN es la vara de medir que utilizan los expertos en epigenética para averiguar si en la actividad de ciertos genes hay indicadores que les señalen que ese individuo tenga más riesgo de sufrir una mutación asociada a una enfermedad en el futuro.
Y en este caso descubrieron una merma de la metilacion del ADN en un gen, el IGF2, que está asociada a un incremento de riesgo de desarrollar ciertos tipos de cáncer, como el colorrectal y el de ovarios.
Otro estudio, realizado en la Escuela de Medicina de la Universidad de Wisconsin en 2011, aseguraba que el estrés paterno durante los primeros años de vida de sus hijos también deja marcas en el ADN de los pequeños.
En este caso, los investigadores midieron los patrones de metilación del ADN de unos 100 adolescentes de 15 años y los compararon con las muestras que habían tomado en 1990 y 1991 cuando eran unos bebés. Época en la que también habían estudiado el nivel de estrés parental, incluyendo depresión, problemas familiares y estrés financiero. Así, encontraron patrones de metilación altos en aquellos niños cuyos padres habían estado sometidos a estrés durante su primer año de vida y, un poco más bajos pero también modificados, en aquellos que habían estado expuestos al estrés en la edad preescolar (entre los 3 y los 4 años). Además, observaron que un padre estresado influye más en el ADN de sus hijas que en el de sus hijos. En general, ninguno de los genes cuya metilación sufrió cambios estaba directamente relacionado con el estrés, aunque sí encontraron cambios considerables en la metilación del ADN de algunos involucrados en la producción de insulina, la hormona que regula los niveles de azúcar, y en otros tres, relacionados con el desarrollo cerebral.
Un mapa epigenético
La importancia de todos estos descubrimientos reside en que, si cualquiera de nosotros pudiera saber con tiempo qué marcas ha heredado de sus padres que le predisponen a una enfermedad en el futuro, podría estar preparado para intentar evitarla.
“Espero que dentro de unos años, con solo hacernos un análisis de sangre o tomarnos una muestra de saliva podamos saber, además de si tenemos una mutación genética que nos predispone a una enfermedad determinada si, aunque no lo recordemos, cuando éramos pequeños estuvimos expuestos a una sustancia que aumenta nuestras posibilidades de padecerlo o si lo estuvieron nuestros padres. Que podamos hacer un mapa de las marcas epigenéticas que hemos sufrido a lo largo de nuestra vida y cuál es su origen. Así podremos mantener vigilado a quien tenga riesgo de sufrir una enfermedad y darle pautas de estilo de vida que retrasen el proceso. Y también en sentido contrario ¿para qué vamos a hacer una mamografía a los 40 años a alguien que no tiene ningún indicio genético de padecer cáncer de mama? Las pruebas médicas a menudo tienen efectos secundarios que toleramos en aras de un bien mayor, pero si podemos evitarlas…”, reflexiona Pardo-Manuel de Villena.
Pero esto no es tan fácil. Así, algunos expertos ya advierten de la precariedad de estos datos. Michael Kobor, genetista de la Universidad de British Columbia, declaraba a la agencia SINC: “Yo llevo muchos años dedicado a estudiar la epigenética y todavía no sé cómo afecta a la expresión final de un gen que este esté un 10% más o menos metilado”. Y, de hecho, este es el gran reto de la genética en el futuro: determinar el papel funcional de esos pequeños cambios.
Lo que dice el esperma
Lo que sí parece ir dilucidándose es que el ambiente de nuestros progenitores modula y genera marcas epigenéticas, que nos trasmiten a través del óvulo y el espermatozoide.
Para conocer cuáles son, se ha abierto una línea de investigación a nivel europeo, el proyecto sobre biología reproductiva Reprotrain, que está trabajando, en conocer la información epigenética del esperma.
De hecho, en 2014, una investigación de la Universidad de Zúrich aseguraba que un episodio traumático para el padre podría ser heredado por sus hijos, precisamente, a través de los gametos de sus espermatozoides. Parece ser que esta información se trasladaría a su descendencia a través del micro ARN, unas partículas que tienen la capacidad de regular la expresión de otros genes y que se han relacionado con multitud de enfermedades.
Según Fernández: “Cuando se producen las células germinales y en las primeras fases del desarrollo embrionario, se produce una especie de “formateo” genético que es posible que elimine las alteraciones acumuladas en el genoma de nuestros progenitores. Esto suele ser efectivo aunque sí es cierto que hay investigaciones recientes que demuestran que algo se cuela”.
Y la investigación de la Universidad de Carolina del Norte es una de ellas. Así, Pardo-Manuel de Villena apunta: “Antes pensábamos que en esta reprogramación las dos células perdían su identidad para hacerse una. Nuestro estudio ha demostrado que no es del todo cierto, ya que siguen conservando parte de sus diferencias. Un descubrimiento que podría ser relevante, también, para los tratamientos que hay en marcha utilizando células madre. Si la reprogramación no borra del todo la información de la célula de origen, esto podría suponer un problema a largo plazo en este tipo de terapias”.
Por último, es importante tener en cuenta que no todo lo que nos ocurre en la vida está predeterminado por nuestros padres.
La culpa también es tuya
De hecho, la propia epigenética estudia qué habitos de los que realizamos a diario, como tomarnos una taza de café o fumarnos un cigarro, dejan huella en nuestro ADN y nos predisponen a desarrollar enfermedades.
“Existe la creencia generalizada de que los genes son nuestro destino, algo inevitable con lo que tenemos que cargar sin remisión. Sin embargo, cada vez hay más evidencias científicas de que lo que comemos, bebemos y respiramos es al menos tan importante como la herencia. Lo que pasa es que es más fácil culpar a nuestro padre o a nuestra madre de nuestros males que cambiar los malos hábitos que hemos adquirido desde que nacimos”, sentencia Pardo-Manuel de Villena.
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