«Parte de mi embarazo transcurrió planificando el funeral de Noah”, así comienza a relatarnos Shelly Wall la historia de su hijo nacido, en 2012. Todo comenzó con un escáner rutinario en el que descubrieron que tenía un caso grave de espina bífida (la columna vertebral del feto no se cierra completamente) y, por si fuera poco, un quiste estaba devorando su cerebro. “Los médicos nos dijeron que no iba a sobrevivir al parto, y que si lo hacía pero no respiraba por sí mismo, no intentarían realizar maniobras de respiración asistida. También nos confirmaron que la herida de la espina bífida era muy grande para cerrarla”.
Finalmente, el bebé nació y respiró por sí mismo y la herida fatal se cerró en una operación que duró cinco horas. “Entonces comenzó la vida inesperada de Noah, con un drenaje en la cabeza para aliviar el exceso de presión por el líquido. Nos dijeron que nunca podría caminar y el diagnóstico marcaba que solo tenía un 2 % del cerebro”.
Tomografías del cerero de Noah que muestran cómo se desarrolló su cerebro una vez drenado el líquido y extirpado el quiste. A medida que el cerebro de Noah crezca, especulan los expertos, comenzará a recuperar todas sus funciones normales.
A los 10 días de nacer, y pese a todos los pronósticos, Noah fue dado de alta. Pasó por infecciones del fluido cerebroespinal, le drenaron 2,5 litros de líquido de forma manual, cualquier caricia lo despertaba por el dolor… “Pero nunca nos dimos por vencidos”, señala Shelly. Hoy, las cosas han cambiado mucho en casa de Noah. “En breve comenzará sus clases en una escuela normal. Irá solo un día a la semana al principio, para ver cómo se adapta”. ¿Y si quiere ir más días?, pregunto a la madre mientras escucho a Noah reír de fondo. “Pues irá, nunca seremos nosotros quienes le digamos lo que no puede hacer. Hasta ahora siempre nos ha demostrado que estábamos equivocados”.
Sorprendente, pero no único
Pese a lo extraordinario del caso, el de Noah no es único en la literatura médica. Hay registros de otras personas que nacieron casi sin cerebro. En la década de 1980, el neurólogo John Lorber, de la Universidad de Sheffield, estudió a un alumno que había logrado varios premios en matemáticas, se graduó con honores y socialmente no tenía ninguna dificultad. La única diferencia era que, “en lugar de tener unos 4,5 centímetros de tejido cerebral entre los ventrículos y la superficie del córtex –explicaba en un artículo en Science–, había una capa de apenas milímetros de espesor. Su cráneo está básicamente lleno de líquido cerebroespinal. ¿Cómo alguien puede no solo sobrevivir, sino también alcanzar importantes logros académicos y relacionarse socialmente sin un gran porcentaje de su cerebro?”. Lorber no encontró la respuesta, quizá porque no solo hay una.
Para Manuel Martín-Loeches, profesor de Psicobiología de la Universidad Complutense de Madrid, la explicación tiene muchas dimensiones: “La recuperación de un área cerebral dañada depende mucho de la edad del paciente, también es importante dónde se haya producido el daño, y también, claro, de lo extensa que sea la lesión”, explica, y añade que “desde el nacimiento hasta los tres años las posibilidades de recuperación de áreas del cerebro dañadas son muy altas, de los 3 a los 7 disminuyen y de los 7 a los 18 ya son casi imposibles”.
El neurociéntifico español señala que tuvo entre sus pacientes a un superviviente como Noah al que aún recuerda con asombro. “Era una persona con Alzheimer que fue a la consulta, ya con 80 años. Le hicieron un escáner y en ese momento descubrieron que le faltaba la mitad del cerebro. Había llevado una vida normal, había sido agricultor y no había sufrido dolores ni tenido conductas anormales”.
Dos factores jugaron a favor de Noah: su edad y un fenómeno neurológico descubierto hace relativamente poco, la neuroplasticidad. Una vez el quiste que devoraba su cerebro desapareció y drenaron su cerebro, este tuvo vía libre para comenzar a desarrollarse, y lo hizo más tarde de lo normal, cuando Noah ya había nacido. Entonces, su cerebro aceleró su ritmo de crecimiento para ponerse a la par con la edad del niño y recuperar el tiempo perdido.
Al nacer contamos con unas 2.500 sinapsis por neurona, pero a los tres años, el número de conexiones se ha multiplicado hasta alcanzar las 15.000. Este espectacular entramado, en el caso de Noah, tenía que empezar a organizarse a partir de una porción de cerebro mínima.
De acuerdo con el estudio
El cerebro en desarrollo, realizado por Jack P. Shonkoff , “la red de sinapsis comienza antes de nacer y culmina en la adolescencia, pero experimenta su mayor impulso durante los dos primeros años de vida. Para este proceso influyen la actividad genética, que da ordenes para el desarrollo cerebral, y el entorno”. La educación, los estímulos y todo lo que vivimos desde que nacemos repercute en el desarrollo del órgano de pensar. Noah se vio beneficiado por ambos, genes y entorno. Sus padres y sus hermanas (la mayor de 23 años), constantemente lo estimulaban con libros, canciones e incluso juegos de ordenador con apenas dos años.
Las neuronas suplentes La representante de Arizona en el Congreso de Estados Unidos, Gabrielle Giffords, tenía 40 años cuando una bala atravesó su cabeza. Aún así, en solo cuatro meses Gliffords volvió a caminar y a hablar con normalidad. “Hemos descubierto –explica Bradford Thompson, uno de los neurólogos que siguió su caso– que las neuronas cercanas a la zona afectada pueden reestablecer conexiones con otras. Es como activar nuevos circuitos. También están implicadas las neuronas espejo, localizadas en el hemisferio opuesto al área dañada, que hacen el trabajo de aquellas que ya no funcionan correctamente”.
La edad y el entorno no están solos. También está la neuroplasticidad que, básicamente, es la que permite la evolución del cerebro: adaptarse o morir.
Cuando sufre un daño importante, por ejemplo si resultan afectados los centros de aprendizaje, hay diferentes circuitos que comienzan a trabajar para compensar la pérdida de funciones. Un estudio realizado por expertos de la Universidad de California, en Los Ángeles, ha demostrado que la corteza prefrontal es capaz de suplantar el trabajo de memoria y aprendizaje que normalmente se desarrolla en otra área cerebral, el hipocampo, si este se encuentra incapacitado.
Una de las claves de la increíble recuperación de Noah se debe al trabajo de su neuróloga, Claire Nicholson, del Hospital Pediátrico de Newcastle. Ella es la responsable, junto a su familia, de llevar a cabo un programa de estimulación cuyo objetivo es que el cerebro de Noah siga desarrollándose. Para ello recurren a técnicas de estimulación profunda mediante corrientes eléctricas, y utilizan herramientas en el hogar, juegos minuciosamente seleccionados, ejercicios de vocabulario y razonamiento y actividades hiperestimulantes. Con esto consiguen poner en marcha un mecanismo de reparación natural, la neuroplasticidad: la facultad que tienen las neuronas para regenerase y formar nuevas conexiones.
“Un 10 % ya es mucho”
Gracias a ello, a los dos años Noah ya se sentaba con la espalda recta y el escáner que le hicieron el año pasado reveló que su cerebro había crecido hasta un 80 % de su masa normal para la edad. Hoy Noah es capaz de contar hasta 10, ha comenzado a aprender a leer y escribir e irá a un colegio normal, siguiendo el mismo programa que sus compañeros.
Antes de nacer, los médicos aseguraron que Noah no podría caminar. Actualmente ya puede ponerse en pie y dar algunos pasos.
“Quienes trabajamos con técnicas de neuroimagen sabemos que esto no es muy habitual, pero a veces ocurre”, explica Santiago Casals, del Departamento de Neurociencias de la Universidad de Alicante. Casals también ha vivido ejemplos que parecen literatura. “Recuerdo una voluntaria que se presentó a un estudio que estábamos realizando.
Era una ama de casa, madre de tres hijos que nunca había notado nada raro en su día a día. Cuando le realizamos la resonancia descubrimos que había nacido con solo un hemisferio y este había tomado el mando de todas las funciones. Ella no había notado nada, ninguna deficiencia, ni manifestado dolores anormales”.
A nadie le resulta indiferente enterarse, ya adulto, de que nació con la mitad del cerebro. Y es lógico que se comience a hacer preguntas. “Obviamente no tenemos dos hemisferios por capricho. Pero en el día a día no empujamos el sistema al límite. Es como un coche cuya velocidad máxima es de 200 km/h. Como nunca lo pones a más de 120 piensas que todo va bien”, añade Casals.
Hasta aquí hemos visto casos de personas cuyo cerebro se ha adaptado a una vida normal a pesar de lesiones graves, congénitas o no. Pero las sorpresas que depara un cerebro humano van más allá de lo que podríamos imaginar.
En el año 2004, el experto en demencia y creatividad Bruce Miller, de la Universidad de San Francisco, California, descubrió que doce de sus pacientes, todos con lesiones en el lóbulo temporal izquierdo, habían comenzado a desarrollar nuevas habilidades a medida que su demencia avanzaba. Basándose en este hallazgo, Allan Snyder, director del Centro de la Mente de la Universidad de Sidney se preguntó: ¿que pasaría si anulamos temporalmente el hemisferio izquierdo de algunos voluntarios? Y lo hizo mediante estimulación magnética transcraneal (este tipo de estímulo puede anular o estimular la actividad en ciertas regiones del cerebro dependiendo de la corriente que se aplique). Lo que Snyder descubrió fue que, sorprendentemente, ‘desactivando’ una parte del cerebro se incrementaban algunas habilidades de sus pacientes, por ejemplo, las matemáticas, permitiéndoles resolver problemas de álgebra que anteriormente ni habían sabido plantear. Y no solo eso, los efectos duraban hasta seis meses después en algunos casos.
“Siempre he pensado que eso es el futuro –apunta Martín-Loeches–. es verdad que estas secuelas positivas no son para siempre, pero el cerebro se modifica y la estimulación va dejando un poso. A día de hoy es factible incrementar nuestras capacidades cerebrales por estos medios aunque los logros sean limitados, pero es algo que mejorará con el tiempo”.
Los genios dañados
Ya hay casos hoy que parecen anticipar ese futuro extraordinario del que habla Martín-Loeches. Humanos a los que podríamos considerar mejorados. Se trata de los conocidos como savants o personas con síndrome del sabio. Poseen habilidades extraordinarias, aunque no tengan una aplicación práctica, y, en todos los casos, padecen una anomalía o rareza en el cerebro.
Quien propuso este término, savant, fue Darold Treffert, de la Sociedad Médica de Wisconsin: “Llevo 50 años dedicado al estudio de este síndrome”, nos confiesa Treffert por videoconferencia. Y el neurocientífico tiene una explicación a lo que ocurre en estas personas. “Cuando una parte del cerebro se lesiona (más frecuentemente el lado izquierdo), el derecho comienza a reclutar tejido cerebral aún intacto de toda la zona. En ese momento comienza la reconexión entre áreas sanas del hemisferio izquierdo y las del hemisferio derecho. Estas nuevas conexiones son las que disparan, a menudo a niveles astronómicos, habilidades que hasta entonces estaban dormidas”.
Y aquí, los ejemplos son casi superpoderes que suelen saltar a la prensa. George y Charles Finn son dos hermanos gemelos popularmente conocidos como “calendarios humanos,” ya que son capaces de decir qué ocurrió en cada día de su vida y calcular a qué día de la semana corresponderá cualquier fecha. Tony DeBlois logró aprender a tocar veinte instrumentos y memorizó alrededor de ocho mil piezas musicales….
Muchas veces, lo que les ocurre tiene que ver con funciones de un hemisferio que son inhibidas por el otro –explica Loeches–. Al producirse una lesión en el hemisferio que anula ciertas capacidades, el que queda sano tiene vía libre, y esa supercapacidad aflora”.
Y en el futuro, si podemos electroestimularnos a demanda, ¿seremos todos Picassos, Beethovens o Einsteins? Responde Treffert: “Creo que cuanto más acceso tengamos a nuestro potencial, mejor. No vamos a ser todos genios, lo que sí ocurrirá es que seremos capaces de pensar sin filtros, y podremos empatizar más y comprender mejor al otro. Y eso sí puede constituir un avance no solo en lo individual, también en la sociedad”.
El neurocientífico Antonio Casals trabaja con enfermos de alzhéimer. “Nosotros estamos estudiando esto no para mejorar capacidades, sino para compensar las perdidas, como por ejemplo en personas con alzhéimer. Nuestro objetivo es localizar la red neurológica que debemos estimular para recuperar actividad que esté en un nivel más bajo, y aumentarla”.
Por caminos distintos, neurólogos de todo el mundo investigan el cerebro humano para recuperarlo si está herido, estimularlo si está dañado o entender qué hace que desarrollemos unas capacidades y las perdamos a medida que nos hacemos mayores.
Para todos ellos, el caso Noah es una joya de interés científico. “Noah es un ejemplo de superación y recuperación al límite de lo imposible –nos dice su madre mientras se despide–. Su cerebro a día de hoy ha logrado regenerarse casi por completo”. Poco después, nos llegan por correo electrónico las fotos de este reportaje: Noah en pie, a las puertas del cole, riendo.
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