«Es muy curioso”, reflexiona el jefe del servicio de Dermatología del Hospital Vall d’Hebron, Vicente García-Patos. “A veces vemos pacientes sometidos a quimioterapia general que, pese a estar ingresados, de repente presentan una piel roja con un bañador perfectamente dibujado, como si hubiesen estado expuestos al sol”, relata. Y lo han estado. Y se han quemado.
Pero, por increíble que parezca, años antes de haber conocido al médico.
La caricia perfecta recorre unos dos centímetros por segundo y llega al cerebro por una ruta especializada
La ofensa que nunca se olvida
No hay explicación para este fenómeno. Es como si la medicación animara a la piel a mostrar al mundo el particular álbum de fotos de sus alteraciones. Como si para este órgano de hasta dos metros cuadrados, el medicamento fuese un suero de la verdad que le obliga a desnudar retazos de su memoria de elefante.
“Pero no se conoce exactamente el porqué”, admite García-Patos, quien a su actividad clínica suma la de catedrático de Dermatología de la Universitat Autònoma de Barcelona.
Lo que sí se sabe es que, a menudo, este tipo de mensajes llegan hasta la frontera del cuerpo guiados por el sistema inmunitario, el responsable de identificar las amenazas que llegan al organismo y de defenderlo de ellas. Sus soldados, conocidos como linfocitos, forman extensos destacamentos que están repartidos por todo el cuerpo y que en la piel conforman un sistema inmunológico autónomo. Un sistema grande, inmenso: según se desprende de dos investigaciones publicadas en 2007, la piel sana tiene unos 20.000 millones de linfocitos T, que son los que constituyen la primera línea de defensa. La cifra ronda el doble de los que patrullan la sangre.
Forman un equipo muy activo. “No solo nos defienden de los microbios, incluso ayudan a evitar que las células lesionadas por la radiación ultravioleta proliferen, y las eliminan si es necesario”, advierte el doctor. Nunca olvidan una ofensa. El problema es que a veces confunden al enemigo y adquieren una dañina inquina por sustancias inofensivas, una manía que dura toda la vida.
Por ejemplo, los alérgicos al níquel conocen bien cómo la piel rememora las vivencias pasadas con un leve contacto. Saben que un eccema en el contorno de la perforación practicada para colgar su primer pendiente puede repetirse en la cintura al cabo de los años, con el roce de la hebilla de un cinturón.
En otras ocasiones la correlación no es tan clara. A muchas personas les engaña la tónica de los gin-tonics de noches borrosas, y a otras muchas, antiinflamatorios de lo más comunes que producen pequeñas lesiones hasta tres días después de ingerirlos. Curiosamente, siempre aparecen en el mismo sitio, aunque hayan pasado años. Lo que intriga a los científicos es que hay un tipo de linfocitos T que destaca por guardar excelentemente bien la memoria de la piel. Los conocen como TRM (del inglés resident memory T cells) y saben que acampan bajo la piel sana durante largos periodos de tiempo. Quizá haya que buscar dentro de estas células la explicación a fenómenos tan extraños como el del bañista de interior, igual que la psicodermatología busca en las emociones la respuesta a otros desconcertantes recuerdos de la piel.
Las marcas de los sentimientos
El estrés crónico no es cosa de broma. Cuando el organismo se decanta por somatizarlo, tiene la perversa costumbre de hacerlo de una manera dañina: un infarto de miocardio o una úlcera de estómago son dos clásicos del género. “Pero el primer órgano en sufrirlo –en incidencia, que no en gravedad– probablemente sea la piel”, opina García-Patos.
El médico ha visto el efecto del trauma cara a cara. Rememora a dos niños, hermanos, en su consulta, con sendas calvas redondeadas consecuencia de la denominada alopecia areata. La piel expresaba un recuerdo desagradable, doloroso, traumático; un castigo: su padre los había encerrado un par de horas en el sótano para pagar por una fechoría.
El bronceado da vitalidad, protege la piel, regula la tensión arterial y lentifica el envejecimiento
Dos semanas después, el sistema inmunitario lo recordaba, atacaba los folículos pilosos, el pelo se caía y visitaban al especialista.
“Ante las situaciones emocionalmente fuertes, nuestro cerebro libera sustancias que desempeñan un papel muy importante en el sistema inmunitario, que es el que luego puede afectar de una manera más o menos específica a la piel”, explica. Calvas, erupciones, descamaciones, irritaciones, son emociones que han desfilado por la consulta del médico durante los últimos tiempos, agazapadas en la piel de sus pacientes, evocando una crónica de la crisis económica.
Pero este mecanismo también tiene un lado positivo, tal y como han demostrado sucesivos trabajos. Muchos de ellos siguen la estela de los científicos que estudiaron la influencia que las cuidadoras alemanas Grun y Schwarz tenían en el crecimiento de los niños de sus respectivos orfanatos tras la Segunda Guerra Mundial. Los que vivían con la jovial y cariñosa fräulein Grun mostraban tasas de crecimiento normales, mientras que los que sufrían a la distante Schwarz exhibían un desarrollo insuficiente. La influencia decisiva de las mujeres fue confirmada cuando, por casualidad, se intercambiaron los puestos de trabajo. Ahora se sabe que buena parte de la diferencia estaba relacionada con el contacto físico.
Los receptores táctiles se desarrollan a las 20 semanas para hacer del tacto un canal fundamental para el aprendizaje. Por eso, las técnicas de masaje a los bebés se abren paso ahora en Occidente, impulsadas por investigaciones que confirman que dejan una huella extraordinariamente positiva. Su aplicación no solo alivia el estrés, rebaja el tono del llanto y ayuda a dormir al bebé –fundamentalmente a través de la estimulación de la producción de melanina en la piel–, también contribuye a perfilar las competencias sociales y afectivas del adulto.
Folclore y biología en la piel de toro
La primera huella de la vida queda en la cicatriz que llamamos ombligo. Está tan íntimamente relacionada con su génesis, con el nacimiento, que en algunos pueblos extremeños, para curar la esterilidad, se ponían sobre él emplastos con todo tipo de sustancias: vino, cerumen, manteca, aceite, leche, huevo… Los crédulos no arreglaban gran cosa con el remedio, pero al menos elucubraban bien a gusto sobre qué nuevo ingrediente probar.
Las arrugas también han dado juego en los trabajos de adivinación. Cuando la mujer de Villasbuenas de Gata, en Cáceres, se quedaba embarazada, decían que tendría un varón si las arrugas de la frente sumaban un número par. Los pueblos de Cadalso y Guijo de Santa Bárbara usaban el mismo método, solo que atendiendo a las patas de gallo o a las arrugas de las piernas y el costado, respectivamente.
Claro, que no son las hormonas del embarazo ni la voluntad del nasciturus quienes deciden las arrugas que aparecen. Estas huellas son el recuerdo del proceso de síntesis de colágeno que, con la elastina, es el responsable de dar a la piel la tersura de la juventud. Ambos se forman en la capa profunda del cuero humano, la dermis, y están inmersos en un ciclo continuo de destrucción y regeneración.
Con el tiempo disminuye el ritmo al que se produce nuevo colágeno, la base de la piel se ahueca, la superficie se deprime y aparece una arruga. Cuando el colágeno no se acumula bajo la piel, sino en un corte que llega hasta la superficie, la marca que queda es una cicatriz, y es prácticamente imborrable.
A veces, la quimioterapia saca a la luz quemaduras solares que se produjeron años atrás
El cañón de las arrugas es más profundo con la exposición al sol porque la radiación infrarroja provoca que las enzimas que degradan el colágeno trabajen a marchas forzadas, mientras que la velocidad a la que se repone no varía. Las marcas más profundas revelan la contumaz costumbre de descuidar la protección frente al sol. Y así se alumbran recuerdos amargos.
“Las células que forman la epidermis están dispuestas de una manera ordenada que con el paso del tiempo se desorganiza”, advierte la dermatóloga Natalia Jiménez. “A largo plazo, esa desorganización puede predisponer a un cáncer de piel”.
Cáncer: el peor recuerdo
Como experta en dermatología clínica, Jiménez conoce bien los problemas a los que se enfrentan las personas: atiende innumerables pacientes en el Hospital Ramón y Cajal y en otros dos centros de Madrid. Como experta en estética y rejuvenecimiento, sabe cómo arrancar páginas al diario de la piel. Pero el daño en el ADN es diferente. Su memoria se graba a fuego. Y es temible porque acaba en cáncer.
Los tumores de tipo melanoma son muy agresivos y peligrosos. Pueden hacer metástasis y expandir su maleficencia hacia otros órganos. “Deben diagnosticarse precozmente, porque en ese caso tienen buen pronóstico, mientras que los tumores de cáncer de piel no melanoma, que son los más frecuentes, tienen una agresividad menor”, puntualiza Jiménez. Una cirugía puede ser tratamiento suficiente.
La clave para que ni la mínima intervención sea necesaria es la prevención. Se ha estimado que las quemaduras sufridas antes de cumplir 20 años son responsables de los cánceres cutáneos que se desarrollan a partir de los 50, y que alrededor del 80 por ciento del daño se gesta antes de los 18. También se dice que el uso habitual de cabinas de ultravioletas antes de cumplir los 30 llega a incrementar el riesgo de melanoma en un 75 por ciento.
Por otra parte, “se considera que una exposición crónica –como la que tienen quienes trabajan al aire libre, bajo el sol– es más beneficiosa que una periódica intermitente, típica del verano”, puesto que el contacto repetido
del sol desencadena mecanismos de defensa como el bronceado.
Las funciones sanitarias del bronceado son diversas: aporta vitalidad y bienestar, regula la tensión arterial, activa la síntesis de la mayoría de la vitamina D del organismo e incluso, según algunas investigaciones, podría lentificar el envejecimiento. Con la debida precaución, el sol es una fuente de salud y de belleza. Y no es la única.
Alimento, caricias y tatuajes
Los recuerdos más bellos de la piel emanan del interior. Proceden de los alimentos. El agua ayuda a limpiar las impurezas y a mantener la tersura.
Los ácidos grasos esenciales como el omega 6 y el omega 3 protegen de la radiación ultravioleta y de la contaminación. Las vitaminas C y E son básicas por su efecto antioxidante, que previene la aparición de todo tipo de manchas.
Otra cosa es la salud emocional. Su mayor manjar es la caricia perfecta –sí, existe–. Se consigue con un deslizamiento de dos centímetros y medio por segundo, con una presión moderada y con una temperatura que ronda la corporal. Con estos parámetros, el tejido sensible a este tipo de interacción muestra su mayor actividad, según las mediciones hachas con electrodos. Deben hacerse en zonas donde nace pelo, puesto que las fibras nerviosas catalogadas como tipo C solo trabajan en estas regiones cutáneas.
El organismo considera que los recuerdos que deja esta experiencia táctil son muy importantes; tanto que disponen de un circuito neuronal exclusivo que se toma su tiempo: lo normal es que las señales del tacto viajen a 240 kilómetros por hora, pero las fibras nerviosas de tipo C las paladean a poco más de tres por hora hasta que llegan a una región específica del cerebro, especializada en los estímulos emocionales positivos. Los recuerdos que dejan son tan especiales como la sensación del placer difuso, progresivo, que administra una caricia. Son los recuerdos del amor, del apoyo, de la pertenencia.
Son recuerdos eminentemente sociales, como los de los tatuajes, esos dibujos que hacen el camino de vuelta de las emociones, que informan sobre lo que alguien acumula en su fuero interno: el amor por una abuela fallecida o el recuerdo de un difunto perro amado, incluso de un pez… O todo junto, como en el caso de la cantante Miley Cyrus.
La memoria pintada también es advertencia. Por ejemplo, los tatuajes médicos alertan de la alergia a cierto medicamento o de una enfermedad que puede ser relevante en el caso de precisar una reanimación de emergencia. Comparten una información sobre la vida bajo la piel con un objetivo claro: que ningún médico se lleve sorpresas como la de los pacientes oncológicos del dermatólogo García-Patos. Pero esos pacientes auguran que la memoria de la piel aún esconde muchas curiosidades.
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