Se dice que detrás de todo mito o leyenda siempre se esconde algo real. Y el caso de los monstruos de la ficción parece que no es una excepción. Ya sabemos que los vampiros o los hombres lobos no existen, y que los zombis no pueden levantarse de sus sepulturas. Pero, las leyendas que les dieron vida, fueron inspiradas en parte por el temor que los antiguos sentían ante ciertas enfermedades.
Se cuenta que, durante la dictadura de Papa Doc Duvalier en Haití, sus sicarios usaban una sustancia tóxica llamada tetrodotoxina, para «zombificar» a numerosos opositores. Simulando ritos vudús, los esbirros del dictador haitiano habrían suministrado esta toxina a sus víctimas. El efecto que produciría en las personas sería similar al de la catalepsia. Al terminar el letargo, la persona volvería a recuperar su capacidad de movimiento, aunque su consciencia estaría anulada a causa de los efectos en el cerebro de esta sustancia.
En Haití a la tetrodotoxina se le llama polvo zombi, pero lo cierto es que nunca se han encontrado pruebas de que se haya utilizado realmente con este fin.
La lincatropía clínica es un síndrome psiquiátrico que provoca alucinaciones que llevan al paciente a creer que puede transformarse en animal.
Aunque la rabia y la hipertricosis, una enfermedad que provoca un crecimiento desmesurado del vello corporal, también han sido consideradas como posibles inspiradoras de algunas de las muchas historias sobre hombres lobos que existen en Europa.
En 1985, el bioquímico David Dolphin postuló que un conjunto de trastornos conocidos como porfírias, podrían ser la base en la que se inspiran las leyendas de vampiros.
La porfíria engloba a una serie de afecciones metabólicas provocadas por deficiencias en la síntesis de algunos de los componentes de la hemoglobina. Provoca, entre otros muchos síntomas, anemia, lo que hace que sus pacientes tengan un aspecto demacrado. Y, en el pasado, se recurrió a transfusiones de sangre para tratar de curarla o, como mínimo, de mitigarla.