La Biblioteca Beinecke de Libros y Manuscritos Raros, en la Universidad de Yale, es una construcción cuadrada y gigantesca, con paredes de alabastro, dividida por estanterías de vidrio. Un lugar impresionante y bellísimo.” Así la describe un visitante habituado a edificios y obras exclusivos: Juan José García, director de la editorial Siloé y cofundador del Museo del Libro Fadrique de Basilea, en Burgos. Ahora, su venerada Beinecke le ha confiado la misión de reproducir en facsímil su volumen más enigmático: el manuscrito Voynich.
Por fuera, un abultado volumen de anodinas tapas de color crema. Pero desbordante de misterio entre sus páginas de ajado pergamino. En la mayoría de ellas se alternan ilustraciones en vivos colores con párrafos de un texto en renglones reposados, sin signos de interrogación, ribeteados a veces de diminutos trazos de aspecto simbólico. En los dibujos se reconocen claramente las más variadas plantas, composiciones con reminiscencia astronómica, figuras de mujeres desnudas compartiendo lo que parecen aguas verdosas, y complejos ¿planos? que extienden sus patrones geométricos en folios desplegables de hasta cuatro veces el tamaño del libro.
Claramente, una obra antigua sobre… Aquí es donde miramos el texto. Intentamos reconocer alguna palabra y, ante el fracaso, pasamos a buscar ya letras conocidas. Sí, parece estar la o, por todas partes, seguramente alguna a, lo que podría ser un 8 (en medio de los términos), una ge apresurada y ¿muchas π con orejas? No estamos solos en nuestra incomprensión. Hasta ahora, nadie ha podido averiguar en qué lengua, código cifrado o caprichoso sistema del autor está escrito este libro. De qué habla, quién lo escribió, por qué ni dónde lo hizo. A qué plantas reales corresponden todas esas hojas, frutos y raíces y qué se dice de ellas. Tampoco qué narran las 26 páginas repletas únicamente de texto.
Una teoría sobre su utilidad es que se trate de un manual para crear ADN
Toda una legión de estudiosos –académicos y aficionados– lleva un siglo intentando arrancar el sentido a este derroche de tinta y estética. De hecho, la primera mención contrastada a la obra aparece en una carta de 1639 en la que el alquimista de Praga Georg Baresch pedía al jesuita Athanasius Kirchner que la descifrara. Kirchner recibiría el mismo encargo de Jan Marek Marci, el amigo de Baresch que heredó el ejemplar, casi treinta años más tarde. Pero esta vez la misiva iría acompañada del libro. Lo sabemos porque juntos los encontró el librero afincado en EEUU Wilfrid Voynich, quien compró la obra en 1912, cuando los jesuitas del colegio italiano Villa Mondragone, en Frascati (Italia) intentaban sacar fondos con algunos tesoros de su biblioteca. Cuando regresó a América, Voynich requirió a varios estudiosos que intentaran desentrañar el mensaje de su nueva adquisición. Desde entonces, decenas de interesados de todo el mundo están en ello?
Pluma, tinta e hipótesis
En estos cien años parecen haberse puesto de acuerdo en que se escribió de izquierda a derecha con una pluma de ave y tinta a base de taninos vegetales y sales de hierro, algo habitual entre los escribanos europeos.
Al menos, para el texto y los contornos de los dibujos. Porque el coloreado empieza a arrojar las primeras dudas, ya que pudieron añadirlo a posteriori. Al parecer, faltan páginas y “el orden que tienen ahora seguramente no es el original”, nos cuenta el experto en cifrado Klaus Schmeh, quien lleva años enfrascado en el tema desde su experiencia en encriptación. También está claro que las tapas y la encuadernación corresponden a la época del colegio italiano, pero su interior es auténtico pergamino del siglo XV. Entre 1404 y 1438 lo fechó la datación de carbono que realizó Grag Hodgings en la Universidad de Arizona.
A partir de aquí, prácticamente todos los datos entran en el terreno de la interpretación. Desde teorías basadas en meticulosos análisis estadísticos a otras rayanas, o inmersas, en el ámbito sobrenatural. El británico Nick Pelling, quien ha denominado al libro “el Everest de la descodificación”, ha compilado en su blog Cipher Misteries las principales teorías acerca del manuscrito. Entre ellas se ha apostado por que se trata de un manual de higiene en alemán escrito en espejo, un libro de recetas en latín antiguo, una creación del movimiento religioso de los cátaros, una admonición del fin del mundo en hebreo, una creación de un jovencito Leonardo Da Vinci, una descripción de símbolos heréticos prohibidos… W. Herschel consideró que una de las principales imágenes de estrellas representa una placa dorada entregada por Judas a Jesucristo. Y el hecho de que la carta de Marci mencionara al monje y filósofo inglés Roger Bacon como posible autor ha llevado a hipótesis cuando menos peregrinas: un tratado del sabio sobre cómo utilizar telescopios para ver galaxias, o bien acerca de una tecnología futura para crear ADN con sonido.
¿Con o sin sentido?
Frente a este ramillete de opciones se encuentran los defensores de la teoría de la farsa: una obra constituida por una acumulación de signos inventados, o copiados con más o menos licencia artística y pericia, y destinada a la broma o el engaño. ¿Por qué? Klaus Schmeh lo entendería porque “ ya en el s. XV había personas que coleccionaban libros, entonces mucho más caros que ahora. Alguien podría haberles vendido fácilmente una obra excepcional, que nadie puede leer”. Porque el texto del Voynich presenta características muy particulares: una misma palabra puede repetirse hasta cinco veces consecutivas, tal cual o con la variación de solo una letra. No tiene palabras de dos letras, ni de más de diez. La distribución de las letras dentro de la palabra tampoco coincide con el patrón de ninguna lengua conocida; por tanto, incluso si se tratara de un idioma cifrado, como consideran los defensores de que el texto tiene algún sentido, el código debe de ser especialmente complejo.
Para establecer esta última opción se ha recurrido a análisis estadísticos de la repetición de símbolos y la estructura de este supuesto idioma, bautizado como voychinés. En ellos se ha visto que la longitud media de las palabras es de 4 o 5 letras, en coincidencia con las de las lenguas europeas. Y, según publicaba Marcello Montemurro en la revista PLOS ONE en 2013, la repetición de términos podría corresponder a la que se produce en un texto sobre un determinado tema en un idioma real. Incluso apuesta por que los espacios en blanco pudieran tener carácter simbólico.
Stephen Bax dice haber descifrado 14 caracteres y nueve nombres de plantas
En esta búsqueda de consistencia linguística, la última apuesta con gran repercusión mediática partió del británico Stephen Bax, especializado en tecnologías aplicadas a la enseñanza de idiomas en la Universidad de Bedforshire. En 2014 publicó un artículo de 50 páginas, con un resumen en vídeo, en el que aseguraba haber identificado 14 caracteres y 10 palabras, concretamente los nombres de cinco plantas y una constelación, Tauro. Su punto de partida es similar al utilizado previamente por el botánico Arthur Tucker, de la Universidad de Delaware (EEUU): identificar las especies de plantas y asumir que el párrafo relativo a ellas empieza por el nombre de las mismas, como era frecuente en tratados de botánica de la época. Bax se basó en las calificaciones de la botánica Elizabet Sherwood para cinco láminas: un tipo de enebro, el comino negro, el cilantro, un género con cientos de especies llamado centaurea, eléboro Bax, y el eléboro. Buscó cada una de ellas en diversas lenguas, especialmente de Oriente Medio y Asia y, al encontrar grafías parecidas a la del término voychinés, fue deduciendo letras. A partir de ahí, considera que estamos ante un tratado de naturaleza. Una conclusión similar a la de Tucker, solo que él encontró una ilustración del fruto de un cactus oriundo de Centroamérica. Eso le llevó a “traducir” partiendo del idioma de los aztecas, el nahuatl, en el que asegura que está cifrado el manuscrito. Y algo alejado del pueblo siberiano de Asgard, cuya flora describe el libro, según otra investigación similar y reciente del ingeniero ruso Nikolai Anichkin, quien afirma haber encontrado los términos cáñamo’, ‘ropa de cáñamo’, ‘comida’, ‘beber’, ‘seis’, a partir de un lenguaje antiguo similar al de la obra, que halló con alfabetos eslavos encontrado en internet.
Intérpretes de tiempo libre
En su artículo, Stephen Bax invita a otros académicos a admitir sus premisas e intentar expandir la interpretación de los símbolos a partir de ellas, pero los estudiosos del Voynich parecen pertenecer a una cepa de espíritus independientes. Schmeh confirma que la mayoría de ellos investiga “en su tiempo libre, como un hobby. Hasta ahora no ha habido prácticamente proyectos amplios para descifrarlo desde el mundo académico. Eso lleva a que cada cual se enfrasque en su propia teoría y, muchas veces, la sobrevalore”. Lo cual explica la escasez de resultados definitivos a pesar de tanto esfuerzo. “En realidad”, argumenta el alemán, “el principal logro hasta ahora es todo lo que se ha descartado, como que se trate de una codificación sencilla, que ya habríamos descifrado”. En su opinión, aún quedan pruebas técnicas, como el análisis con rayos UVA, por realizar, y opciones por explorar. Por ejemplo, que el manuscrito fuera obra de una persona con algún tipo de trastorno autista que hubiese medio copiado, medio inventado esos símbolos sin ningún sentido.
Pero sea cual sea su contenido real, no cabe duda de la belleza estética de esta obra. Sus páginas pueden consultarse en formato digital en la web de la biblioteca Beinecke. Y a partir de 2017, los interesados podrán contar con una copia fidedigna para seguir sus investigaciones. La tirada de facsímiles prevista por la editorial Siloé asciende a los 898 ejemplares, que ya pueden ir encargándose online a la editorial. La primera fase, con la toma de fotografías de alta calidad en Yale, acaba de comenzar. Después se someterán al complejo protocolo en el que “combinamos procesos industriales y artesanales, con técnicas inventadas por nosotros, para lograr una excelente calidad en el envejecimiento”, como explica Juan José García. Precisamente, la cantidad de detalles que introducen en cada obra caracteriza a su editorial. “Los facsímiles logran transmitir la edad del original, eso es lo más complicado”, asegura el director de Siloé. En este caso, además de la edad, cada obra vendrá acompañada de su dosis de misterio.
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