Las ratas tienen mala prensa en Occidente. Pero esto cambiaría si el vídeo que recoge las investigaciones de los neurocientíficos Michael Brecht y su colega Shimpei Ishiyama, del Centro Bernstein de Neurociencia Computacional de la Universidad de Humboldt, en Berlín, se hiciera viral y se emitiera en los colegios. En él, Brecht e Ishiyama hacen cosquillas a las ratas. En la panza, fundamentalmente, y las ratas ríen. Lo más asombroso es que una vez estimuladas las ratas persiguen la mano del investigador por la jaula allá donde esté, en busca de más cosquillas.
Los investigadores han descubierto que en el momento “cosquilla” se activan en los cerebros de los roedores grupos de neuronas relacionadas con otros estímulos táctiles, como las caricias. Además, se ríen si estimulas sus pies, pero no las manos, igual que los humanos. Y en este punto está la verdadera razón de meter ratas en una jaula y acariciar su lomo: tratar de explicar uno de esos fenómenos de nuestra especie que atribula a la ciencia desde hace más de dos siglos: ¿por qué tenemos cosquillas?
Una de las hipótesis que se manejan en este momento plantea que son un efecto colateral provocado por la habilidad de nuestro cerebro para predecir el futuro.
En este caso, las cosquillas son una respuesta nerviosa cuando NO podemos predecir ese futuro. Veamos: si la mano se mueve sobre tu piel con una velocidad constante de un punto A a un punto B, tu cerebro predice el movimiento. Este sería el caso de las caricias. Tu cerebro anticipa por dónde va a pasar la mano, su recorrido. Como resultado, te sientes tranquilo. “Con las cosquillas ocurre lo contrario. La mano de quien las hace se mueve de forma rápida e impredecible sobre la piel. El cerebro intenta crear predicciones, pero falla. El caos dispara una alerta y nos agitamos para librarnos del estímulo. Sufrimos un estado de nerviosismo extremo que explota con una risa nerviosa”, explica Daniel Gómez, neurocientífico del Instituto Cajal.
Solo los esquizofrénicos pueden hacerse cosquillas a sí mismos.
Este hecho explica también por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos. Ya hemos dicho que nuestros movimientos sobre el cuerpo se anticipan. Es el cerebelo, la parte del cerebro que gestiona el control motor del cuerpo, el responsable de saber dónde se encuentra tu mano y también que intentas hacerte cosquillas con ella. Como el movimiento no nos sorprende, no sentimos el mismo efecto que si las hace la mano de otro.
Sarah-Jayne Blakemore, investigadora del University College de Londres, diseñó una máquina que permitía a los participantes mover un bastón que lanzaba con mucha suavidad un poco de espuma en la palma de sus manos, unas veces rápido y en otras ocasiones con un retraso de 200 milisegundos. El resultado de la prueba demostró que cuanto mayor era la demora, más cosquilleo sentían con la espuma. Este fenómeno ocurría porque las predicciones del cerebelo no coincidían exactamente con aquello que la persona sentía en realidad.
Knismesis y gargalesis no son personajes de ‘Juego de Tronos’, sino nombres de cosquillas
Daniel Gómez explica la clave por si alguien quiere probarlo en casa: “Si despiertas de la fase de sueño REM, justo en ese instante te puedes hacer cosquillas a ti mismo. Cuando dormimos, el cuerpo se encuentra totalmente paralizado. Como al despertar de la fase REM el cuerpo todavía no ha conectado todos los cables del cerebro, existe el factor sorpresa al tocarte y por lo tanto aparecen las cosquillas”.
Entre los distintos tipos de esquizofrenia, los enfermos que sufren delirios de pasividad pueden hacerse cosquillas a sí mismos. Las personas con esta patología tienen dañado el mecanismo de predicción de movimientos futuros, del que se ocupa el cerebelo, así que creen que su propio pensamiento les ha sido imbuido por otra persona. De ese modo, al acercar su mano a la piel se genera el efecto sorpresa que provocan las cosquillas. Hay investigadores que especulan con la posibilidad de hacerse cosquillas dentro de los denominados sueños lúcidos, es decir, aquellos sueños de los cuales somos conscientes mientras ocurren, pero aún no hay conclusiones de estos estudios.
“La causa de que solo el ser humano tenga cosquillas es no solo la finura de su piel, sino también que el hombre es el único de los animales que ríe”. Esta afirmación la hizo Aristóteles hace más de dos mil años y empezamos a descubrir que se equivocaba. Y no solo con las ratas. La paradoja es que, además, gracias a ellas estamos entendiendo un poco más de lo que nos sucede a nosotros cuando nos hacen cosquillas en la barriga y en los pies. Darwin también reflexionó sobre este tema y no sabemos si le entraría un cosquilleo en la cabeza al descubrir que la risa de un bebé humano tiene el mismo origen evolutivo que la producida por bebés y jóvenes orangutanes, bonobos, chimpancés y gorilas. La única diferencia es que nosotros exageramos los rasgos acústicos de la risa con el paso del tiempo. Las cosquillas igualan a todas las especies. Ratas y humanos, por ejemplo, reímos cuando nos hacen cosquillas pero bajo una condición: que estemos relajados y no sintamos amenaza.
El experimento desarrollado por Michael Brecht y su colega Shimpei Ishiyama, viene a corroborar lo que ya demostró el doctor Jaak Panksepp en su laboratorio: para que las cosquillas den placer, hay que relajarse. Las ratas de sus experimentos responden con risas a las cosquillas si anímicamente se encuentran relajadas y de buen humor.
Hay que aclarar que la risa de una rata es imperceptible al oído humano. Emiten sus grititos de alegría a una frecuencia de 50 kilohercios (o 50.000 oscilaciones por minuto), muy por encima de los
20 kilohercios que puede escuchar, como límite, el ser humano. Y, como decíamos, no siempre ríen con las cosquillas.
Los investigadores colocaron a las ratas sobre plataformas elevadas, iluminadas por un foco, algo que les ocasiona estrés. En esa circunstancia, o si ante ellas ven a otra rata que sufre, por más que les hagas
cosquillas no se ríen, y no se activan las neuronas de la corteza somatosensorial implicadas en las cosquillas. Y, según los investigadores berlineses, esto es extrapolable a los humanos. Estos descubrimientos sustentan la idea de Darwin de que «la mente debe estar en una condición placentera» para experimentar risa provocada por cosquillas.
Y si entramos en los países del placer aparece, cómo no, la sexualidad como territorio que hay que explorar. En su expresión más reciente está el tickling, una nueva tendencia que se basa, precisamente, en hacer cosquillas a otro para disfrute erótico incluso hasta llegar al orgasmo. Para la psicóloga Christine Harris, de la Universidad de California en San Diego, las axilas son la parte del cuerpo más sensible a las cosquillas. Le siguen por orden decreciente de respuesta la cintura, las costillas, los pies y las rodillas. Y el pie derecho más que el izquierdo.
Para el científico David Cabañero, con el estudio de Brecht e Ishiyama se abre una nueva vía de investigación con las ratas. Siempre se evalúan signos negativos como la ansiedad, la depresión o el dolor. Es decir, podemos reconocer en animales de laboratorio signos que muestran su desagrado. Ahora, por primera vez, los investigadores pueden reconocer un signo de “agrado”: con esa risa recién descubierta pueden saber si lo que quieren investigar está funcionando. Y eso también es útil para los humanos. “Imaginemos que queremos desarrollar un nuevo fármaco que administramos a las ratas para saber si funciona. Si luego les hacemos cosquillas
y se ríen, significa que se encuentran bien, sin ansiedad. Medir esto sería el mejor termómetro para conocer la eficacia del fármaco experimental”, señala Cabañero, investigador del centro NeuroPhar de la Universidad Pompeu Fabra en Barcelona.
Hasta aquí hemos mostrado las cosquillas como un acto bienintencionado, pero no podemos olvidar que a veces son desagradables. Veamos cómo se produce: Estimulamos los receptores táctiles de la dermis y la señal viaja, por un lado, a la corteza somatosensorial del cerebro, donde se procesa el tacto y, por el otro, a la corteza cingulada anterior, que se encarga de la gestión de la información, que puede ser agradable o sumamente desagradable. Y así ocurre con las cosquillas: si estamos estresados, si tenemos miedo, si sentimos un ejercicio de dominación por parte de la otra persona… Entonces el cerebro las encuentra algo de lo que hay que huir. De ahí el lado oscuro.
Son también un instrumento de tortura que no deja señales
En la Edad Media, hacer cosquillas en los pies era el método de castigo para la nobleza y las personas con cargos importantes, puesto que no dejaban señales ni heridas. Y ya en el siglo XVI, el médico francés Laurent Joubert explicó en su Tratado de la risa el caso de un “gentilhombre que quiso apuñalar a un familiar suyo que le hacía demasiadas cosquillas; pero no lo consiguió, pues la risa le dejaba sin fuerzas y, mientras, uno de los presentes le arrebató el puñal”.
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